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DESDE EL PUENTE
Columna
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Música entre amigos

La pianista Rosa Torres-Pardo irradia desenfado y naturalidad

Manuel Vicent
Rosa Torres-Pardo.
Rosa Torres-Pardo.JORDI SOCÍAS

Una mañana lluviosa de primavera en Madrid, Rosa Torres-Pardo recibe a unos amigos que llegan a su casa saltando los charcos del jardín. Prepara un café, a continuación se sienta al piano y en señal de bienvenida interpreta para ellos un impromptu de Schubert. La melena corta de la pianista se agita ante la fuerza de sus manos anchas, de sus dedos poderosos en el combate contra el teclado del imponente Steinway. Impromptu es una pieza de piano que se caracteriza por su continua improvisación. Cada interpretación tiene un nuevo significado, pero si le preguntas a Rosa qué quiso expresar Schubert con esa pieza, la pianista vuelve a tocarla con el mismo impulso y contesta: “Esto es lo que el artista quería decir. El amor, si sabes explicarlo, ya no es amor. La música es lo que sientes mientras suena, los campos que dejas abiertos a la imaginación, es el silencio indecible que contiene”.

Aquella mañana lluviosa el impromptu de Schubert se dilataba por el salón lleno de afiches y dibujos de artistas en las paredes, de carátulas de sus discos, de recuerdos de sus conciertos. En la mesa de centro estaba el libro interrumpido en su lectura, La familia Wittgenstein, de Alexander Waugh. El autor de Tractatus dice en su último aforismo: “De lo que no se puede hablar, es mejor callarse”. Se podía pensar que se refería a la indecible música de esta pianista.

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El impromptu se produce en otros campos del arte. En literatura es el oleaje de un rapto de inspiración, convulso y romántico; en pintura equivale a la action painting mediante la cual Pollock trató de demostrar que la esencia de la pintura consiste solo en la acción de pintar. Y luego está el jazz, que teje y desteje los 70 saltos que da al día el corazón humano.

También la personalidad de Rosa Torres-Pardo podría someterse a un impromptu psicológico. Y en este caso sería la impresión que te produce de proximidad, desenfado, naturalidad, como si vivir entre las cotas supremas de la música no tuviera más importancia que la alegría de compartir esta pasión con los amigos. Si hay un rasgo que la define, es esa sensación de que, aun sin conocerla, sabes que es de los nuestros porque si tiras de ella enseguida salen tus amigos, todos, y siempre la encuentras entre los tuyos en los momentos oportunos y en los sitios donde esperas encontrarla.

Nació en Madrid. Su madre era bailarina de danza clásica y amaba el canto. De niña, el baile y las canciones formaron el sustrato de su vida, pero empezó a aprender piano a los 10 años, relativamente tarde, con Joaquín Soriano. Luego llegaron el premio extraordinario fin de carrera en el conservatorio y la ampliación de estudios en el extranjero. “El canto me ha gustado desde necesidades opuestas y siempre me ha quedado esa inquietud. He cantado toda la vida, pero hubo que decidir”. Rosa Torres-Pardo está inscrita en el circuito internacional de concertistas de piano. Ha obtenido todos los premios, todas las medallas posibles. Ha tocado con las orquestas más famosas y en las salas de conciertos más exclusivas del mundo, bajo las batutas de los directores más insignes.

La música amansa a las fieras, pero no a los propios músicos. Desde 1998, el pintor Eduardo Arroyo creó un festival de verano en el pueblo leonés de Robles de Laciana solo para que Torres-Pardo tocara para un grupo de amigos, artistas, escritores, poetas y la gente de los pueblos vecinos. Otra vez los amigos. Otra vez la música como regalo, lejos de los grandes aplausos. Rosa propuso a Carlos Saura la realización de Iberia, de Albéniz, y participó en ella descomponiéndola para sacarle todo lo que llevaba dentro esa música española. Con Arantxa Aguirre realizó el documental Una rosa para Soler, sobre la música de este fraile maestro del clavecín y musicólogo del siglo XVIII. Y ahora acaba de producir con José Luis López Linares el fascinante documental sobre la vida del compositor Enrique Granados, en el que Arantxa Aguirre ha creado con el lenguaje propio de un guion musical un ensayo sobre la tragedia de este artista que él presentía frente a un ansia de triunfo y de inmortalidad.

Ser músico a finales del siglo XIX significaba bohemia, frío, coraje, tuberculosis y hospital. Granados era un romántico, pero dentro de su talento había un aire popular, un creador de música para virtuosos, un autor de óperas en catalán con el poeta Apeles Mestres. En el documental, Torres-Pardo interpreta al piano todos los estados de ánimo por los que transcurre la vida de este artista. Después del triunfo de Goyescas en Nueva York y de la creación en una sola noche de su famoso Intermezzo, Granados regresaba a París desde Inglaterra y el transbordador Sussex en el que viajaba fue torpedeado por un submarino alemán. Mientras moría a los 51 años en plena gloria, abrazado a su esposa, ese mismo día, 24 de marzo de 1916, en una sala de conciertos de Barcelona el pianista Arthur Rubinstein estaba interpretando El amor y la muerte, de Granados, como en el documental lo hace Rosa Torres-Pardo.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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