Los libros se adentran en los jardines
La fiebre verde por las plantas se aceleró con la pandemia y tiene su reflejo en una inédita cosecha de novedades editoriales, que incluye memorias, novelas y ensayos
Los viveros en España han estado, la pasada primavera y en verano, desbordados, como también lo han estado jardineros y horticultores, que han tenido que relegar el trabajo de mantenimiento de viejos clientes ante una demanda inédita e imparable de nuevos jardines. La pasión jardinera va cobrando peso y conquistando no solo macetas, balcones y parcelas de tierra, sino también estanterías y mesas de novedades en las librerías, a medida que los editores conectan al público con clásicos de este género y nuevos títulos.
Empieza a haber mucho donde elegir. Desde el exitoso Recuerdos de un jardinero inglés, de Reginald Arkell (Periférica), que ya va por su sexta edición, hasta La planta del mundo (Galaxia Gutenberg), lo nuevo de Stefano Mancuso, pasando por La mente bien ajardinada (Debate), de la psicóloga y jardinera Sue Stuart-Smith. Las editoriales en español grandes y pequeñas, desde distintos ángulos, cultivan con éxito este recién descubierto nicho, un gran campo en realidad que tanto hicieron por difundir en España jardineros como el uruguayo Leandro Silva. Quizá sea porque, como escribe Stuart-Smith, en este momento de crisis climática y “en esta era de mundos virtuales y fake news, el jardín nos devuelve a la realidad”, una realidad que no es predecible “porque el jardín siempre nos sorprende”.
Desde su nacimiento hace 15 años el sello Errata Naturae cuenta en su fondo con libros de naturaleza salvaje (la llamada nature writing) y mundo rural, pero es ahora cuando los jardines se han ido abriendo paso en su catálogo, por ejemplo, con el conmovedor Aún no se lo he dicho a mi jardín, de Pia Pera, que salió en primavera y está dando excelentes frutos. “En Italia Pera es una eminencia y en este último libro trata su enfermedad y su jardín; escribe sobre el sosiego que ofrecen las plantas ante una situación dramática”, explica Irene Antón. La cofundadora de la editorial se encontró con este título por azar en París, y ahora se propone traducir el resto de los libros de Pera, licenciada en Filosofía y doctora en Historia Rusa, traductora de Chéjov y Pushkin, que atendió su jardín en la Toscana hasta sus últimos días.
La filosofía es un excelente injerto a la jardinería, y viceversa, como bien demostró el profesor Santiago Beruete al mezclar sus dos pasiones en las páginas de Jardinosofía (Turner), el primero de sus libros, aparecido hace cinco años cuando las plantas no acababan aún de brotar en las librerías. “Era un volumen raro, porque aunque la llamada green writing, o escritura verde, crecía por Europa, aquí aún no, y asociar jardines y filosofía no era algo obvio. Quizá me atreví precisamente por esa falta de tradición de libro de jardines en España, que me hizo ser más osado”, explica al teléfono desde Ibiza. “Hoy todo lo relacionado con la naturaleza juega un papel cada vez más central y esto tiene que ver con el cambio climático”. Surge así un anhelo cada vez más grande, una “verdolatría”, título del segundo título de Beruete, al que ha seguido Aprendívoros, publicado esta primavera, en el que rastrea la relación entre cultivo y educación.
“La conciencia de la naturaleza es fundamental para nuestra vida, es un elemento capital”, sostiene Umberto Pasti, aventurero y exquisito jardinero y escritor, autor entre otros libros de Jardines (Elba) y Perdido en el paraíso (Acantilado), que cita a Gerald Durrell como una de sus referencias. “El miedo con las modas es que sea algo superficial, pero yo espero que esto sea algo más profundo porque estamos al borde de la catástrofe”. Pasti siente que el vínculo entre jardín y literatura es muy estrecho: “La energía y creatividad que conllevan es de la misma naturaleza, a mí me conduce al mismo espacio mental enfrentarme a la página en blanco que a la tierra desnuda”, explica el italiano, creador de un vergel en Rohuna, una aldea al norte de Marruecos. “Un jardín tiene mucho de libro, porque es, entre otras cosas, una narración y el tiempo es el secreto que comparten, aunque un texto no cambia y un jardín sí”.
Pasti achaca la larga tradición jardinera anglosajona firmemente arraigada en Reino Unido al desarrollo de la burguesía que se apropió de las costumbres aristocráticas. “En Italia y España esto no ocurrió así”, reflexiona. La misma pasión y capilaridad interclasista que en estos países del sur hay por la cocina y la gastronomía se ha volcado en los jardines en el Reino Unido, donde los periódicos incluyen secciones sobre plantas, y todo el mundo tiene conocimientos rudimentarios sobre la materia, y también en Francia. Y, sin embargo, el gusto por los jardines va in crescendo, como observa la directora editorial de Espasa, Ana Rosa Semprún, gran aficionada en su tiempo libre a la jardinería. “Ha habido muy poca tradición en España, pero este es un país con tres climas y tres tipos de jardines. En muchas partes hacer crecer hierba es un trabajo hercúleo, así que aquí sobre todo lo que ha habido han sido muchas macetas”.
Autoras como Vita Sackville-West, Penelope Lively o Beth Chatto fueron algunos de los primeros descubrimientos de Eduardo Barba en la biblioteca de la escuela de jardinería de San Fernando de Henares (Madrid), donde se formó. El autor de El jardín del Prado (Espasa), un estudio sobre las plantas retratadas en la pinacoteca, y más recientemente, el pasado septiembre, junto a la ilustradora Raquel Aparicio, de Una flor en el asfalto (Tres Hermanas), distingue entre los libros técnicos que enseñan a plantar, los históricos que hablan de las plantas que había en el pasado y “los libros de jardines desde la perspectiva del creador”. Barba no tiene duda del auge: “Hay un bum a nivel europeo y el movimiento editorial conecta con esto. Raquel y yo quisimos hablar de las hierbas urbanas que todos hemos visto desde las ventanas durante el confinamiento, hablar de sus secretos y ciclos”.
La poeta y escritora belgo-estadounidense May Sarton (1912-1995) apuntó en Anhelo de raíces (Gallo Nero) —otra de las exitosas novedades de los últimos meses—, que “como cualquier gran pasión mi jardín se ha nutrido tanto de la memoria como del deseo, y es un lugar de encuentro, una intersección”. Esta idea la comparte plenamente Marco Martella, editor de la exquisita revista Jardins y autor de tres libros editados por Elba, dos bajo seudónimo y el último, Un pequeño mundo, un mundo perfecto, con su nombre. “El aspecto onírico es muy importante. Los jardines nos dan algo que hemos perdido: una determinada forma de estar en la vida, de ver pasar el tiempo, porque marcan su ritmo y futilidad. Cultivar nos acerca a algo que no es mecánico, nos vuelve humanos, otra vez. Por eso, un jardín es una pequeña revolución”, reflexiona al teléfono.
Para Martella, que ha escrito de lugares como el jardín de Ninfa en Italia, recuperado por una familia en los años treinta, el género que más se acerca a las plantas es la poesía, porque en los versos se funde ese mismo ritmo sensorial. “La poesía de un jardín no tiene por qué ser lírica, pero es algo profundo y trascendente”, expone, y se refiere a Fernando Caruncho, el gran maestro español cuyo libro-catálogo en el que trabajó siete años con Rizzoli ha sido publicado en España por El Viso. “No puede haber jardines sin libros”, afirma el propio Caruncho al teléfono horas antes de emprender un viaje a Nueva York. “Un jardín es algo muy experimental y muy sensorial, como la poesía, por eso históricamente se han inspirado mutuamente”.
Goethe, Garcilaso de la Vega o Juan Ramón Jiménez son algunos de los autores que menciona este licenciado en Filosofía, y a esa lista añade jardineros como Forestier o Gilles Clément, antes de ratificar que efectivamente ha resurgido “la conciencia de jardín”. ¿A qué lo achaca? “En la pandemia nos hemos dado cuenta de que los jardines son absolutamente esenciales, un espacio espiritual que nos permite recuperar la conexión con lo sagrado”.
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