Murillo, un gran pintor en series
El Museo del Prado repasa en una exposición los relatos pictóricos en varias entregas que surgieron en Andalucía en el siglo XVII
Contar una historia en forma de serie no es un invento tan reciente como muchos podrían creer. Más allá de las plataformas audiovisuales o de los cómics, hay que remontarse mucho en el tiempo para conocer los primeros lanzamientos por capítulos de grandes narraciones: durante el barroco, en la Sevilla del siglo XVII, entre Murillo y sus coetáneos surgen las primeras obras concebidas en varias entregas. Una de ellas, puede que la más célebre, cuenta en seis pinturas la parábola evangélica del hijo pródigo (hacia 1660), en la que un joven exige la parte legítima de su herencia, la malgasta lejos de casa, se queda sin nada y regresa arrepentido para pedir perdón. Propiedad de la National Gallery de Dublín, la serie es la pieza principal de la exposición El hijo pródigo de Murillo y otras formas de narrar en el barroco andaluz que desde hoy lunes y hasta el 23 de enero se puede contemplar en el edificio Jerónimos del Museo del Prado.
El trabajo de Murillo se confronta con otras dos importantes series montadas con obras propiedad del Prado. En una, Antonio del Castillo cuenta también en seis lienzos la la historia de José y, en la otra, Valdés Leal recrea la vida de San Ambrosio, aunque de esta serie solo se han conservado cuatro pinturas. En total, hay medio centenar de obras entre las que se incluyen cuatro versiones de pequeño formato de otras tantas pinturas del hijo pródigo propiedad del Prado. Son “recuerdos” que Murillo y algunos otros artistas como El Greco gustaban de guardar para sus colecciones personales.
Javier Portús, jefe de Conservación de Pintura Española hasta 1800 del museo, ha comisariado esta muestra que se se presenta como el resultado de una investigación de una forma de narrar historias más allá de la mera exposición de cuadros. “A partir de estas tres series”, explica, “vemos una nueva manera de relacionarse con una pintura que se produce en Andalucía. Son obras de formato medio realizadas por encargo de particulares para decorar sus residencias. Murillo tuvo una capacidad insuperable para narrar las emociones y puso el dominio de su técnica descriptiva al servicio de los afectos que sintiesen los personajes”.
¿Para quién pintó Bartolomé Esteban Murillo la serie del hijo pródigo? “No se sabe con certeza”, reconoce Portús, “aunque se cree que el encargo vino de un particular y lo milagroso es que haya sobrevivido completo”. Se sabe que en 1800 las pinturas figuraban en el inventario de la colección del marqués de Narros, luego en la de José de Madrazo y después en la del marqués de Salamanca. No hay detalles de cómo llega la serie a Irlanda aunque consta que sufrió un incendio, dos robos y un ataque del IRA. Los múltiples daños fueron subsanados en una meticulosa restauración en el museo irlandés. La serie firmada por el pintor cordobés Antonio del Castillo (1616-1668) cuenta la vida de José, relatada en el Génesis, y es un claro ejemplo para Portús de cómo estos artistas impregnaban de tensión y aventura sus narraciones. Para contar la traición de los hermanos, el comisario llama la atención sobre el papel dramático que los paisajes juegan en cada una de las pinturas.
De Juan de Valdés Leal (Sevilla, 1622-1690) se exhiben las cuatro obras que han sobrevivido de la vida de san Ambrosio, prócer en la historia temprana de la Iglesia cristiana y famoso como prolífico escritor de sermones. El pagador de la obra fue el arzobispo de la ciudad, Ambrosio Ignacio Spínola y Guzmán, que la instaló en su oratorio privado del palacio arzobispal. Se sabe que pidió al artista que reprodujera su rostro en la figura del santo dando así un carácter biográfico y muy personal a la serie.
Al final del recorrido, dos espacios tan populares como un pozo o un banquete agrupan cuadros que en el pasado formaron parte de series hoy dispersas o desaparecidas. Firmadas por Alonso Cano, Murillo, Antonio del Castillo, Valdés Leal y Juan de Sevilla, las obras invitan a comparar las técnicas narrativas y los estilos pictóricos de estos autores. “Esta es una exposición”, recomienda Portús, “que no debe ser recorrida con ansiedad. Solo se disfrutará con una contemplación reposada en la que el descubrimiento de los detalles nos llevarán a un mundo de sentimientos”.
Babelia
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