‘La crónica francesa’: otra monería hueca de Wes Anderson
Le debo al cine del director estadounidense inolvidables horas de tedio, de observar ambientaciones tan primorosas como huecas
Por suerte para mi delicado sistema nervioso y mi escasa paciencia, llegué tarde al conocimiento del universo (que cursilería los que repiten demasiadas veces su convicción de poseer un mundo artístico) del director Wes Anderson. Ocurrió hace veinte años en un festival de Berlín. Se titulaba aquella película Los Tenenbaums. Los múltiples admiradores de este señor, antiguos posmodernos o nuevos modernos, hablaban con arrobo y guiños cómplices, de la infinita inteligencia, originalidad y gracia que adornaban sus películas anteriores, esas que yo no había visto, tituladas Ladrón que roba a ladrón y Academia Rushmore. Y no entendí nada en el argumento de Los Tenenbaums, suponiendo atrevidamente que lo poseyera. Se oían muchas risas en la sala. Afirman que ese gesto es contagioso cuando ocurre en público, pero recuerdo mi expresión de Buster Keaton durante todo su metraje. También el peligro de llegar a la conclusión de que no comprendes lo que para los demás resulta transparente o luminoso, o sea, que te has vuelto gilipollas, que tus escasas luces no saben disfrutar de lo evidente. Pero a lo mejor no es así. El problema, como aseguró algún filósofo egocéntrico, casi siempre son los otros.
A partir de mi infame descubrimiento, le debo al cine de Wes Anderson inolvidables horas de tedio, de observar ambientaciones tan primorosas como huecas, narraciones, personajes y diálogos que pretenden ser sofisticados, irónicos y surrealistas, pero que tardan un minuto en borrarse de mi memoria. Anderson pertenece a mi galería de creadores insoportables. Y su moda dura. Estrellas del cine estadounidense y europeo se disputan aparecer en su cine. Todos juntitos. Imagino que con sus salarios reducidos al mínimo. Porque creen que resulta muy cool o que aumenta su prestigio figurar en ellas, aunque su interpretación dure unos minutos. Ocurría antes en las películas del durante tanto tiempo imprescindible Woody Allen. Ahora, que le han declarado apestado, la mayoría de esas luminarias dirían: “Vade retro, Satanás “. El a veces deslumbrante y otras espeso Terrence Malick todavía dispone de ese crédito. No le han declarado pecador.
En Isla de perros, su muy aburrida película anterior, Anderson optó por el cine de animación. En La crónica francesa retorna a los personajes de carne y hueso, aunque tengan el peso emocional del dibujo animado más tonto. Hace la crónica de las cuatro historias más relevantes que narró el suplemento de un periódico de Kansas que se realizaba en un pueblo francés llamado algo así como Aburrimiento en Apatía. Qué insólita idea, como todas las de Anderson. ¿Y qué delirantes historias narran? No sé. Lo de siempre, imagino. Nada que tenga sentido, que es lo que mola. A saber. Un reportaje sobre un pavo que anda siempre en bicicleta. Otro sobre un asesino esquizoide que desde la cárcel se convierte en un pintor sublime. Más: estudiantes muy pijos y otros más filósofos que se enfrentan a la policía en un presumible mayo del 68. Para terminar, un cocinero que trata de resolver el secuestro del hijo de su patrón. Alternando el color, el blanco y negro y el tono sepia. Sin un ápice de gracia. Aparecen Bill Murray, Frances McDormand, Benicio del Toro, Willem Dafoe, Tilda Swinton (cómo no), Léa Seydoux, Timothée Chalamet, Adrien Brody, Mathieu Amalric... Que no falte nadie en la exquisita familia. Y que tanto ellos como los eternos fans de Anderson disfruten con la imaginativa fiesta. Yo la encuentro insoportable.
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