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La banda sonora de Brasil que la censura (y Bolsonaro) intentaron silenciar

Chico Buarque, Caetano Veloso, Gilberto Gil y otros hablan en el libro ‘Mordaça’, recién publicado en Brasil, sobre las canciones que les vetó la dictadura

El cantante brasileño Chico Buarque, durante una actuación en los Países Bajos, en mayo de 1988.Foto: FRANS SCHELLEKENS (REDFERNS)
Naiara Galarraga Gortázar

Fue un lunes del invierno carioca, el 29 de julio de 1985. Cientos de artistas, intelectuales y productores culturales se dieron cita en un teatro de Río de Janeiro para enterrar solemnemente la censura. Despedían las mordazas y celebraban que sus obras iban a poder circular sin cortapisas. No fue un guateque de amigos sino una ceremonia oficial. El ministro de Justicia presidía la velada porque, tras dos décadas de dictadura militar, los civiles acababan de recuperar el poder. “Las ocho de la tarde es muy pronto”, se quejaba en el evento Chico Buarque, según escribió décadas después un periodista que lo cubrió.

El noctámbulo compositor volcado ahora en escribir estaba allí por su relevancia artística y porque durante los años de plomo era la gran obsesión de los censores. Fue el más perseguido, cuenta Mordaça, un libro recién publicado en Brasil, que a través de entrevistas con Buarque, Caetano Veloso, Gilberto Gil… otros 25 músicos y un abogado —personaje clave— reconstruye cómo sufrieron y resistieron la censura. Mordaça (Sonora Editora) es también una playlist con las casi 100 canciones mencionadas.

Aquel acto en el Teatro Casa Grande fue en realidad un velatorio, no un entierro, porque la censura moralista —en defensa de Dios y la familia— persistió en democracia, decían los autores durante entrevista por videollamada el jueves pasado. “Y con el Gobierno Bolsonaro el tema es actual porque cada día hay una nueva historia”, apunta el periodista João Pimentel, de 52 años.

La victoria electoral de Bolsonaro dio un nuevo significado al gran himno de la izquierda brasileña, la samba Apesar de você. Compuesto por Chico Buarque en 1970, vivió una auténtica peripecia. Fue aprobado por una censora que en aquellas estrofas que decían “A pesar de usted / mañana ha de ser / otro día. / Yo quisiera saber / dónde se va a esconder / de esta enorme alegría” vio una simple canción romántica, no una sutil crítica al régimen militar de Emilio Garrastazu Médici. Fue un éxito sensacional. Vendió 100.000 copias hasta que los generales entendieron el sentido real. Asaltaron la discográfica PolyGram, destruyeron las copias y se acabó la fiesta. “Los tipos se sintieron engañados. Se convirtió en algo personal”, explica el cantante en Mordaça. En cada interrogatorio, le inquirían si se refería al Gobierno militar. “No, es sobre una mujer muy mandona, muy autoritaria”, respondía.

Ocho años duró el veto. El ir y venir entre los artistas, las discográficas y los censores era asunto de abogados como João Carlos Muller, que trabajaba para PolyGram. Cuenta las enormes dosis de paciencia y persuasión que necesitó desplegar, sobre todo en los años más duros, cuando los generales cerraron el Congreso y vetaron el habeas corpus. Logró salvar de la quema infinidad de canciones. “Si no fuese por el trabajo de Muller, no conoceríamos muchos clásicos” de la música brasileña, recalca el coautor Zé McGill, de 44 años.

Por ejemplo, Cálice, compuesta por Buarque con Gilberto Gil, porque el título, cáliz en portugués, suena como cállese. Cuando la cantaron en un concierto, a los pocos compases los censores allí presentes para fiscalizar les cortaron el micrófono. Tres años duraron las gestiones para que volviera a sonar.

Documentos oficiales de canciones vetadas por los censores.
Documentos oficiales de canciones vetadas por los censores.Maedu (SONORA EDITORIAL)

El acoso a Chico Buarque fue tan férreo que se inventó un seudónimo, Julinho da Adelaide. Periodistas cómplices publicaron entrevistas inventadas con aquel falso músico de favela. Da Adelaide firmó solo tres obras porque el engaño al régimen duró poco. Pero fue tan profunda la huella que le dejó la persecución a Buarque que a los 77 años recuerda los nombres de quienes prohibían o mutilaban sus letras. El general Assunção, el coronel Átila…

“Más que censurado, Caetano Veloso fue preso y exiliado”, escriben los autores. Afirma el cantante en Mordaça que todo aquello de la censura le parecía ridículo. Ninguna de sus canciones fue vetada antes de ser encarcelado con Gilberto Gil. Pasaron dos meses en prisión acusados de faltar al respecto a la bandera y al himno nacional. Al salir, los confinaron en su Bahía natal hasta que colmaron la paciencia de los generales. Los querían más lejos, en el exilio. “Fue la peor etapa de mi vida”, confiesa Veloso.

En su autobiografía Verdad tropical, el artista relata que, como no tenían dinero para marchar al extranjero, negociaron con los militares dar un concierto y recaudar fondos. Aceptaron. Y fue así que el dúo pudo partir al exilio en Londres.

Ninguno de los pocos censores que aún viven quiso hablar con los autores. Ambos lamentan especialmente que la mujer más perseguida, la compositora y rockera Rita Lee, declinara su invitación.

Un letrero avisa de la censura de canciones en un LP.
Un letrero avisa de la censura de canciones en un LP.SONORA EDITORA

Los artistas brasileños no vivieron nada semejante a la brutalidad con la que los militares chilenos asesinaron a Víctor Jara. La Comisión de la Verdad brasileña cifró en 434 los muertos y desaparecidos entre 1964 y 1985; fueron más de 3.000 en Chile, y 30.000 en Argentina.

La obsesión de Doña Solange

Pero tener en la Presidencia de la República a un militar retirado como Bolsonaro, abiertamente nostálgico del régimen militar, defensor de la tortura y que considera a los artistas una banda de comunistas peligrosos subvencionados por las arcas públicas, resucitó viejos temores entre compositores, cantantes, cineastas… y creadores en general. “Desde que llegó al poder, el Gobierno brasileño de ultraderecha colecciona casos de censura en diversas áreas culturales”, escriben Pimentel y McGill en el epílogo. La suspensión de subvenciones para series televisivas de temática LGTBI, la retirada de un cómic con dos superhéroes besándose en portada o el veto en la televisión pública al clip O Real Resiste, del cantante Arnaldo Antunes, son algunos ejemplos.

Por las páginas pasean también los censores, con un papel destacado para doña Solange, omnipresente en los hogares brasileños en los ochenta. Antes de cada programa, película o telenovela salía un aviso: producción aprobada por Solange Hernandes. Silenció 2.500 canciones.

Doña Solange tuvo tal fijación con el rockero Leo Jaime que durante un tiempo ni una sola de sus canciones pudo sonar en la radio. En el auge de la persecución, el compositor le dedicó una canción. Una versión del éxito So Lonely, de The Police. La grabación fue enviada a doña Solange como exigía la ley. La aprobó. “Creo que le encantó. Hasta quería hacer copias para los amigos. No era una letra irrespetuosa, aunque al final decía: ‘Doña Solange, deje de censurarme”, revela el cantante.

En 1985 los militares abandonaron el poder. El ejército de censores, que incluyó al padre de la bossa nova Vinicius de Moraes o al capitán de Brasil en el Mundial de 1950, Augusto da Costa, fue desmantelado. Aquella profesión que requería estudiar derecho, teatro y técnica de censura para aprobar una oposición estaba bien pagada. Y bien vista durante años. Con la redemocratización, pasó a ser motivo de vergüenza. Doña Solange cambió de apellido.

También en Brasil la censura disparaba en ocasiones la curiosidad del público. El vinilo original del primer LP de Blitz estaba listo cuando doña Solange fulminó dos temas para sorpresa de esta banda de rock, que pensaba que eso eran cosas del pasado y de los grandes, como Buarque o Veloso. ¿Solución? Rayaron las dos canciones en el disco antes de empezar a producir las copias. Y así se vendió, con un aviso en la portada del álbum. Exitazo. Vendió 300.000 copias que destrozaron muchas agujas de tocadiscos.

Imagen del LP rayado de Blitz.
Imagen del LP rayado de Blitz.SONORA EDITORA

Pero Ney Matogrosso, con el que fueron implacables porque en aquellos tiempos oscuros ya era un gay sensual y provocador que hacía shows de revista sobre el escenario, explica que nunca grabó algunos de aquellos temas vetados. Cayeron en el olvido para siempre. Y a sus compatriotas que reclaman la vuelta de los uniformados al poder, este hijo de un militar de las Fuerzas Aéreas les advierte: “No saben la cantidad de gente que fue torturada, asesinada, arrojada viva desde aviones. Esas personas no saben lo que están montando para sí mismas. No es solo para algunos… (La dictadura) también es para ellos”.

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Sobre la firma

Naiara Galarraga Gortázar
Es corresponsal de EL PAÍS en Brasil. Antes fue subjefa de la sección de Internacional, corresponsal de Migraciones, y enviada especial. Trabajó en las redacciones de Madrid, Bilbao y México. En un intervalo de su carrera en el diario, fue corresponsal en Jerusalén para Cuatro/CNN+. Es licenciada y máster en Periodismo (EL PAÍS/UAM).

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