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Ariel Goldenberg, el hombre que no quiso tomar la Bastilla

Este judío, nacido en Argentina de padres rumano y polaca, nacionalizado en España y habitante de Francia no tenía más patria que el teatro

Ariel Goldenberg, en una imagen de 2019.
Ariel Goldenberg, en una imagen de 2019.LUIS MAGÁN

El 14 de julio, mientras los franceses celebraban su fiesta nacional, falleció Ariel Goldenberg, en una cama curada de espanto, como todas las de los hospitales. Ocurrió en Nimes, donde buscaba la paz con su compañera, Andrea Jacobsen, dejando atrás una impresionante carrera profesional.

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Llegó a ser uno de los más importantes programadores de artes escénicas de Europa: en España estuvo vinculado a la dirección del Festival Internacional de Teatro de Madrid durante los palpitantes años ochenta y al Festival de Otoño durante los primeros quince años de este siglo. Ambos eventos pusieron a Madrid en lo más alto del panorama teatral internacional, por ellos pasaron los artistas y las compañías más prestigiosas, y en los dos casos, su contribución fue determinante. En Francia dirigió el Teatro de Bobigny desde 1989 hasta el 2000, año en que pasó a dirigir el Teatro Nacional de Chaillot, de París.

Sé que allí se está preparando un homenaje para el próximo otoño; aquí no somos mucho de eso del reconocimiento, será que en estas latitudes las miradas llegan menos lejos porque los parajes están llenos de yoes, o porque la pelota se disputa por abajo, en el reino de los pisotones, no a codazos, que eso descompone el gesto y resulta poco elegante.

Conocí a Ariel en 1980, cuando pasó por Madrid con una compañía francesa que había programado José Luis Gómez en el Teatro Español, y se integró primero con Gómez y luego en nuestra Asociación Cultural Caballo de Bastos con la que habíamos montado la primera edición del Festival Internacional el año anterior.

¿Qué tenía Ariel? ¿Qué podía explicar que ese joven calmoso que había llegado al Festival de Nancy como acompañante de una compañía de teatro folclórico judío porteño y que se había quedado en Europa, ese veinteañero sencillo, que se unió a nosotros sin descomponer la sonrisa, porque Ariel era un hombre detrás de una sonrisa, llegara a tener la agenda más completa del teatro mundial y a hablar directamente con los grandes monstruos de la escena?

Que hablara siete idiomas, que tuviera una memoria prodigiosa y un procesador en la cabeza que le permitía operar con esa base de datos, seguro que algo tuvo que ver. Yo solo digo que nunca le vi correr, ni llegar tarde, ni cabrearse con gritos, ni siquiera levantar la voz para que los que estuvieran en un radio cercano pudieran percibir que hablaba con gente importante, ni sentar cátedra, ni la más mínima intención de tomar la Bastilla.

Si vi que todos le saludaban y le conocían, teatreros, vecinos, camareros, conserjes… Y que le encantaba hablar de jamón, de vino, de futbol. Solo le vi un gesto de preocupación más hondo una vez, cuando la guerra de las Malvinas; estoy seguro de que no fue porque pensara en gloriosas páginas de la Historia, sino en que le podría complicar el contacto con los de la Royal Shakespeare Company, o algo así, porque este judío, nacido en Argentina de padres rumano y polaca, nacionalizado en España y habitante de Francia no tenía más patria que el teatro.

Tato Cabal ha sido gestor cultural desde los años setenta, además del primer director del Teatro Price de Madrid en su etapa contemporánea y de La Noche en blanco.

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