Un niño en el cielo de Berlín para plasmar el drama de la crisis migratoria
El artista urbano español Pejac instala la escultura de un refugiado que pide auxilio en la cúpula de una iglesia del barrio de Kreuzberg para testimoniar la experiencia de los desplazados
A Florian, un empleado municipal que casi todos los días pasa por delante de la iglesia de la Santa Cruz en el barrio de Kreuzberg, ya no le sorprende. Se ha habituado a ver en la cúpula de esta imponente construcción de ladrillo rojizo y estilo gótico esa figura que, pese a estar a casi 60 metros de altura, se aprecia perfectamente desde abajo. Un niño con un chaleco salvavidas se aferra a la cruz con una mano mientras en la otra sostiene una bengala. “Es como si nos pidiera ayuda. A mí me ha recordado las imágenes de los informativos de familias enteras que huyen de la guerra o el hambre”, reflexiona antes de despedirse camino de su casa. Desde hace unas semanas, la última obra del artista urbano Pejac apela a las conciencias de berlineses y turistas desde el cielo de Berlín.
Dos veces al día, la antorcha se enciende y da todavía más presencia a esta escultura efímera que, para muchos vecinos, ya forma parte del paisaje de este barrio multicultural y acogedor de la capital alemana. En unos días, tal vez semanas porque la fecha no está aún definida, los operarios volverán a subirse la cúpula para desmontarla. Si fuera por la pastora de la congregación, Marita Lessny, se quedaría allí arriba para siempre, “para recordarnos cada día a los muchos refugiados que arriesgan su vida en el mar”, dice sentada con un café en la nave central, mientras supervisa la colocación de los adornos navideños.
La instalación de Pejac, titulada Landless Stranded (Varados sin tierra), sugiere a los espectadores que reflexionen sobre lo que les provoca la situación de los refugiados. En realidad, explica el artista por teléfono desde Madrid, la escultura quiere simbolizar algo más: “Desde el punto de partida de los migrantes he querido hacerlo extensible a todas las personas que no acaban de encontrar su lugar en la sociedad”. Cuenta que, cuando paseaba con su equipo por Berlín para decidir qué tipo de obra quería hacer en la ciudad, le impresionó la iglesia de Kreuzberg y lo que iba a ser “algo más convencional”, como un mural, se transformó en un proyecto mucho más ambicioso y con “altura de miras, (nunca mejor dicho)”.
La escultura también sirvió de aperitivo para la última exposición de Pejac, Apnea, que se pudo ver del 30 de octubre al 7 de noviembre en el Napoleon Komplex, una antigua fábrica de trenes convertida en sala de exposición y de eventos. El artista expuso en solitario 45 de sus últimas obras, las producidas en los últimos dos años y medio, entre las que había pinturas de gran formato, dibujos e instalaciones. La exposición, autoproducida, se iba a celebrar en Nueva York el año pasado, pero la pandemia cambió los planes del artista, que decidió posponerla y quedarse en Europa.
Durante el encierro Pejac, un artista enigmático que oculta su nombre real y otros datos biográficos, lanzó una iniciativa en redes sociales llamada Stay Art Home en la que invitaba a recrear sus dibujos en las ventanas de las casas de los participantes. El reto se hizo viral y se sumaron un millar de personas de 50 países. En septiembre del año pasado el también grafitero pintó tres murales en el hospital de Valdecilla, en su ciudad natal, Santander, a modo de agradecimiento a los sanitarios. La obra de Pejac, siempre reivindicativa, se ha visto también en cárceles como la de El Dueso, en Cantabria, donde los reclusos le ayudaron a terminar tres murales.
Apnea es la mayor de sus exposiciones, después de otras organizadas en Londres, Venecia y París, pero ha pintado murales en las calles de medio mundo, desde Tokio a Moscú y Nueva York. Formado en Bellas Artes en distintos países, Pejac dice “sentir una conexión muy rápida” con las ciudades que visita y siente la necesidad de devolverles algo. En Berlín ha recreado una de las obras que dibujó sobre un muro de hormigón del hospital de Valdecilla, una enorme grieta que vista de cerca está formada por una multitud de siluetas humanas que tratan de escapar de ella, un trasunto de la herida que nos ha dejado la pandemia.
En la instalación de la escultura del niño refugiado también sintió la conexión con los transeúntes que se paraban en la calle a contemplar la obra y comentarla. “El efecto sorpresa es una de las cosas que más me gustan del arte urbano”, asegura Pejac. En muchos casos causó estupor; en algunos, inquietud. Lessny explica divertida que los primeros días algunos vecinos llamaron a la policía y a los bomberos porque creían que alguien se había subido a la cúpula de la iglesia. En el proyecto participa también Sea Watch, una ONG alemana creada a finales de 2014 por un puñado de activistas que decidieron contribuir a evitar más tragedias en el Mediterráneo. La organización cuenta actualmente con dos buques y dos aviones para patrullar las rutas más conflictivas y rescatar a las embarcaciones en problemas.
“Hablamos de los refugiados en todos los servicios, ya sean en el Mediterráneo o en la frontera de Polonia. Pero es importante tener este recordatorio, esta llamada de atención”, dice la pastora sobre la escultura. En la parroquia han vivido de primera mano el drama de la migración. En 2014, cuando el entonces Gobierno conservador de Berlín desmontó un campamento improvisado de migrantes que se había formado en Oranienplatz, en Kreuzberg, la parroquia decidió darles cobijo. Acogió a 132 personas, la mayoría africanos, que durmieron días en la nave central de la iglesia hasta que les encontraron otros alojamientos. Después les ayudaron a aprender alemán, les buscaron prácticas en empresas o cursos de formación hasta que la mayoría pudieron valerse por sí mismos. A muchos todavía los saluda cada mes en los encuentros que organizan en el jardín trasero.
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