Muere Miguel Muñiz, el gestor cultural que incorporó a Gerard Mortier al Teatro Real
Economista y político, formó parte del equipo de Miguel Boyer, dirigió el ICO y desempeñó una tarea fundamental como gestor cultural
Miguel Muñiz era una de esas figuras que no comprendía la economía sin el arte y viceversa. De hecho, anduvo casi toda su vida entre ambos mundos y supo acoplarlos con maestría. Muñiz, fallecido este lunes en Madrid a los 82 años, tenía la economía en la cabeza y el arte, en casa desde que se casó con la pianista Rosa Torres-Pardo. Por eso, en gran parte, supo hacer confluir sus deberes con sus devociones y así fue como se convirtió también en gestor cultural y llegó a ser director general del Teatro Real entre 2004 y 2012, la etapa que catapultó a la institución hacia el prestigio a nivel mundial.
Pero antes había bregado también en la política. Era licenciado en Ciencias Económicas por la Universidad Complutense de Madrid, se había incorporado como funcionario a la administración del Estado en los años sesenta antes de afiliarse al PSOE en 1975. Desempeñó tareas en el primer Gobierno de Felipe González, concretamente al comienzo como secretario general de Planificación en el ministerio de Economía que dirigía Miguel Boyer y después como presidente del Instituto de Crédito Oficial (ICO), un cargo que desempeñó entre 1986 y 1995.
De lo que se sentía más orgulloso entonces fue de haber impulsado la colección de arte de dicha institución. También presumía en su etapa junto a Boyer de haber dado vía libre a Cultura para la construcción de la red de auditorios nacionales de música que se empezaron a levantar en la década de los ochenta por toda España. Aquella dotación de infraestructuras supuso en gran parte el despegue de los ciclos y programaciones que llevaron definitivamente al país a la modernidad en ese campo tras décadas de atraso.
En 2004 entró en el Teatro Real como director general, a propuesta de la entonces ministra de Cultura, Carmen Calvo. Desde entonces se propuso volver al plan inicial, que había quedado desbaratado en la época de Esperanza Aguirre. Cuando se proyectó la apertura del Teatro Real en los años noventa, la idea era convertirlo en uno de los referentes a nivel mundial dentro de la ópera. Para ello contaban con un proyecto que lideraron Elena Salgado como gerente y Stéphane Lissner como director artístico. La llegada del Gobierno de Aznar arruinó esa iniciativa y lo descolgó de la élite para convertirlo en un teatro más anclado al ámbito local sin referentes en la gestión directa de relieve mundial.
Tras la entrada de Muñiz se volvió a barajar el regreso de Lissner, que desempeñaba su cargo en La Scala de Milán. Pero el gestor francés regateó con las autoridades para afianzarse en la Scala sin la menor intención de volver. Entró en una negociación que sabía desde el principio no acabaría con él en Madrid, donde terminó escaldado de intrigas, zancadillas y desprecios por parte del entonces secretario de Estado de Cultura, Miguel Ángel Cortés y la ministra Aguirre, que lo defenestraron a él y a Salgado en 1996.
Por entonces, Gerard Mortier se había descolgado de su proyecto en Nueva York, donde iba a dirigir la Ópera de la ciudad. La crisis de 2008 redujo su presupuesto de 48 millones de dólares a 26 y dimitió. Fue cuando recibió la llamada de Muñiz para que se incorporara al Real en sustitución de Antonio Moral. Así comenzó la etapa más controvertida del teatro y la que también más proyección internacional le ha dado. Mortier era una leyenda de la gestión operística tras su paso por Salzburgo y la Ópera de París. Justo el nombre que necesitaba el teatro madrileño para competir en la liga grande. Fue Muñiz quien propició su llegada y con él dibujó un proyecto conjunto que terminó con la salida de ambos tras el regreso del PP al poder. Primero salió el director general en 2012 y después el artístico, en 2013.
Con Muñiz en el cargo también se pusieron los pilares para el desarrollo de las plataformas audiovisuales y las nuevas tecnologías de retransmisión en el teatro. Además se llevaron a cabo iniciativas como la puesta en marcha de las Entradas de Último Minuto, el el Proyecto Social – cuya iniciativa de música en la cárcel, obtuvo la Medalla al Mérito Social Penitenciario dos años consecutivos-, la creación de los festivales de jazz y flamenco en la Sala Principal o las primeras jornadas de Puertas Abiertas, “por citar sólo algunas; acciones, todas ellas, que contribuyeron a modernizar e impulsar la apertura del Teatro Real”, según señaló ayer una nota de la institución que dirigió.
Muñiz, además, participó en otros proyectos culturales como los encuentros con Rosa Torres-Pardo en Robles de Laciana, que tenían como anfitrión al pintor Eduardo Arroyo. Fue un festival que duró dos décadas y reunía a finales de julio a artistas de todo el mundo al aire libre en los montes de León. No cejó en ello, fue un maestro de la observación y la socarronería. Alentaba una continua tarea de mecenas desde una posición discreta pero activa, la de un hombre que supo disfrutar con su esposa, sus dos hijos, Yago y Clara y sus amigos del arte, de la habilidad de mezclar disciplinas, impulsar con programas concretos sueños posibles y desarrollar donde estuviera una visión conjunta que aunaba el humanismo con la realidad de lo factible.
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