Ilse Losa, la escritora judía que se salvó del nazismo en Portugal
La autora volcó parte de su autobiografía en dos novelas sobre los años del ascenso de Hitler al poder, que ahora se traducen por primera vez en España
A Ilse Losa (Melle-Buer, Alemania, 1913-Oporto, 2006) le dieron cinco días para presentarse en las oficinas de la Gestapo en Berlín. Habían interceptado una carta donde la joven alemana de aspecto ario y religión judía criticaba a Hitler. Era 1934. Hacía dos años que el Partido Nazi había ganado las elecciones. En 1933 se había abierto el primer campo de concentración, en Dachau, para encarcelar a presos políticos, pero el país, en una espiral de crisis económicas y políticas, llevaba una década dando pasos hacia el despeñadero. Losa había asistido al progresivo hostigamiento hacia los judíos en pueblos de la Baja Sajonia donde antes habían convivido en paz. Empleó los cinco días en huir del país y refugiarse en Portugal. Llegó en barco a Oporto, donde la aguardaba uno de sus hermanos. Al año siguiente se casó con el arquitecto modernista Armenio Losa. Tuvieron dos hijas.
En 1949 publicó en portugués una novela autobiográfica, El mundo en que viví, que daba algunas respuestas sobre la expansión de la locura nacionalsocialista con más viveza que los libros de historia. La obra pasó entonces desapercibida como también le ocurrió en 1952 a su segunda novela, Río sin puente, otra vuelta de tuerca a la Alemania del desempleo, la pobreza y el ascenso de Hitler. Ambas han tardado 50 años en difundirse en España hasta que la editorial gallega Hércules se interesó por la autora y publicó su ópera prima en 2019. A finales de 2021 salió Río sin puente. Ambos libros, traducidos por Ana Cristina Vasconcelos y Anxo Tarrío, tienen ahora versiones en castellano y gallego.
Losa alcanzó un gran reconocimiento en Portugal como autora de literatura infantil y juvenil (recibió por ella el Gran Premio Gulbenkian en 1984), aunque en su vasta producción (más de una veintena de títulos) exploró otros géneros como el relato corto o la crónica y la traducción al portugués de Brecht o el Diario de Anna Frank. Su ciclo germano pasó por un desierto de décadas. “Escribió artículos periodísticos, cuentos y novelas inspiradas en Portugal, pero tardó casi 40 años en volver a publicar las obras sobre Alemania. Cuando lo hizo, decidió reescribirlas casi por completo porque le parecía que el portugués que manejaba entonces no era bueno”, recuerda su hija, Alexandra Losa, en una casa de Oporto cercana al Duero. A excepción de unos diarios redactados en alemán y que permanecen inéditos, Ilse Losa abrazó el portugués como lengua literaria y se convirtió en uno de los raros escritores que, como Nabokov, Kundera o Conrad, triunfaron en un idioma distinto al nativo.
Para Ana Cristina Vasconcelos, traductora de Losa y profesora de Literatura en la Escuela Superior de Educación de Oporto, su escritura comparte rasgos con otros supervivientes del Holocausto. “Ella fue una víctima pasiva, que logró salir a tiempo de Alemania y no pasó por los campos de concentración, pero cualquier escritor que haya sido víctima directa o indirecta, como Primo Levi o Ilse Losa, tiene una forma específica de escribir, con frases directas y una frialdad que choca al lector”, sostiene. “El texto no llora, pero el lector sí”, añade.
Losa mira con inocencia la corrosión ética de la sociedad alemana de los años veinte y treinta y la refleja con sencillez. En un pasaje escribe: “Y de nuevo quiero aprender a llorar desamparada y en silencio, como en la infancia”. Ahora que se sabe cómo acabó todo, el relato resulta aún más sobrecogedor. “A veces en los textos sencillos encuentras verdades con las que todos nos sentimos identificados. El mundo en que viví explica muy bien cómo se observaba y se permitía el acoso a los judíos. A mí me sigue impresionando que Ilse Losa se salvara de una detención inmediata por ser rubia y de ojos azules”, reflexiona Laura Rodríguez Herrera, editora de Hércules.
Las obras de Ilse Losa se tradujeron al alemán antes de la caída del muro de Berlín en 1989. Su hija Alexandra recuerda que se publicaron en la República Democrática Alemana (RDA) antes que en la parte occidental. “Hubo bastante interés en su obra en los ochenta y noventa, incluso hay un documental hecho en Alemania, pero creo que en este momento solo se habla de ella en sectores concretos como los estudiosos de la literatura del exilio o círculos judaicos”, opina Ana Cristina Vasconcelos.
En Portugal, sin embargo, sigue vigente, aunque la reedición de sus obras está atascada por la desaparición de su sello y la gestión de derechos de autor. El mundo en que viví, capaz de atraer a un niño de 12 y a su abuela de 90, está incluido en el Plan Nacional de Lectura y ha tenido 39 ediciones en el país. La historia de Rose, la pequeña judía que asiste a la transformación del mundo de los adultos desde el final de la Gran Guerra hasta las crisis de los treinta, es una parábola del presente. “Debe continuar siendo leída, sobre todo en estos momentos de ascenso de la extrema derecha en muchos países y en este contexto de guerra porque nos habla de cosas muy actuales y hace pensar a los lectores sobre su ceguera. Ilse Losa fue portavoz de todas las personas silenciadas en aquella época”, observa su traductora.
El episodio real de la escritora con la Gestapo se recoge en su novela autobiográfica con mínimas variaciones. En realidad Losa nunca supo si se salvó por su aspecto ario (cabello rubio y ojos claros) o por cualquier otro azar. Su visión del Holocausto fue también particular, según su traductora. “Busca un equilibrio, advierte de que no hay que confundir a los alemanes con los nazis y nos enseña a ponderar e intentar comprender las razones que llevan al otro a actuar de cierta forma”. Río sin puente, protagonizada por dos jóvenes germanos, es la novela donde, señala Vasconcelos, “ella plantea que hasta los descendientes de los nazis tienen derecho al perdón”. Una de las grandes escritoras portuguesas del siglo XX, Agustina Bessa-Luis, elogió la novela en el diario O Primeiro de Janeiro: “Hay libros que con el tiempo se destilan como bebidas espirituosas. Dejan la ligereza temporal y solo quedan la lágrima y el perfume”.
Babelia
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