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69ª FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Icíar Bollaín gana una apuesta arriesgada con ‘Maixabel’

La cineasta sale airosa de un territorio muy áspero con la película sobre el encuentro de la viuda de Juan María Jáuregui y el etarra que lo asesinó

Blanca Portillo y Maixabel Lasa
Blanca Portillo y Maixabel Lasa, en el rodaje de 'Maixabel', de Icíar Bollaín.David Herranz

Siento respeto por la personalidad y la inteligencia de Icíar Bollaín. Como actriz, me inquietó y enamoró cuando era una cría con su interpretación en El sur. Como directora, me interesó mucho en los poderosos y convincentes dramas de Te doy mis ojos y También la lluvia. Pero no en otras películas de fervorosa militancia progresista y feminista que me resultaron tan previsibles como olvidables. Conociendo el argumento de Maixabel tenía la sensación de que Bollaín se había metido en un territorio muy áspero, muy duro, en un relato lleno de problemas para llegar a un puerto seguro. Reconstruía un hecho real e insólito, que era el encuentro, las explicaciones mutuas, la necesidad de perdón y la posibilidad de redención entre una mujer cuyo marido fue asesinado muchos años atrás por un comando etarra y uno de los verdugos de su marido.

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A muchas personas se nos pusieron los pelos de punta, nos sentimos estupefactos o revueltos, cuando nos informaron de que eso había ocurrido en la vida real. Pero trasladarlo al cine, hacerlo verosímil, lograr que el espectador pueda comprenderlo, admitir las razones de ambos y la complejidad de ese momento, transmitirle emoción y piedad, huir de los preconcebido, era una labor muy difícil, al borde del precipicio o de la impostura todo el rato. Pero Icíar Bollaín lo ha conseguido.

Es una buena película. Y contiene una secuencia prodigiosamente construida. Es la catártica conversación de la eterna víctima y el arrepentido y torturado verdugo en la cárcel. Todo está dotado de auténtico arte, de una expresividad admirable. Las miradas, los silencios, los diálogos, las voces, el tono, lo que expresa y lo que sugiere, la mezcla de sentimientos fuertes, la eminente interpretación de Blanca Portillo y de Luis Tosar, logran en mi caso que se me coloque un nudo en la garganta y que se me humedezcan los ojos. Son sensaciones que echaba de menos desde hace mucho tiempo, que agradezco.

Huir de los preconcebido era una labor muy difícil, al borde del precipicio o de la impostura todo el rato. Pero Icíar Bollaín lo ha conseguido

Y aunque no crea ante determinadas atrocidades, ante crímenes cometidos con la cabeza fría, que con el tiempo pueda aparecer el remordimiento en el asesino, ni sería capaz de oír ni de perdonar al que se cargó a los míos y destrozó mi existencia a perpetuidad, me parece muy bien que el cine pueda convencerme durante un rato de que eso puede ocurrir alguna milagrosa vez.

Y admiro a esa señora, observo su confusión, su generosidad, su infierno interior, las inaplazables razones de su corazón y de su cerebro para oír las explicaciones del antiguo monstruo que jodió su vida y la de su hija. Icíar Bollaín me mantiene atento durante un par de horas con su narración de esta historia tenebrosa. Y en algún momento, me conmueve.

Nada de eso me ocurre con la película inglesa Benediction, firmada por Terence Davies, señor que dispone de notable prestigio en los festivales de cine. Aclaro, solo en estos templos del cine supuestamente trascendente. A mí, me aburre mucho su lírico mundo y la tediosa forma de expresarlo. Aquí se centra en el poeta Siegfried Sassoon, su protesta por la inacabable guerra mundial del 14, su internamiento en una clínica mental, la tormentosa sucesión de sus novios y amantes, su boda con una mujer, sus imborrables recuerdos del horror bélico. Todo me resulta afectado, vacuo, con diálogos empeñados todo el rato en ser brillantes y mordaces, con una galería de personajes sofisticados que me dan grima. Y estoy deseando que acabe este teatro tan intenso. También por urgencia renal.

Cuando termina la película pretendo salir de la sala. Un diligente acomodador, imagino que siguiendo ordenes estrictas, me lo impide. Asegura que las películas no se acaban hasta que aparece el ultimo título de crédito. Y estos duran mogollón. Le explico arrogantemente que para mí las películas se acaban cuando yo lo decido. Es una discusión de locos. Y pilla aroma surrealista cuando este me exige: “Busque después a un critico de cine y él le explicará que las películas no terminan hasta que han salido todos los títulos de crédito”. Preguntaré a los críticos sobre cuestión tan científica. Y mi vejiga dando gritos. Que cosas más raras ocurren en la pandemia.

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