Paul Thomas Anderson: “La nostalgia es el sentimiento que nos permite olvidar las dificultades”
El cineasta estadounidense estrena ‘Licorice Pizza’, una inmersión en la inocencia juvenil de la California de 1973 y su visión del viaje iniciático de Peter Pan y Wendy
Licorice Pizza es la película antipandemia: repleta de caras sonrientes, muchas relajadas, henchidas de amor, otras enfadadas ante el mundo que ve venir en un 1973 en el que empiezan a truncarse algunos sueños; largas tomas que desbordan nostalgia de contacto físico; cielos limpios y cuerpos sudorosos... El filme se estrena en España el viernes 11 de febrero, es el noveno de Paul Thomas Anderson (Studio City, California, 51 años), y bebe de otros títulos suyos como Embriagado de amor o Puro vicio. Cuando el resto del mundo se lanza al cine crepuscular, Anderson presenta un canto a la vitalidad, al primer amor, a los tiempos de desaforada acción juvenil, al dejarse llevar por las pasiones, aunque no permite que el espectador se sumerja en un baño de inocencia. “De crío me moría de ganas de convertirme en adulto. Pensaba que encontraría todas las respuestas a la vida. Mi padre no me avisó de que la cosa se complicaría y que, además y por supuesto, no había respuestas”, confiesa en tono alegre.
Anderson responde al teléfono desde Los Ángeles. La entrevista se realiza durante las Navidades y se alarga media hora, el cineasta de Boogie Nights, Magnolia o Pozos de ambición se muestra hablador y reflexivo: pide tiempo para construir sus respuestas y retrocede en alguna ocasión pidiendo perdón. En su cine nunca ha regateado los temas espinosos, ni las situaciones emocionalmente cuestionables. A menudo, dejando espacio para la sutileza, gracias probablemente a que sus actores, como el fallecido Philip Seymour Hoffman o el retirado Daniel Day-Lewis, entendieron su apuesta.
En Licorice Pizza se ha rodeado de sus colaboradores habituales (su esposa Maya Rudolph, John C. Reilly o el músico Jonny Greenwood), de otros veteranos deseosos de trabajar con él (Sean Penn, Tom Waits o Bradley Cooper, en un papel que iba a interpretar Leonardo DiCaprio, cuyo padre, en cambio, sí aparece en la cinta) y una hornada de nuevos actores, encabezada por el debutante Cooper Hoffman, el hijo de Philip, y Alana Haim, la cantante del grupo Haim, del que Anderson ha dirigido varios vídeos musicales. Ellos dos dan vida a Gary, un quinceañero de optimismo desbordante y repleto de iniciativas, y a Alana, una chica 10 años mayor, tan inmadura y errática como hipnótica. Su relación crece en el valle de San Fernando en 1973, un territorio abierto a la aventura.
Pregunta. ¿No son en realidad Gary y Alana su versión de Peter Pan y Wendy?
Respuesta. Por supuesto. Gracias por decirlo. Son Peter Pan y Wendy en la era del amor. Yo mismo me percaté a mitad del rodaje, y de repente contextualicé la relación. Ocurrió en una secuencia en la que están con los otros adolescentes del grupo musical de Gary, y vi que era la cuadrilla de chavales de Peter Pan.
P. Cuando leemos la historia de Peter Pan o vemos las películas que se han hecho sobre ella, sabemos que se desarrollan en un presente que, sin embargo, destila nostalgia. Y eso le pasa a Licorice Pizza. Viven en 1973 y a la vez desde la pantalla se siente cierta nostalgia.
R. Es gracioso, porque hablamos mucho de la nostalgia durante la creación de la película. El ser humano siente melancolía respecto de las mejores partes del pasado. Nos gusta revisitar aquellos momentos, en los que sentíamos que todo era más inocente y sencillo. Pero esto es porque nos quedamos en la superficie de lo que vivimos. En realidad, si hiciéramos una reflexión honesta sobre tiempos pasados, recordaríamos que no todo era felicidad. Se puede aplicar a aquel 1973. La nostalgia es el sentimiento que nos permite olvidar las dificultades.
P. Ha dicho que no se sentía cómodo con la etiqueta de autor (en inglés, usó el término francés auteur). ¿Por qué?
R. Soy un cineasta considerado serio que se vuelca todo lo posible en sus películas. Pero hasta ahí. Desde luego, en el día a día no puedes cruzar el salón de tu casa diciendo: “Soy un auteur”. La gente se reiría, mis hijos y mi esposa desde luego no lo permitirían.
P. Sin embargo, tras sus nueve largometrajes, ¿no se siente un cineasta artista?
R. Estoy haciendo lo que siempre quise hacer. Soy un privilegiado porque tengo una maravillosa carrera, basada en una libertad increíble. He tenido mucha suerte, aunque he trabajado muy duro. Es muy extraño. Filmas algo que crees que solo te va a interesar a ti y después encuentras un enorme eco... A veces hasta parece un sinsentido. Lo que hago es como caminar y respirar. Lo haces y punto. No sé decirlo mejor.
P. ¿Necesitaba una película más relajada tras El hilo invisible?
R. Cada vez que acabo una película me urge la ansiedad de empezar algo completamente diferente. Licorice Pizza está protagonizada por adolescentes y jóvenes, por gente que se abre a la vida y afronta el mundo de una manera optimista aunque confundida porque no hay manual de instrucciones. Cuando filmas una historia, y buscas su música y su ambientación, se te va pegando ese estado anímico. Así que cada día iba al rodaje con una enorme alegría. Cuidado, iba con placer al rodaje de El hilo invisible, porque ante la cámara trabajaban un puñado de enormes actores, pero era otra cosa. Se desarrollaba en un mundo más frío.
P. Su vuelta al hábitat del valle de San Fernando, donde ha ambientado varios de sus títulos, ¿es un retorno a casa, al lugar donde se siente seguro?
R. La historia surgió hace muchos años, cuando mi amigo el productor Gary Goetzman me contó algunos de sus recuerdos como actor infantil, sus aventuras, como cuando transportó una cama de agua a casa de Jon Peters [peluquero y novio de Barbra Streisand, un personaje desaforado que encarna Bradley Cooper]. Y eso pasó en el mismo valle donde transcurren algunas de mis anteriores películas. Es cuestión de la ley de la gravedad: no tengo escapatoria. No sé qué voy a hacer ahora, pero es poco probable que vuelva a ese tiempo y a ese sitio [risas]. Necesito dar variedad a mi vida.
P. ¿Pensó desde el principio en juntar a tantos conocidos en la película? Hay tres directores actuando, el hijo de su gran amigo, la protagonista de sus últimos vídeos musicales, el equipo técnico lo conforman viejos conocidos...
R. Pues sí. Tengo cuatro hijos, el mayor de 16, el pequeño de 8, y vivo rodeado de niños y adolescentes. Y de sus amigos, y de los hijos de mis amigos, con rostros asombrosos y enorme talento. No tenía que ir muy lejos para encontrar el reparto. A Cooper le hice una prueba de cámara. Y se salió. Hicimos muchos ensayos, después rodamos rápido. Como si hubiéramos ajustado el metrónomo. Nos alimentamos de las imágenes y el tono de American Graffiti, de aquella máxima narrativa de Billy Wilder de “rueda todo como si nada tuviera importancia, y al final se sentirá la fuerza de lo contado”. Menuda lección. A mí me gusta más que Lubitsch.
P. ¿Licorice Pizza es una película antipandemia? Al final está llena de esperanza, de luz, pero se estrena en tiempos oscuros.
R. Puede, sí. De verdad, no sé. Yo no me puedo levantar apesadumbrado porque tengo familia. No me lo permitirían. Al final del día leo el periódico, y las noticias me pellizcan el corazón. Caer en la tristeza es el camino fácil. En mi casa, cuando nos enteramos de algo horrible, tenemos una costumbre: levantamos las manos al cielo y soltamos: “Alguien ya hizo algo”. Libera. Ser padre es mantenerte optimista, y a la vez en guardia, sin ocultar los problemas.
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