‘Spencer’: Lady Di, aquella princesa perdida y sola
Pablo Larraín plasma con una cámara inquietante la permanente crisis de una mujer que vaga por un palacio rodeada de una familia real pendiente de las formas
Nunca he sentido interés ni morbo por saber cómo transcurre la vida de la realeza, gente colocada a perpetuidad en sus tronos por decisión divina. No es exacto, a algunos las revoluciones no solo les arrancaron su poder absoluto, sino también la cabeza. Pero el arte en formato de cine o serie de televisión (si son buenas, lo que logran es cine puro) ha conseguido alguna vez que personajes todopoderosos ante quienes solo sientes antipatía, acidez, indiferencia o desprecio, puedan resultarte humanos, problemáticos, vulnerables, complejos, compadecibles. Por ejemplo, el enorme favor que le ha hecho a la monarquía inglesa la excelente serie The Crown. Los guionistas, directores e intérpretes pueden lograr el milagro de dotar de vida, atractivo y dolor a lo que en la vida real parece inane, afectado, rígido, aburrido, anacrónico e insoportable.
El director chileno Pablo Larraín, tan aficionado a retratar personajes en el límite conviviendo en espacios cerrados —como el grupo de curas pederastas en la angustiosa y terrorífica El club— retorna en Spencer a la probable o inventada última Navidad que pasó encerrada en una jaula de oro una señora conocida como la princesa de Gales, y para el pueblo con el muy cursi diminutivo Lady Di. Habla de la desesperación y la comprensible neurosis que la invaden. También de sus trastornos alimentarios y psíquicos y de sus problemas con el asfixiante mundo familiar que la rodea y al que ya le resulta imposible adaptarse, con pasar esos días en los que todo obedece a un ritual de pompa y circunstancias huyendo de la familia real y de sí misma vagando como un acelerado fantasma por esa opulenta mansión, recordando su feliz infancia en una finca próxima de la que solo quedan las ruinas, intentando mantener las sagradas formas ante un matrimonio roto y la silenciosa reprobación de la familia de su marido, sabiendo que su última oportunidad para sentirse libre es pillar a sus niños y escapar de allí, aunque sea provisionalmente.
Larraín plasma todo esto con una cámara inquietante, que te contagia la permanente crisis de esa mujer que se siente tan sola (su único refugio lo constituye una mujer de la servidumbre que además de comprenderla e intentar calmarla está enamorada de ella), que hace que el espectador se sienta tan agobiado como esa infeliz princesa.
Lo que encuentro menos afortunado es la repetida comparación que hacen entre la tragedia que sufrió en la corte Diana de Gales y su lejana antecesora Ana Bolena, a la que el rey Enrique VIII condenó a muerte para poder casarse con otra mujer. En cuanto a la familia de su majestad, a diferencia de The Crown, todos salen malparados, son lo que parecen. Diana puede estar zumbada, pero también viva, el resto, con la excepción de los niños, son autómatas pendientes de las formas, cambiándose escrupulosamente de vestido para el desayuno, la comida, el té y la cena, inmersos cada minuto de su encorsetada existencia en el día de la marmota.
Spencer, sin ser excepcional, mantiene un tono malsano y creíble, crea desasosiego en el receptor, es difícil que te desinterese en ningún momento de esa persona tan perdida, de su desolación espídica. Es mérito del director, aunque también de la formidable actriz que encarna a Diana. Es Kristen Stewart. Posee imán. Y misterio.
SPENCER
Dirección: Pablo Larraín.
Intérpretes: Kristen Stewart, Timothy Spall, Sean Harris, Sally Hawkins, Jack Farthing.
Género: biografía. Reino Unido, 2021.
Duración: 117 minutos.
Estreno el 19 de noviembre.
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