Panah Panahi, cine iraní en el nombre del padre
El director, hijo del prestigioso cineasta Jafar Panahi, censurado en su país, proyecta sus relaciones familiares e inquietudes personales en ‘Hit the Road’
Un viejo todoterreno que recorre Irán hacia la frontera transporta el reflejo cinematográfico de las vidas pasadas, presentes y futuras de Panah Panahi. Este iraní de 37 años relata en Hit the Road, su primer filme como director tras varias experiencias en la producción, la ruta de una familia dispar que acompaña a su hijo mayor en una huida cuyas causas no se terminarán de aclarar en todo el largometraje. Panahi, que está presentando la película en la Seminci de Valladolid, sonríe al explicar que esos personajes tan opuestos son una proyección de sus personalidades. El autor es hijo del prestigioso Jafar Panahi, premiado en Cannes, Venecia y Berlín a lo largo de una carrera que le ha granjeado la represión en Irán, donde tiene prohibido ponerse detrás de una cámara. Su heredero afirma que siente “el orgullo de seguir la estela paterna” y que esta responsabilidad lo “estimula” para poder hacer lo que Jafar tiene prohibido.
Las recompensas han tardado poco en llegar. Hit the Road ha ganado el premio a mejor película en el reciente festival de Londres. Los protagonistas son un pequeñajo hiperactivo, cantarín y respondón; un padre resignado, con una pierna escayolada que no se sabe si es una argucia para escabullirse de responsabilidades; una madre fumadora preocupada por el devenir del trayecto; y el conductor, un hermano mayor reservado, que trata de escapar y que desentona con el disparate en el que vive. El director sostiene en persa que ese último personaje expone su propia personalidad en la actualidad, taimada, como la de quien intenta huir de una realidad en la que no ha conseguido sentirse cómodo. “Buscamos recorrer un propio camino con pasión para ser tú mismo”. El niño —sonríe el cineasta— representa su rebelde infancia, en la que ya palpaba la dedicación cinematográfica de su progenitor, que le empujaba a seguir el legado que veía en casa. El irónico y a ratos huraño hombre con la pierna supuestamente fracturada, confiesa Panahi, refleja cómo se ve él “en el futuro”.
El cineasta ha necesitado estar preparado “psicológicamente” para emprender un gran proyecto tras varias intervenciones en tareas mucho menores. Esa “pasión”, de la que habla recurrentemente, aguardaba en su interior y ha tardado en brotar por el contexto en el que se encontraba, todo entremezclado con la condena que sufrió su padre. Un tribunal iraní aseguró que este creador actuaba “contra la seguridad nacional” y que hacía “propaganda contra el Estado”, así que fue inhabilitado para rodar más películas pese a las quejas de la comunidad internacional. El joven Panahi suspira al describir este duro proceso familiar y recalca que al menos esta circunstancia no le ha generado problemas al dirigir Hit the Road. “Quiero demostrar que Irán está sufriendo, todos tienen problemas”, denuncia el cineasta, crítico con las circunstancias que rodean a su país y que intenta plasmar en pantalla mediante el afán del conductor, ese joven con inquietudes que se siente bloqueado en su tierra.
Los éxitos que ha ido cosechando su primer filme, destaca con orgullo Panahi, le han servido para hacerle ver a su progenitor, que desde pequeño lo emplazó a trabajar duro y a “perseguir sueños”, que él también era capaz de hacerlo. “Mi padre es un gran cineasta que está impedido, no es solo él, sino que se frustra a toda la sociedad”, critica el hijo, feliz de “dar vida” a Jafar. El “brillo de sus ojos” y la emoción que vio en este cuando Hit the Road ganó el premio a mejor película la semana pasada en el festival de Londres, afirma Panahi, fue incluso mayor que cuando su padre triunfó en otros festivales.
El futuro, donde el director del filme se ve transformado en ese adulto barbudo y escayolado que reflexiona con sus hijos bajo la luz de las estrellas entre referencias a 2001: Una odisea del espacio, le invita a ser optimista. Será necesario mucho “sacrificio”, advierte el iraní, para finalmente alcanzar ese “cambio que vivirán las nuevas generaciones”. Él seguirá haciendo cine, armado con la “paciencia” que le ha insuflado su padre, una herramienta clave tanto para administrar un rodaje como para la rutina cotidiana. Habrá que sufrir, bromea, “unos 100.000 años” antes de que ese ansiado cambio llegue. Pero llegará, confía, y él intentará hacer todo lo posible “para contribuir” con sus películas como vehículo.
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