Las tropas de Hitler y Stalin se encuentran en el festival de cine de Venecia
Gabriele Mainetti demuestra con ‘Freaks Out’, sobre la invasión nazi de Roma, que Europa también puede filmar superproducciones, mientras que ‘Captain Volkonogov Escaped’ recupera el terror de las purgas. Jamie Lee Curtis recoge el León de Oro de Honor y presenta ‘Halloween Kills’
Pocos, fuera de Italia, conocen a Gabriele Mainetti. Al fin y al cabo, tiene 44 años y hasta la fecha solo había filmado una película, Lo llamaban Jeeg Robot. Y, sin embargo, el estreno de su segundo largo suponía todo un acontecimiento en su país. No era para menos: su ópera prima, sobre un desganado superhéroe de la periferia romana, le descubrió como un director tan hábil como original. Y seguro. Tanto que realizó una apuesta con uno de sus productores: si el largo lograba 300.000 espectadores, realizarían una obra más ambiciosa. Se vendieron un millón y medio de entradas. Y ahí estaba un risueño Mainetti, hoy miércoles, presentando en la competición oficial del festival de Venecia Freaks Out. La promesa se cumplió de sobra: el espectáculo en la pantalla es mastodóntico. Una superproducción en toda regla, pero en salsa italiana.
La trama sigue a cuatro tipos tan raros como especiales mientras lidian con la invasión nazi de Roma. Y, a la vez, con sus inseguridades. Además, la programación del festival puso a las tropas de Hitler frente a las de Stalin. Porque Captain Volkonogov Escaped, de los rusos Aleksey Chupov y Natalya Merkulova, que también batalla por el León de Oro, relata la época de las purgas soviéticas y la fuga de un capitán en busca de salvación y perdón. Aunque la guerra más terrorífica, quizás, se combate en la tercera película del día. Fuera de competición, se vio Halloween Kills, de David Gordon Green, 12ª entrega de la infinita lucha de un pueblo por sobrevivir al enmascarado asesino en serie Michael Myers. Al menos, los buenos cuentan una vez más con Jamie Lee Curtis, heroína de la saga y de la Mostra: esta noche recibe el León de Oro de Honor.
Cuando la actriz protagonizó Halloween, el primer capítulo de la serie, Mainetti tenía dos años. Hoy, en cambio, se sienta a la misma mesa de las estrellas. “Tras Jeeg Robot, nos preguntamos: ‘¿Y ahora qué hacemos?”, recordó en la rueda de prensa. Con su coguionista, Nicola Guaglianone, desataron una tormenta de ideas. Y, de golpe, surgió la Segunda Guerra Mundial. El productor Andrea Occhipinti intentó moderar el entusiasmo: “Esto sería más bien para un cuarto o quinto filme”. Quizás todos tenían razón. Porque la segunda película del director ha supuesto un año de rodaje y muchos millones de presupuesto. Muy por encima, en ambos casos, del plan original. Pero la ambición también es alta: hablaron incluso de un “punto de inflexión” para todo el cine italiano.
Por lo pronto, Freaks Out reafirma que Mainetti es un director con personalidad. Detrás de la cámara, donde filma una obra tan apabullante como entretenida, tan gigantesca como personal. Hay ecos de Fellini, Leone o La parada de los monstruos, de Tod Browning, como admitió el creador, y una nueva mezcla de géneros. Una gran aventura que también es novela de formación y defensa de los marginados. Los héroes, aquí, son los raros. Como los X-Men, aunque sin carisma: hasta sus poderes son improbables, de perdedores. Pero el sello del creador se impuso también fuera del plató: cuando la pandemia paralizó el proyecto, rechazó las ofertas millonarias de las plataformas. Solo quería estrenar donde siempre se ha hecho: en una pantalla grande.
Las salas agradecerán tanto compromiso. Y, en general, resulta alentador que el cine europeo filme sin complejo este tipo de películas, a su manera. Frustra, en cambio, constatar que a veces los defectos de las producciones estadounidenses también se emulan. Los personajes de Freaks Out gritan casi tanto como hablan. Y el ritmo apenas da tregua, como si el enemigo real fuera el silencio. Cada secuencia ha de impactar, no vaya a ser que el volátil público de hoy en día se distraiga. En todo caso, tal vez el mérito más importante de Mainetti sea haber sabido llevar a buen puerto tal transatlántico. Es probable que, a partir de ahora, su nombre se escuche mucho más allá de Roma.
El de Jamie Lee Curtis resuena, directamente, en la historia del cine. No ha habido década sin Laurie Strode, su personaje en la saga de Halloween. Desde los setenta, al menos una aparición cada 10 años, hasta este 2021. Ya hay incluso una nueva entrega confirmada. “Lo más estimulante de interpretar el mismo rol a lo largo de 43 años, algo casi sin precedentes, es que todos hemos cambiado. Creo que la gente se identifica porque todos estamos heridos, y combatimos nuestros demonios, pero todavía estamos aquí”, afirmó la intérprete, también productora y escritora. En una pregunta, hasta la llamaron Laurie, pero en absoluto le importó: “Somos lo mismo”.
Aunque, en Halloween Kills, su personaje da un paso atrás. Su hija y su nieta pasan a liderar la lucha contra el asesino. El filme ofrece lo que puede esperarse del género slasher: un individuo sediento de sangre y su río de violencia. Pero hay momentos en los que la película decide tomarse más en serio: se habla del peligro de las patrullas ciudadanas, y del miedo dentro de cada uno de nosotros. “Como actriz, soy responsable de lo que vayan a pensar de mi trabajo. Y eso está basado en lo que me ofrecen, estoy sujeta al texto que me dan. El director exploraba algo más profundo. Y cuanto más a fondo, mejor”, afirmó Jamie Lee Curtis. “Amo mi trabajo y el equipo de un filme es como mi familia. Es una labor conjunta que no puede conseguirse sin la aportación de cada uno”, agregó. La llamada reina del grito confesó, además, sus propios miedos: “Me asusto muy fácilmente. Y en las películas que hice de pequeña siempre parezco aterrada. He estado traumatizada, me han ocurrido cosas violentas, no se trata de preparación”.
El capitán Volkonogov también lidia con sus propios fantasmas. Así que, cuando el régimen soviético empieza a ver enemigos en cada esquina y liquidarlos, se fuga. Y busca a los familiares de sus propias víctimas: hijos de los padres que él mismo torturó, viudos a los que arrebató la pareja de una vida. Su periplo en busca de perdón ofrece un revelador viaje por el pueblo ruso: hay gentes fieles al régimen a toda costa, escépticas, indiferentes o ya muertas por dentro. Cuando Volkonogov baja al infierno para tratar de ganarse el paraíso, la película se eleva. La otra parte del relato, el crudo recuerdo de sus crímenes, al revés, cae en una narración más previsible. Nunca hay, en todo caso, salvación. “Los hemos matado a todos, no queda nadie para trabajar”, suelta un oficial. Lo hacían por la patria. Pero la han dejado vacía.
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