El extraño enterramiento de adolescentes a los pies de la muralla árabe de Valencia
Unas excavaciones arqueológicas sacan a la luz los restos de 12 menores sepultados por el rito musulmán bajo la fortificación debido al asedio cristiano, según la hipótesis de los arqueólogos
La mortalidad infantil era muy elevada en el siglo XI. Es muy frecuente hallar restos de niños y adolescentes en los cementerios de entonces. No lo es tanto encontrar cadáveres perfectamente dispuestos siguiendo el rito musulmán a los pies de una gran muralla árabe, como la de Valencia. Allí, los arqueólogos han descubierto ahora los restos de 12 menores, la mayoría adolescentes, enterrados en posición decúbito lateral derecho entre la fortificación levantada por orden de Abd al-Aziz, rey de la taifa Balansiya entre 1021 y 1061, y el antemuro o barbicana que reforzaba las defensas.
Muy cerca, también dentro de lo que hoy es el popular y noctámbulo barrio de Carme, se emplazaba el cementerio musulmán. Sin embargo, los restos no llegaron allí, tal vez debido al peligro que suponía salir del recinto amurallado con las tropas cristianas asediando la ciudad. “Es un enterramiento extraño, que pudo deberse a una situación de guerra, de beligerancia”, explica Paqui Rubio, directora de la intervención arqueológica, junto a Pepa Pascual. “Al bajar la cota de los siete metros de altura de la muralla hasta los nueve de su origen, se han descubierto estos enterramientos en una zona protegida de los ataques en el siglo XIII de las tropas de Jaime I [el rey cristiano que fundó el antiguo Reino de Valencia]”, apunta la concejal de Patrimonio, Glòria Tello, en una visita a las obras de este martes.
El proyecto municipal, presupuestado en 2,2 millones de euros, persigue hacer visitable los 45 metros longitudinales de muralla árabe (unos 500 metros cuadrados) que sobreviven en esta parte del barrio, con su torreón habitado incluido, y mostrar todos los hallazgos en un nuevo centro de interpretación. Cualquier actuación arqueológica en una ciudad milenaria es una síntesis parcial de su historia. Hay otros lienzos de muralla en solares que sirven de aparcamientos, en viviendas, en discotecas reconvertidas o en las mismas calles del Carme, pero ninguno con las dimensiones y la conservación del emplazado junto a la plaza de l’Àngel.
Hasta la riada del Turia que anegó en 1957 la ciudad, allí estaba ubicada la Posada de l’Àngel, erigida en el siglo XVI para atender a los visitantes y comerciantes que procedían del norte. Gracias al empleo del gran patio trasero para guardar los carros y los caballos, se conservó la muralla y no fue asimilada por las viviendas que se fueron construyendo pegadas a ella. Los vecinos aprovechaban los más de dos metros de grosor del muro para sacar piedra, tierra o ampliar sus estancias. Se pueden observar perfectamente los azulejos de un cuarto de baño sobre la mampostería de la muralla árabe o una desgastada tubería de cobre que atraviesa el lienzo. En varios torreones de origen árabe, reformados a lo largo del tiempo para sacar ventanas y que hoy se asemejan a miradores de un parque natural, aún viven vecinos.
Hoy ese solar está lleno de arqueólogos y operarios con el propósito de finalizar las obras el próximo verano. Todo está a la vista. Los huesos y las calaveras siempre llaman la atención. También la diferente disposición de los enterramientos musulmanes, muy ordenados, y los cristianos, más caóticos, que han salido a luz en el cercano terreno donde se levantó una iglesia. Con su destrucción, se ordenó trasladar todos los restos humanos a un cementerio próximo, pero el trabajo se quedó a medias. “Picaresca ha habido siempre”, apostilla la arqueóloga Paqui Rubio, junto al antropólogo Ángel Rubio, que acaba de señalar las huellas que la artrosis dejó en las vértebras de un anciano cristiano recién exhumado.
Se ha localizado y documentado la cúpula con la que los cristianos taparon el foso de la muralla árabe para hacerlo servir de alcantarillado. O el camino de ronda de uso militar de la muralla. También se han descubierto trozos de vajilla de lujo y valiosa cerámica árabe, de los que se ha podido seguir el rastro: uno procedía de Málaga, otro de Mallorca, y un tercero, el más preciado, de Egipto. Las distintas procedencias evidencian el intenso comercio e intercambio de mercancías de la ciudad mediterránea, el reino taifa que en el siglo XI vivió su momento de esplendor. Contaba el historiador de la ciudad Manuel Sanchís Guarner que los musulmanes valencianos de la época en que reinó el nieto de Almanzor destacaban por su “elegante aspecto”, según los cronistas árabes. Era “gente rica, que disponía en sus casas de todos los enseres de lujo y de placer, y adquirían cualquier novedad exótica que apareciera”, recogía el también reputado lingüista.
Babelia
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