Arco vuelve a Lisboa después de la pandemia con más protagonismo africano
La feria de arte contemporáneo celebra su quinta edición portuguesa con la presencia de 65 galerías de 14 países
Villa Algarve sigue inspirando miedo a los mozambiqueños. Era el caserón de Maputo donde la policía de la dictadura portuguesa encerraba a los opositores. Thandi Pinto es una artista de 24 años que no vivió las torturas del imperio portugués, pero los dolores del pasado atraviesan los fotocollages que su galerista ha traído a Lisboa para participar en Arco, la feria internacional de arte contemporáneo que esta tarde ha inaugurado su quinta edición portuguesa. Interrumpida por la pandemia durante dos años, la cita vuelve hasta el domingo 22 a la Cordoaria Nacional, la antigua fábrica de cuerdas de la Armada lusa, con el refuerzo de una de las señas que la distinguen de la feria matriz madrileña: la mirada africana.
Élia Gemuce es la responsable de traer la obra de Thandi Pinto. En Maputo hay tan solo tres galerías. La de Gemuce, Arte de Gema, abrió en 2016 con una vocación que va más allá de lo expositivo o comercial. “Estoy casada con un artista y éramos conscientes de que había muchas lagunas que rellenar para ayudar tanto a los jóvenes como a los mayores, que a veces pierden residencias por no saber gestionarlas o tienen problemas para interpretar contratos”, explica la galerista horas antes de que se inaugure la muestra con la presencia del ministro portugués de Cultura, Pedro Adão e Silva, y el presidente de la Cámara Municipal de Lisboa, Carlos Moedas.
La galería mozambiqueña participó también en la edición de 2019, la primera vez que ARCOlisboa miró hacia África. “Hay una gran cantidad de artistas africanos que no están debidamente valorados”, señala Élia Gemuce, que ahora representa a algunos de los creadores que antes fueron alumnos de sus clases de arte. Entre las 65 galerías de esta edición, procedentes de 14 países, hay nueve sobre arte africano seleccionadas por la comisaria Paula Nascimento, galardonada con el León de Oro de la Bienal de Venecia en 2013, en Uganda, Mozambique, Angola y Sudáfrica, pero también en Portugal y Francia, que tienen una dinámica escena cultural creada por afrodescendientes.
El polo africano es uno de los futuros ejes de crecimiento de Arco, según su directora, Maribel López. El otro es afianzar la identidad lusa de la cita, que en esta ocasión acoge 23 galerías portuguesas (el 35% de las participantes), entre ellas clásicas como Filomena Santos, Pedro Cera, Galería 111 o Miguel Nabinho. “Queremos seguir reforzando en la escena local la idea de que esta feria les representa y que pretendemos reforzar el diálogo entre galerías españolas y portuguesas”, expone a EL PAÍS. La estabilidad del evento, que organizan Ifema y la Cámara Municipal de Lisboa, está asegurada. “Obviamente que ARCOlisboa es para continuar, está dentro de mis prioridades políticas”, declaró el alcalde Carlos Moedas hace unos días. “La idea es proseguir y empezar a hablar del acuerdo para las próximas ediciones”, ha precisado esta tarde la directora. El convenio firmado entre Ifema y la Cámara Municipal de Lisboa incluía una financiación anual de 180.000 euros durante tres años. Aunque el acuerdo finalizaba en 2020, para esta edición se ha prorrogado.
Al margen del dinero, lo que ARCOlisboa saca a la luz son heridas de la sociedad actual y sus dificultades para digerir el pasado. Uno de los estigmas con los que tiene lidiar el siglo XXI es el colonialismo, una reflexión presente en el arte contemporáneo desde hace unas décadas, aunque solo recientemente está entrando en el terreno político. En Portugal, el debate sobre el trauma histórico de esa etapa está más presente en la vida artística que en la parlamentaria. Se percibe en ARCOlisboa en las obras de Fidel Évora, que nació en Cabo Verde y creció en Barreiro, una localidad de 43.000 habitantes en el área de influencia de Lisboa. Mezcla el arte urbano de la orilla sur del Tajo y el criollo portugués que se habla en Cabo Verde. Un combinado de paradojas y contradicciones que se plasma en sus falsos autorretratos, o en la obra que dedica a Alcino Monteiro, el caboverdiano asesinado una noche de 1995 en el Barrio Alto de Lisboa por una panda de neonazis, que se muestra en la galería Movart, con sedes en Angola y Portugal.
Y se ve, y es su razón de ser, en la muestra Europa oxalá, que se expone en la Fundación Calouste Gulbenkian, en Lisboa, hasta el 22 de agosto, visitada por la delegación de Arco el día previo a la inauguración de la feria. A partir de la obra de 21 artistas que residen en Francia, Bélgica y Portugal, tres antiguos imperios, y que se sienten atrapados en esa doble identidad europea y africana, la exposición ataca el relato oficial de la historia contemporánea contado desde las antiguas metrópolis. La malgache Malala Andrialavidrazana, por ejemplo, se apropia de objetos científicos como mapas, diccionarios o esquemas para sacar a la luz la profunda subjetividad de algo en apariencia tan neutro como la cartografía, utilizado durante décadas para avalar una teoría racial discriminatoria.
Pero quizás sea la serie fotográfica Afro Descendentes, de Pauliana Valente Pimentel, la que expresa con más contundencia las convulsiones identitarias de quienes crecen sobre historias antagónicas. Una de sus retratadas fue la portuguesa Isabel Zuaa, que habló sin metáforas: “Yo nací en un país de Europa que está constantemente diciendo que yo no soy de aquí”.
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