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CAFÉ PEREC
Columna
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Ser otro, estar en otra parte

El poeta Raúl Quinto ha puesto de nuevo en órbita a Nannetti con ‘La canción de NOF4′, un libro a medio camino entre la biografía y el ensayo. Se le considera un raro, pero, si un escritor no es raro ¿qué es?

Enrique Vila-Matas
Habitación del antiguo manicomio de de Volterra.
Habitación del antiguo manicomio de de Volterra.Paolo Lottini

Este año en Turín su festival de Arte Outsider ha llevado el rimbaudiano título de ‘Sono altro, sono altrove’ y ha movilizado más público que nunca. Muchos curiosos, intrigados quizás por la sección dedicada a Nannetti, el interno que a lo largo de la década de los sesenta en un muro del manicomio de Volterra grabó una larga historia con la punta metálica de las hebillas de los distintos chalecos de su uniforme.

Nannetti, aquejado de esquizofrenia, fue literariamente un “raro” al que en su momento Antonio Tabucchi dedicó extraordinarias páginas y al que, entre nosotros, este mismo año, Raúl Quinto (Cartagena, 1978) ha puesto de nuevo en órbita con La canción de NOF4 (editado por Jekyll & Jill), un libro a medio camino entre la biografía y el ensayo, con inmersiones en el origen y sentido de la escritura, siempre tanteando los límites de la locura; una honda reflexión sobre cómo la literatura llega a ser realmente literatura cuando no se ve infectada por todos esos simulacros que cada día la alejan más de su esencia.

Parte de la pared que Nannetti esculpió en el manicomio de Volterra.
Parte de la pared que Nannetti esculpió en el manicomio de Volterra.Paolo Lottini

“NOF4″, que fue la abreviatura de Nannetti Oreste Fernando, pasó la mitad de su existencia recluido en ese manicomio de Volterra. Su costumbre diaria de inscribir en un muro su extraña historia me recuerda a la de la embarazada a la que puntualmente estuve espiando en sucesivos mediodías de un verano de hace años arrastrarse pesadamente a lo largo de la fachada de la Universidad Central de Barcelona, fachada que ella arañaba, como si tuviera algo que escribir allí.

¿Escribir es también arañar? Nannetti nos habría dicho seguramente que sí. Durante años grabó en Volterra una historia en casi 200 metros de pared, una historia un tanto inconexa porque —su heterodoxa estructura tenía algo de lo que podrían ser las novelas del futuro— se ocupaba tanto del nacimiento del mundo con menciones al Génesis como de una grandiosa cosmografía (descripción fantástica del universo), sin dejar de lado elementos autobiográficos, algunos referentes al horror de la guerra (“Las botas claveteadas avanzan sobre toda Europa sin hallar resistencia territorial”), incluidos fusilamientos imaginarios, viajes soñados, y también una especie de calendario curvo o escansión del tiempo cronológico. “Un libro”, escribió Tabucchi, “que contiene, en la distorsión de la locura, lo que muchos libros de la historia de los hombres: cosmogonías, guerras, misterios, dolores, alegrías, religiosidad, miedo, amor y muerte”.

En fin, que Nannetti fue, a todas luces, un raro de consideración. No he podido evitar relacionarlo con César Aira en Sevilla recibiendo el Prix Formentor: “Me llaman raro. Pero, si un escritor no es raro ¿qué es? Convencional, como todos los demás. Así que asumo con gusto el adjetivo y me gustaría ser rarísimo”

¿Cuántos años llevan en España llamando “raro” a César Aira y sin dedicarse en cambio a señalar a los “convencionales”, que son todo un escándalo? Consideramos urgente una lista de nuestros convencionales. ¿Podríamos contar con ella para fin de año?

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