Doctor Will y Mr Smith: cómo un bofetón tumbó la carrera de la estrella perfecta
Las memorias del actor, recién publicadas, ofrecen pistas sobre la agresión a Chris Rock en la gala de los Oscar que ha provocado su renuncia a la Academia de Hollywood
Fue la mejor de sus noches y la peor de sus noches. Y entre una y otra apenas transcurrieron 40 minutos, el tiempo que pasó desde que Will Smith le arreó un bofetón al cómico Chris Rock por hacer un chiste sobre la alopecia de su esposa, Jada Pinkett Smith, y hasta que el actor pronunció el desconcertante discurso de aceptación de su primer Oscar. Escrutados durante la semana desde todas las escuelas de análisis posibles, los impulsos de Smith de aquella noche desembocaron el viernes en su renuncia como miembro de la Academia de Hollywood, cinco días después de alcanzar la gloria por su papel como el padre de las tenistas Venus y Serena Williams en El método Williams.
“La lista de aquellos a los que he hecho daño es larga e incluye a Chris, a su familia, a muchos de mis amigos y seres queridos, a quienes estaban presentes [en la gala] y a quienes lo vieron en todo el mundo desde sus casas. Traicioné la confianza de la Academia y privé a los nominados y ganadores de una oportunidad de celebrar y de ser celebrados por su extraordinario trabajo”, dijo Smith en la disculpa enviada a la prensa. El intérprete prefirió tomar la iniciativa (que implica que no podrá votar en los premios, pero sí ganarlos) y ha dicho que acatará cualquier medida disciplinaria. David Rubin, presidente del órgano rector de los galardones de cine más famosos del planeta, anunció, por su parte, que sigue adelante el proceso de sanción, y que el castigo se dará a conocer el 18 de abril.
Desde las butacas del teatro Dolby, esos casi 40 minutos se vivieron como una eternidad con pausas para los anuncios. Denzel Washington, Tyler Perry y Bradley Cooper se acercaron a consolarlo y darle consejos, mientras la publicista de Smith, a quien invitaron a que abandonara la gala (o no, no está del todo claro), fue y vino con gesto crispado. La policía de Los Ángeles mandó un aviso de “listos para entrar en acción”. Pero no hizo falta: según aseguró el productor del espectáculo Will Packer en una entrevista a la cadena ABC, que tenía los derechos de la retransmisión de los premios, el desinterés por ahondar en el conflicto de Chris Rock, que hay que reconocer que encajó con deportividad el golpe, evitó que Smith saliera escoltado de la escena del guantazo.
El actor, que inicialmente prefirió celebrar la mejor de sus noches yéndose de fiesta, ha ido despertándose en los siguientes días con la resaca de la peor de sus noches. Primero se disculpó en Instagram con un escueto texto, con aire de esquela. Y ha terminado la semana enviando un comunicado que, desde ya, es candidato al Oscar al mejor mea culpa del año. De momento, Smith, famoso por su locuacidad, sigue sin hablar.
Hasta que lo haga, queda acudir a Will (Zenith) —autobiografía publicada , a sus 53 años, el pasado otoño― en busca de las respuestas a muchas de las preguntas que siguen flotando en el aire. El libro ofrece amplias rendijas para asomarse a la tragedia de un hombre concentrado durante toda su vida en convertirse en “la mayor estrella de cine del mundo”, salvo durante esos minutos en los que fatalmente se distrajo de su misión ante 16,6 millones de personas solo en Estados Unidos (un 58% más que el año pasado, que de eso también se trataba). Las memorias, escritas con Mark Manson, gurú de la autoayuda y autor de El sutil arte de que todo te importe un carajo, también contienen pistas para explicar lo inexplicable: ¿qué hizo que Smith perdiera el control y pensara que era buena idea responder a un chiste de dudoso gusto empleando la violencia?
Para Manson, la clave está en el término “cobarde”, que aparece 17 veces en el libro (la combinación de las palabras Chris y Rock no sale ninguna, aunque el cómico apareció travestido en un episodio de El príncipe de Bel Air, primer éxito televisivo de Smith, y hay en las agencias gráficas imágenes de ambos en actitud amistosa en varias entregas de premios y estrenos a lo largo de los años).
“Siempre me he considerado un cobarde”, dice el actor en la primera frase del primer capítulo. “En casi todos los recuerdos de mi infancia tengo miedo: de otros niños, de que me hagan daño o de hacer el ridículo; miedo de aparentar ser débil. Pero, sobre todo, tenía miedo de mi padre”, recuerda antes de relatar el episodio del libro más comentado por las primeras reseñas: en él, el chico tiene nueve años y el progenitor, su “héroe”, pega un puñetazo a su madre con tanta fuerza que esta se desploma y escupe sangre. “Aquel momento en el que no supe defenderla, más que cualquier otro, ha definido lo que soy (...) Lo que debéis entender es que ‘Will Smith’, el rapero mata-alienígenas [protagonista de Hombres de negro], la estrella de cine más grande que la vida, es en gran medida una construcción diseñada para protegerme. Para esconderme del mundo. Para enterrar a ese cobarde”, añade.
Ese miedo a no dar la talla es, cuenta en el libro, lo que le ha llevado a obsesionarse por el triunfo y por lograr la aprobación de los demás: su familia, los chicos del barrio, sus fans y, sobre todo, su esposa, a la que, lo repite con insistencia, idolatra. Charlie Mack, uno de esos amigotes, que fue su primer guardaespaldas, le da el siguiente consejo en un momento del libro, cuando está empezando su carrera y muchos en el mundo del rap se meten con él por ser “demasiado cursi”: “Parte a esos cabrones la cara. Y ya verás cómo no vuelven a decirlo”. “Y eso fue lo que hice durante una época. Si alguien me faltaba al respeto, le daba un puñetazo (y corría a resguardarme detrás de Charlie)”, añade el actor.
Escrito con el candor de una conversación que otro se encargará de transcribir, Will (cuyo título en inglés juega con el nombre de pila de la estrella y con el sustantivo “voluntad”, en inglés) pretende ser lo que en la jerga del entretenimiento estadounidense se conoce como un tell all. Y Smith se esfuerza en contarlo todo: desde sus líos con Hacienda hasta sus 14 ceremonias de ayahuasca, planta alucinógena que emplea como “método de conocimiento”, pasando por sus reflexiones sobre el distinto arte de hacer reír “a negros y a blancos”, que ahora cobran nuevo sentido. “Mis amigos negros”, escribe, “exigían crudeza: humillaciones, insultos, faltas de respeto y mucho mejor si el chiste suponía dar una lección a alguien: justicia kármica, incluso si ese alguien eran ellos. Como personas negras, nos encanta reírnos de nosotros mismos. Bromear sobre nuestros dolores y nuestros problemas hace nuestras tragedias un poco más soportables”.
Pero sobre todo, se afana en mostrarse como un ser vulnerable, en perpetuo aprendizaje, que narra sus logros con la incredulidad del pobre chico de Filadelfia que conquista primero el mundo del rap, junto al colega Jazzy Jeff; luego la televisión, con El príncipe de Bel Air; y finalmente el favor del público, con películas como Independence Day o Wild Wild West, y el aplauso de la crítica y de la profesión, que lo había nominado en dos ocasiones anteriores: por Ali (2001, sobre el legendario púgil) y por En busca de la felicidad (2006), que protagonizó junto a Jaden, el segundo de sus tres hijos.
El actor fue también el segundo de una familia formada por un vendedor de hielo llamado Will Smith y por Carolyn Elaine Bright, una licenciada universitaria que fue saltando de un trabajo a otro sin demasiada fortuna. Esta semana, Bright declaró sobre el incidente en una televisión local que el domingo fue “la primera vez” que veía a su hijo “hacer algo así”. Por lo demás, no es verdad lo que decía la traducción española de la sintonía de El príncipe de Bel Air: Smith no “crecía y vivía al Oeste en Filadelfia, sin hacer mucho caso de la policía”. Más bien lo educaron en un colegio católico con reglas estrictas. Y tuvo una infancia complicada. Su padre pegaba a su esposa y a sus tres hijos. “Casi siempre que me golpeaba, lo vivía como una injusticia. No era el tipo de niño que lo mereciera”, escribe. Cuando él tenía 13 años, su madre dijo basta. Un día se fue a trabajar y nunca volvió. Se mudó con Gigi, la abuela, una de las grandes influencias en la formación del actor; ella era quien lo llevaba los domingos a la iglesia.
Pese a la violencia, Smith mantuvo la relación con el padre, a quien llamaba Daddio (algo así como papito). En cierta ocasión, en julio de 1996, este despertó a su hijo de madrugada con una llamada telefónica para celebrar el fenomenal éxito de taquilla de Independence Day, la película que hizo de Smith una estrella del cine de acción. “Aquello fue una victoria para él”, recuerda. “Era violento, pero estuvo en cada partido y en cada concierto. Era un alcohólico, pero acudió sobrio a cada uno de mis estrenos”, añade sobre el padre. Unas páginas después, confiesa que cuando lo cuidaba, ya viejo y postrado en una silla de ruedas, por su mente cruzó la idea de matarlo para vengar a su madre de las palizas recibidas. No lo hizo, y asistió a su muerte a través de una videollamada desde el rodaje de la película Bright (2017).
En el bosque de ramalazos ególatras que es Will, resulta enternecedor el modo en el que Smith da cuenta de sus logros en el libro, con una mezcla de incredulidad e inmodestia. Como cuando resume “los 10 años que siguieron a Independence Day” como la época en la que hizo ganar a las productoras “más de 8.000.000.000 (sic) millones de dólares de ingresos globales por taquilla”. Tal cual, como si con cada cero se colgara una medalla. O como cuando, a la manera del personaje que interpreta en Seis grados de separación (1993), un pícaro que se hace pasar por lo que no es (el hijo de Sidney Poitier) y engaña a una señora de la alta sociedad neoyorquina (Stockard Channing), explica cómo dio con la clave del éxito: estar, como los buenos políticos, siempre en campaña. El actor descubrió que la taquilla de una de sus películas en un país, y pone el ejemplo precisamente de España, podía pasar fácilmente de los “10 o 15 millones a los 25″ si él viajaba a hacerse el simpático en televisión, a fotografiarse con los fans y a firmar autógrafos sin parar (su modelo en eso fue, dice, Tom Cruise). “Los estudios se gastaban 150 millones de dólares en tapizar de carteles con mi cara todos los países del mundo”, escribe. “Pero en mi mente, yo nunca estaba promocionando una película; estaba usando esos 150 millones de dólares para venderme a mí mismo”.
Mucho antes de tener las cosas de los negocios tan claras, Smith tuvo otra epifanía: en el libro cuenta que supo por primera vez a los cinco años que quería ser un hombre de familia. En la adolescencia no pensaba en conquistar muchas novias o en batir plusmarcas sexuales. “Mi fantasía era dedicarme a una sola mujer… fantaseaba con colmarla de devoción y de afecto. Ser el mejor hombre que había conocido nunca, cumplir todos sus sueños, solucionar sus problemas y librarla de cualquier dolor”. “A lo largo de mi vida, me ha perseguido un agonizante sentimiento de que le estoy fallando a mis parejas”, confiesa en otro momento.
Smith conoció a esa mujer, Jada, en el ocaso de su primer matrimonio, a través de unos amigos en común, en un club de Los Ángeles. El chispazo fue inmediato, pero el actor se sentía inseguro al principio. Ella, cinco años menor, estudió en Baltimore en la escuela de arte con su mejor amigo, la leyenda del hip-hop Tupac Shakur. El actor sentía celos del rapero por su pasión y por su activismo. “Cuando Jada se prometió conmigo (...), sentí que entonces yo ya no era un cobarde. Pocas veces me he visto más respaldado”, escribe. Smith estuvo “en muchas ocasiones en la misma habitación que Shakur”, que murió a balazos a los 25 años en 1996, pero nunca se atrevió a hablar con él.
La pareja se casó al año siguiente, sobre todo por el empeño de la madre de ella. Pinkett Smith estaba embarazada de su primer hijo juntos, Jaden (el intérprete tiene otro hijo mayor, de su anterior relación). “Jada no creía en el matrimonio convencional, y se burlaba de las ceremonias al uso. También tenía dudas sobre la viabilidad de la monogamia como punto de partida para una relación sentimental duradera”. Esas dudas persisten, como quedó claro en julio de 2020, cuando se supo que mantenía un affaire consentido por él con un rapero. En Red Table Talk, programa que Pinkett Smith transmite en Facebook desde el salón de la casa familiar, ambos, que acostumbran a discutir ahí asuntos embarazosos de su vida en común, hablaron entonces sobre su “relación abierta”. Al final de su libro, Smith, que no entra en más detalles sobre ese asunto, escribe que los dos están “simultáneamente un 100% unidos el uno al otro y un 100% libres”.
En la gala, toda la reacción de Pinkett Smith que quedó registrada fue el gesto de poner los ojos en blanco al escuchar la broma de Rock sobre su alopecia, enfermedad que ha hecho esfuerzos por visibilizar para las mujeres que, como a ella, la sufren. Después, solo se ha pronunciado con esta frase en las redes sociales: “Es tiempo de curar, y yo estoy preparada para ello”, escribió el martes. Está por ver si el resto del mundo está también listo para olvidar el momento en el que descubrió que hay un Will Smith que Will Smith prefería haberse guardado para sí mismo y los suyos. Como sentencia el actor en el libro, tras relatar su obsesión, otra, por el Monopoly, que saca sus “instintos de guerrero triunfador” durante una banal Navidad en familia: “Soy un negro en Hollywood. Para poder mantener mi posición no puedo permitirme nunca resbalar”. El pasado domingo, por primera vez, no fue capaz de evitarlo.
Babelia
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