La literatura infantil y juvenil en castellano confirma su mayoría de edad en Puerto Rico
“Los niños y los adolescentes leen, y mucho; son los lectores más fieles”, señala la escritora Chiki Fabregat en el I Congreso de escritores celebrado en la isla
El diario The New York Times publicó recientemente un extenso artículo sobre la proliferación de títulos cochinos en la literatura infantil y juvenil que se edita en Estados Unidos. Y lo hizo como quien descubre la pólvora, como si el mercado se hubiera visto de repente inundado por un torrente de libros de contenido gamberro, grosero e indecente, o cualquier otra manifestación de lo incorrecto, para un público, el infantil, que disfruta de la escatología. Títulos subversivos —es el calificativo usado por el diario— como Necesito un culo nuevo, Todo el mundo hace caca, De qué color es la caca de un unicornio o Casi todo el mundo se tira pedos. La lectura del primero, vía Zoom, provocó el despido de un profesor auxiliar de una escuela primaria en Misisipi por elegirlo. El titulado Bebé antirracista, en cambio, ha batido récords de venta en Internet tras ser criticado por los republicanos durante el proceso de confirmación de la nueva jueza del Tribunal Supremo, Ketanji Brown Jackson.
¿Qué opina al respecto Chiki Fabregat, reconocida autora de literatura infanto-juvenil (LIJ) en lengua castellana? Pues que rasgarse las vestiduras a estas alturas, con títulos gamberros en el mercado hispano desde hace décadas, es cuando menos anecdótico. “La escatología les encanta a los niños”, subraya, “no es ninguna novedad esa temática, hace años se publicó en España un libro muy popular, El topo que quería saber quién le había hecho aquello en la cabeza, sobre un roedor que un día descubre una mierda en la coronilla”. Nadie se hizo cruces al respecto cuando se publicó, en 2007; el libro, editado por Alfaguara Infantil y destinado a no lectores de cero a dos años, se cuenta entre los clásicos de la LIJ.
A Fabregat, que la semana pasada participó en el I Congreso Internacional de Escritores celebrado en Puerto Rico, le preocupan más otros asuntos, como por ejemplo las obras que consagran las relaciones tóxicas, disfrazadas de novela romántica, entre adolescentes (el caso de After, un superventas “vomitivo” escrito por Anna Todd); y, por encima de todo, el ninguneo al que la opinión publicada somete a la literatura infantil y juvenil, “que no es un género, como la policiaca o la romántica, porque los engloba todos”. Fabregat, profesora de la Escuela de Escritores y premio SM Gran Angular 2021 por su novela El cofre de nadie, insiste empero en que no hay necesidad de defender la LIJ “porque esta se defiende sola”. “Los niños y los adolescentes leen, decir lo contrario no se ajusta a la realidad; son los lectores más fieles que hay. De hecho, la LIJ soporta el mercado editorial -la mitad de la Feria del Libro de Madrid está dedicada a la LIJ-, pero pese a ello no tenemos ningún espacio en medios ni difusión”.
Fabregat, que protagonizó una anécdota en el congreso -recibió una veintena de libros de autores locales tras disculparse ante el público por su desconocimiento de la LIJ caribeña- recuerda las filas de niños y adolescentes en las firmas de libros de las ferias. “A los niños les atrapan la historia y sus personajes; a los adolescentes, el autor”, explica. “Los autores de LIJ somos más accesibles” que los de la literatura para adultos, una definición que aborrece, mientras los lectores son particularmente más activos. “Hacen clubes de lectura; tienen blogs, recomiendan títulos en Twitter, tienen grupos de lectura conjunta en Telegram y algunos booktubers, un verdadero fenómeno, tienen muchos seguidores”, insiste la escritora, para romper el cliché que presenta a los más jóvenes como criaturas pegadas a una pantalla y ajenos a los libros.
Mientras participaba en el Congreso de Puerto Rico, llegaban a su domicilio de Madrid los primeros ejemplares de su última novela, Recuérdame por qué he muerto, que tardó seis años en publicar porque trata del suicidio juvenil. “Los jóvenes lo entienden todo. Aunque sin duda hay una ética o responsabilidad por parte del autor; yo, por ejemplo, nunca incluiría sexo explícito, ni una violación, en el argumento. Son mentes que se están formando y me siento muy responsable al respecto, creo que hay que tratar con sumo cuidado a los lectores”.
Más allá de los clásicos —uno de ellos , el cuento de Caperucita Roja, fue deconstruido por la escritora en el congreso— y de las modas —imposible sustraerse al tirón de títulos como Harry Potter o Crepúsculo, y sus émulos—, Fabregat confiesa su admiración por los creadores de LIJ ingleses y nórdicos, “siempre los más rompedores, como el gran Roald Rahl”, a cuyo lado los latinos y los estadounidenses, “más influenciados por la religión”, se muestran más timoratos. “Pero se puede hablar de todo, siempre que se haga con responsabilidad”.
Si, como en un juego de matrioskas, la literatura infanto-juvenil es habitualmente la muñeca más escondida de la Literatura con mayúsculas, la LIJ caribeña y, por extensión, latinoamericana, ocuparía el último lugar, por falta de difusión editorial allende los respectivos países. “Hay muy poco trasvase; conozco algunos autores [latinoamericanos], pero porque publican en España…”. Una ignorancia que el I Congreso Internacional de Escritores de Puerto Rico ha intentado remediar, dando al panel de LIJ idéntica categoría que al resto, y que la generosidad de los asistentes a la feria celebrada en Caguas intentó paliar entusiasta y generosamente. La mochila literaria de Fabregat volvió de Puerto Rico más cargada, más plena.
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