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Universos paralelos
Columna
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¿Quieren ir al nuevo FIB? Saquen la calculadora

Salen dos libros sobre el pasado y el presente del negocio de los festivales musicales

FIB
Amy Winehouse, en el Festival de Benicàssim, en julio de 2007.Samir Hussein (Getty Images)
Diego A. Manrique

Ya habrán visto toda esa publicidad: ¡vuelven los festivales de verano! En avalancha. Los hay de todos los perfiles y colores: locales e internacionales, especializados y eclécticos, urbanos y rurales, abiertos y más vigilados que un konzentration kamp. Eso se deduce de Festivales de España (Anaya Touring). Casi un kilo de libro redactado por David Saavedra, ricamente ilustrado y enriquecido por consejos prácticos más entrevistas retrospectivas con habituales de los diferentes escenarios. Hay 60 paradas en el recorrido de Saavedra y aviso que muchos gourmets se quejarán ante determinadas ausencias (adelanto mi particular reclamación: el EtnoSur, de Alcalá la Real).

Y de un retrato macro panorámico, pasemos a una visión micro de los festivales. Más exactamente, un gran anecdotario del gran evento pionero. En el FIB de Benicàssim trabajó Joan Vich Montaner, que lo fue todo allí: desde camarero a codirector, sin olvidar temporadas largas en los departamentos de prensa o booking (contratación). Su Aquí vivía yo (Libros del K.O.) tiene acción trepidante y casi tanta locura como Miedo y asco en Las Vegas.

No creo revelar nada si aclaro que una de las bazas de los primeros FIB fue la presencia de una díler, apodada Frida, por su parecido con una pintora mexicana, que funcionaba como farmacia de guardia para substancias ilegales. Una minorista fiable… hasta que deja de serlo. Desaparece al final de un festival y desde el hotel donde se alojaba avisan a la organización de que van a vaciar su caja fuerte si nadie se hace cargo. Un escándalo que necesitan evitar. Les dan la clave para abrirla y descubren la cueva de Ali Baba: sobres, botes, papelinas, bolsitas… y enormes fajos de dinero. Dilema: ignorar el tesoro o arramplar con todo en, atención, una zona plagada de agentes de la Guardia Civil a la caza de camellos y pardillos, tras cuatro días de tregua implícita.

Portada del libro Aquí vivía yo, de Joan Vich Montaner.
Portada del libro Aquí vivía yo, de Joan Vich Montaner.

No adelanto la decisión final. Aquí vivía yo abunda en metamorfosis que no se explican cabalmente. Un festival hecho por, para y con puristas que termina abriéndose al mainstream: conciertos de Brian Wilson, Bob Dylan, Leonard Cohen y… ¿David Guetta? Les ayuda la indefinición del término indie: se refiere a un determinado tipo de rock, cuyas fronteras musicales son pronto reemplazadas por nebulosos criterios industriales (finalmente, indie es, se supone, todo aquel grupo o solista que en algún momento grabó para un sello independiente). Se trata de un espejismo consensuado: casi todos los cabezas de cartel del FIB fichan en multinacionales.

Entra en juego otra particularidad del FIB. Se hizo un hueco entre los músicos británicos ―cabe suponer que, entre otros motivos, por la eficiencia de Frida― y su tirón se manifestó en un creciente público guiri. En contra de lo habitual, Vich Montaner defiende que la alborotada presencia de su público natural en conciertos de estrellas británicas elevaba la intensidad de la música. Como nacido en Palma de Mallorca, y conocedor del turismo de borrachera, Joan se burla de la perezosa tendencia periodística a comparar a los fibers foráneos con los kamikazes de Magaluf. Nada que ver, insiste.

Y mejor no fiarse de los nativos diletantes. Asombra que Pedro Sánchez y otras personalidades nacionales se desplazaran a Benicàssim para ver a una formación tan anodina como… The Killers. De alguna manera, el FIB evitó sufrir las batallas que caracterizan la política de proximidad en la Comunidad Valenciana, aunque asistimos a una fina estocada florentina asestada por Carlos Fabra al entonces alcalde socialista de la localidad.

Portada del libro 'España de festivales', de David Saavedra.
Portada del libro 'España de festivales', de David Saavedra.

Aquí vivía yo no es precisamente la historia del Festival Internacional de Benicàssim. No se explican los cambios en la cima, que imaginamos precedidos por furibundos intercambios de opiniones. Por lo menos hasta la entrada de los magnates ingleses, que seguramente no veían más allá del balance de cada año: como retrato del escaso respeto por el talento local, no se pierdan el regateo del capo, Vince Power, con Los Planetas por mil (1.000) euros.

Joan Vich sigue en el negocio de la música y seguramente la prudencia le aconseja callar. Además, es un adicto a los grandes chascarrillos e incluso recupera los protagonizados por su colega Gerardo Cartón (publicados en un librito de 2015, Manual del perfecto festivalero).

Uno preferiría que hubiera usado esas páginas para comentar el modelo de negocio implantado en el FIB 2022. Aparte de requerir tu nombre para comprar cada abono (nada de prestarlo a tu amigo del alma), debes llevar una calculadora para sumar el extra para la zona de descanso, el bono de reacceso por si necesitas salir, el servicio de duchas, las ofertas de bebida y ―este palabro me encanta― el glasping, que es la tienda de acampada que, en diferentes modelos, te alquila la organización. Solo falta que, como predijo Phil K.Dick en 1966, también te vendan por un módico precio, los recuerdos del festival.

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