La idiosincrasia argentina entre Maradona y Mafalda
En apenas dos meses se fueron Quino, el padre de la inolvidable niña de las tiras cómicas, y el ídolo futbolístico. Un libro habla del duelo nacional por el malogrado pibe de oro
Cada argentino se acuerda de qué hacía y dónde estaba cerca del mediodía del 25 de noviembre de 2020. A esa hora murió la mayor estrella futbolística del país: Diego Armando Maradona. El jugador que logró que la selección albiceleste saliera campeona del mundo en 1986, el que con sus dos goles inolvidables contra Inglaterra en ese mundial vengó de manera simbólica a los fallecidos en la guerra de Malvinas cuatro años antes, el que trascendió el deporte rey para convertirse en uno de los grandes ídolos populares de Argentina y también en una de las figuras más conocidas fuera de sus fronteras.
Solo dos meses antes, los argentinos y su niña más famosa y contestataria, Mafalda, se habían quedado huérfanos también con la muerte del dibujante Joaquín Salvador Lavado Tejón, Quino. Dos mitos que describen a un país que se aferra al fútbol, la cultura y el humor para resistir a las debacles económicas que lo arrastran cada vez un poco más abajo.
“Faltan cinco minutos para las diez de la noche del 25 de noviembre de 2020. Esta mañana murió Diego Maradona. O tal vez murió hace mucho. O posiblemente no muera nunca”, arranca Mi Diego. Crónica sentimental de una gambeta que desafió al mundo (Malpaso, 2021) del periodista Alejandro Duchini. “Hace 10 horas que no dejo de pensarlo. Salgo a la calle y hay humedad y hay soledad y se percibe tristeza. A esta hora hay gente que aplaude desde balcones o desde las veredas a manera de homenaje. Los conductores se suman a través de las bocinas. Alguien, en bicicleta, pega un grito tribunero: “Dieeegooo”. Somos muchos los que aplaudimos. Somos los argentinos, los napolitanos, los sirios, los mexicanos, los pobres, los ricos, los futboleros, los no futboleros. Los grandes, los chicos. Hombres. Mujeres. Nadie puede lograr algo así, salvo Maradona”, continúa.
Desde que ese mediodía se informó sobre su muerte en todo el país no se habló de otra cosa y se popularizó la idea de recordarlo a las diez de la noche. A las 10. Al 10. A esa hora —y también antes y después— una riada de personas, como Duchini, salió a la calle y por primera vez desde el inicio de la pandemia se abrazó a desconocidos sin miedo al coronavirus.
En el barrio de La Paternal, las puertas del estadio de Argentinos Juniors, el club con el que debutó en primera, se abrieron esa noche para dejar paso a una masa que lloraba y cantaba, que celebraba el milagro de que el Diego les hubiese permitido recuperar el ritual de volver a la cancha por primera vez en más de medio año. Sus alrededores se convirtieron en un santuario improvisado donde la multitud se arrodillaba para dejar pelotas, fotografías, mensajes, flores y velas como ofrendas a su venerado ídolo. En la plaza de Mayo, miles y miles de personas hicieron fila durante toda la madrugada para despedirlo en la sede del Gobierno argentino sin importar el color de sus camisetas. Allí, poco después del amanecer de la primera noche sin el Diego, un hincha de Boca Juniors y otro de River Plate, acérrimos rivales futbolísticos, se consolaron en un abrazo que dio la vuelta al mundo.
En un país acostumbrado a las grietas, Maradona fue un artista que dividió aguas, pero que esta noche pandémica las unió en un único río de sentimientosAriel Scher , periodista
“En un país acostumbrado a las grietas. Maradona fue un artista que dividió aguas, pero que esta noche pandémica las unió en un único río de sentimientos”, escribe el periodista Ariel Scher en el prólogo del libro. Más de ocho meses después, sentado frente a un bar, Duchini se emociona de nuevo al recordar ese día. “Sentía que se detenía todo. Que la infancia se me llevaba puesto. Es como lo que escribí, que era como que a un tren cargado con demasiados recuerdos se le quiera frenar de golpe: es imposible que se detenga”, señala.
“Nos ayudan a vivir”
Argentina es un país constructor de mitos y también necesitado de ellos. “Los ídolos populares son gente que queremos y que nos ayudan a vivir un poquito mejor, sobre todo en un país como Argentina, que es un desastre económica y políticamente”, reflexiona Duchini.
Durante la dictadura, un Maradona que empezaba a darse a conocer permitía a los argentinos arañar la alegría en un país gris, en el que los militares secuestraban, torturaban y desaparecían a opositores e imponían el miedo y el silencio al resto de la sociedad. “En el 86, cuando sale campeón con el seleccionado, ahí termina para Argentina la euforia post dictadura, una esperanza que no se vivió nunca. Se fueron los militares, empezamos a respirar un poco más, aparecieron las mejores bandas del rock argentino, revistas pornográficas, libros prohibidos... Había mucha esperanza y Diego fue lo último que nos pasa en ese periodo lindo. Luego vuelve la crisis”, señala el periodista.
El país que Quino retrató a través de los ojos de Mafalda y sus inseparables Felipe, Susanita y Manolito sigue vigente en muchos aspectos. Sus viñetas se reeditan sin parar y niños y adultos se ríen —a veces por no llorar— al leerlas. “Mamá, ¿qué te gustaría ser si vivieras?”, le pregunta Mafalda a su mamá en una de ellas. “Mira, esto es el mundo, ¿ves?”, le dice a su osito de peluche al señalarle un mapamundi. “¿Sabes por qué es lindo este mundo? Porque el original es un desastre”, le cuenta. “Claro, lo malo es que la mujer en vez de jugar un papel ha jugado un trapo en la historia de la humanidad”, dice la niña rebelde en otra de sus recordadas tiras cómicas.
“Se nos fue Quino, uno de los artistas más grandes de la historia de nuestro país. Nos hizo reír, nos hizo pensar y nos convocó siempre a reflexionar sobre la Argentina, con la que estuvo comprometido como pocos. Hasta siempre, maestro”, lo despidió a través de las redes sociales el presidente argentino, Alberto Fernández.
Sin saber que ambos ídolos argentinos morirían con menos de dos meses de diferencia en 2020, Joaquín Sabina los unió dos décadas antes en una de las canciones en las que muestra su amor por el país y por sus habitantes —reales e imaginarios—, tan apasionados: “Veinte años de mitos mal curados/ dibujando Dieguitos y Mafaldas / 20 vidas hubiera yo tardado / en contar los lunares de su espalda”. Mucho más de 20 años tardarán los argentinos en olvidarlos.
Babelia
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