La Casa Roja, el corazón de la familia Kahlo
La vivienda fue un “refugio” para la artista mexicana. Ahí, ella y sus tres hermanas forjaron un vínculo sin el que la pintora “no hubiera podido sobrevivir”, según sus herederas
De la pared cuelga una foto –cuelgan muchas– en la que Frida Kahlo toma el sol. La pintora ha apoyado la cabeza sobre el pecho de su hermana Cristina, los labios pintados de rojo, el pelo tirante con dos lazos azules. Parecen en paz en la azotea del hospital de Nueva York donde han operado a la artista mexicana para fusionarle cuatro vértebras lumbares. Es julio de 1946, Frida acaba de cumplir 39 años y Cristina, de 38, ha dejado a sus hijos en México al cuidado de las otras dos hermanas Kahlo. “Tenían una relación tan apegada”, cuenta Mara de Anda, sobrina bisnieta de la artista, “que Frida no hubiera podido sobrevivir [sin ellas]”. Arriba suyo cuelga la fotografía tomada por Nickolas Muray en Manhattan. Es una de las paredes de la casa donde se forjó ese vínculo: “Le decimos la Casa Roja porque es el corazón de la familia Kahlo”.
La Casa Roja había pertenecido a la familia de la madre y se encuentra en el sur de Ciudad de México, muy cerca de la Casa Azul, pero es más desconocida que la residencia donde vivió la artista con sus padres y luego con el muralista Diego Rivera, y que hoy es un museo. La familia no difunde la dirección por seguridad y la mantiene cerrada al público. Quieren, sin embargo, que se sepa que allí estuvo “el refugio” de la artista, donde también pudo ser “humana”. “Cuando se enojaba con Diego, venía aquí. Aquí se escondía y aquí la protegían”, explica De Anda, de 44 años. Su madre, Mara Romeo, de 69 y sobrina nieta de la pintora mexicana, vivió en esa casa del barrio de Coyoacán cuando era pequeña y volvió a habitarla hace 20 años. Allí aprendió a tocar la guitarra y a cantar como lo hacían las cuatro hermanas. “Eran como muégano”, ese dulce mexicano hecho de trocitos de harina pegados con miel, “se querían y se ayudaban”.
Las más cercanas eran Frida y Cristina: se llevaban 11 meses. “Ya sabes que eres la mitad de mi vida”, le escribió la pintora a su hermana menor. La relación no se resintió ni siquiera después de que la artista descubriera, en 1935, que Cristina mantenía una relación con Diego Rivera. “Mi abuela estuvo siempre al pie del cañón. A las operaciones la acompañaba ella”, recuerda Romeo. La pintora tuvo que someterse a 32 cirugías en su vida. De pequeña enfermó de poliomielitis y a los 18 años sufrió un accidente mientras viajaba en autobús en el que se quebró la columna y un hierro le atravesó el abdomen. “Quien apoyaba a Frida era Cristina porque Diego, al final del día, seguía pintando fuera”, señala Romeo. Era su amiga, su confidente, su asistente, su chófer.
Aquella tarde en la azotea del hospital de Nueva York, días después de que le soldaran las vértebras, Frida Kahlo vio el río y “bajó de mejor humor”, contó Cristina en una carta a sus hermanas. En las misivas, la más joven de las cuatro también se descargaba: “A mí me trae asoleada, pues no tiene con quien desquitarse más que conmigo, como siempre”. Cristina la disfrazaba, le cantaba, le compró una cajita de música para entretenerla, según se lee en esos escritos. “Frida está bien, ahora ya aguanta hasta dos horas de estar de pie y caminando y sentadita”, les dijo un día, y otro les narró: “Ya le entregaron a Frida sus zapatos especiales, pero están espantosos, pues parecen como de monja”. La dirección de las cartas era siempre la de la Casa Roja.
Luis Martín-Lozano, editor de Frida Kahlo, obra pictórica completa (Taschen), describe esa casa como “un centro de operaciones”. “Cualquier cosa estaba a la vuelta de la Casa Azul”, explica el historiador. Cuando la artista estaba de viaje o postrada en la cama con fuertes dolores, sus hermanas se ocupaban de que todo estuviera en orden en esa vivienda e incluso ayudaban a Rivera. Martín-Lozano explica en un libro dedicado al vínculo entre ellas, El círculo de los afectos, que Matilde, la mayor, mantenía al muralista vigilado “para que se bañara y cortara las uñas” y Adriana, la segunda de las hermanas, le hacía las bolitas de algodón que necesitaba para curarse el ojo.
En la Casa Roja –que no siempre fue roja, aunque la familia no sabe precisar en qué momento se pintó de ese color–, Frida Kahlo también recibía en secreto a otros hombres, como el revolucionario ruso León Trotski, exiliado en México, o el escultor estadounidense Isamu Noguchi. “No es que no pudiera hacerlo en la Casa Azul. Aunque Diego era muy celoso, ella era la dueña de la casa”, apunta Martín-Lozano. “Creo que lo hizo por prudencia. Los empleados eran muy cercanos, como de la familia, y [Frida Kahlo] no quería que ellos vieran que recibía a un hombre allí”, apunta.
En el sótano, un lugar pequeño que la familia no enseña, pero que no es más que un “cuadradito”, Frida Kahlo pintaba, dibujaba o escribía cartas que firmaba con el seudónimo de Mara. Iban dirigidas al pintor catalán Josep Bartolí, que también fue su amante. “Esa es una historia bonita de mi nombre”, apunta Mara Romeo, que cuenta: “En 1938 sale una película que se llama Tarzán y la sirenas. El personaje principal era una sirena que se llamaba Mara. Cada luna llena le crecían piernas, salía del mar e iba a buscar una presa para procrear. Cuando la ve, Frida adopta el seudónimo de Mara”.
Romeo no conoció a Frida Kahlo, que murió en 1954 a los 47 años, pero la pintora sí la conoció a ella. “Eres la niña más hermosa que he conocido en mi vida”, le dejó escrito en una carta, según recuerda su sobrina nieta. “Era tierna, una persona muy cariñosa”, agrega. Eso se ve en las cartas que le escribía a Isolda, la hija de Cristina y madre de Romeo, cada vez que se iba de viaje. “Aunque yo no te escriba tú hazlo para que la vida en estas ciudades gringas se haga menos pesada. Tu tío Diego te manda hartos besos. (...) Mándame un retratito tuyo, me encantan tus dibujos”, escribió desde el hotel Alexander Hamilton en 1940, con la firma de “tía Frida”.
Una visita virtual
Las habitaciones que dan a la calle son ahora las oficinas de la Fundación Familia Kahlo, creada en 2021. El resto de la vivienda es inaccesible a cualquier persona que no sea de la familia o cercana porque actualmente es la vivienda de Romeo. En esos espacios, según cuentan madre e hija, no hay referencias a la artista. “No vivimos con imágenes de Frida, solamente estas, para que las vean”, dice De Anda señalando alrededor. Hay fragancias, esmaltes y pastilleros que pertenecieron a la pintora; fotos de Trotski o de Cristina; piezas prehispánicas; exvotos y fotos hechas por el padre de Frida, Guillermo Kahlo, que fue fotógrafo del Gobierno de Porfirio Díaz. También hay un tejido original hecho por la artista y réplicas de autorretratos suyos.
Ahí han estado Madonna o la actriz mexicana Salma Hayek, que interpretó a Frida Kahlo en la película de 2002 dirigida por Julie Taymor. También la cantante Katy Perry. “Ella es superfan”, dice De Anda, “sí recibimos a la gente que es fan, claro”. La familia prepara junto a la empresa ezel.life una recreación de la casa en el metaverso “para dar la posibilidad a la gente de conocer la Casa Roja y la intimidad de Frida”. A partir de un ladrillo extraído de los cimientos del inmueble se duplicará la vivienda en un universo virtual.
“En esta casa puedes ver no a la Frida artista, sino a la Frida humana”, apunta Romeo. Su hija agrega: “Se desconoce un poco y hoy, como familia, queremos darlo a conocer. A lo mejor no te identificas con su pintura, pero sí te identificas con su corazón”. Los Kahlo recibieron en esos cuartos a republicanos que huían de España durante la Guerra Civil y también entregaban una despensa a madres solteras. “Frida y Cristina dieron una despensa básica a más de 500 mujeres: un kilo de azúcar, un kilo de frijol, un litro de aceite…”, relata De Anda. Los sábados, en aquellos años, la familia preparaba quesadillas de huitlacoche o flor de calabaza y se abría el portón.
La batalla legal por los derechos de la marca Frida Kahlo
La familia de Frida Kahlo –Isolda Pinedo, sobrina de la pintora, y su hija, Mara Romeo– firmó en 2005 un convenio mediante el cual aportaban la marca Frida Kahlo a una sociedad con sede en Panamá. Frida Kahlo Corporation, que fue creada ese mismo año, pertenece en un 51% a un empresario venezolano y en un 49% a la familia. “Se conformó para que la gestion y los resultados fueran compartidos”, explica José María Mallol, abogado de Mara Romeo. Desde 2008, sin embargo, la familia ha intentado recuperar la titularidad de la marca porque considera que “la contraparte ha incumplido sistemáticamente” el pacto. El representante legal de la parte mayoritaria de Frida Kahlo Corporation, en cambio, es tajante: “Las marcas son nuestras e intentaron quitárnoslas”. Las medidas cautelares interpuestas por la familia no han dado fruto hasta ahora. El nuevo equipo jurídico liderado por Mallol presentó recientemente una demanda que aún no se resuelve. Las partes, mientras tanto, se acusan mutuamente de “tratar de engañar a la gente”.
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