_
_
_
_
LA CRÓNICA
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿Qué hacemos con la muralla árabe?

Es un asunto menor. Se trata de recuperar y exhibir los restos de la muralla árabe -siglo XI- que todavía se conservan en el barrio del Carme de Valencia. El proyecto involucra a un centenar de vecinos, o quizá menos, que resultaría damnificado por la reforma, en el supuesto de que se lleve a cabo. Sus inmuebles encubren o se apoyan en las seculares piedras y están condenados a la piqueta. No es sorprendente que se opongan al proyecto con alegatos más o menos idóneos, pero todos respetables y algunos conmovedores. La asechanza del desahucio y el atropello en que este se resuelve a menudo justifican la alarma, por no mentar los trastornos y aun la agresión que conlleva todo desarraigo.

Como era de esperar, las asociaciones vecinales de este entorno urbano -que son varias y no demasiado bien avenidas- también han impugnado con distinto énfasis esta propuesta que, a la postre, está sacudiendo las opiniones de los residentes y devotos de esta languideciente e histórica barriada. Se nos apremia para que optemos sin matices cuando, en realidad, la inmensa mayoría de los requeridos solo tiene vagas noticias del plan que se propende. La respuesta, por otra parte, depende de cómo se formule la pregunta. Nadie se opone a que se rescate la muralla y se la enmarque en un espacio verde. Otro es el parecer cuando se menciona la contrapartida de los derribos y realojos.

He de confesar que, en mi condición de avecindado con varias décadas de avecindamiento entre las Torres de Quart y el Portal de Serrans, que apuesto rotundamente por la intervención, siempre y cuando se cumplan dos condiciones elementales. La primera de ellas consiste en proceder a una información exhaustiva acerca de este propósito para que los ciudadanos valoren y hasta "visualicen" cómo resultará el nuevo espacio que se les ofrece. De ello se infiere, como apartado fundamental, cuál será el destino e indemnización que corresponde a los damnificados por esta mejora. Sin resolver este capítulo, a todas luces prioritario, nadie habría de remover una sola piedra. La torpes expropiaciones para la ampliación del IVAM, por no citar otras más lejanas, nos tienen bien aleccionados.

Pero atendidos que sean estos apartados, y asumido que algunos convecinos han de cargar con el mochuelo, ¿cómo podemos rechazar una actuación urbanística que recupera lienzos y torreones de la muralla musulmana secularmente abandonados, al tiempo que reconquista y abre al uso público nuevos espacios que hoy son, en buena medida, reos de la incuria o meros basurales? ¿Qué alternativa se sugiere? ¿Dejar las cosas como están y esperar otra oportunidad, acaso remota? Podremos considerar y discutir el alcance del proyecto y si afecta por igual a todos los edificios que se engulleron tramos de muralla. Esos u otros aspectos. Pero frenar esta iniciativa es trabar más si cabe el lento renacimiento de este paraje urbano que no acabará de revivir sin alicientes para atraer la inversión privada y renovar su tejido humano.

No será necesario recordarle a los reticentes que han pasado más de 20 años desde que se anunciaron ambiciosos planes oficiales de rehabilitación del barrio y que no se sabe -o yo al menos ignoro- qué porcentaje se ha invertido de los 23.000 millones de pesetas que se prometieron para el Centro Histórico en 1992. Y no digamos de cuando, en 1989, se nos prometían equipamientos adecuados para 10.500 habitantes, reducidos hoy a la quinta parte, o poco más. De aquellas promesas y grandilocuencias queda lo que cualquier viandante percibe: que algo se va haciendo, que es descomunal la obra pendiente -no hay más que observar la proliferación de solares en barbecho- y que apenas si se ha entonado el latido vital y económico de este espacio citadino, que paradójicamente se quiso un día como reserva para el ocio y el estrépito. Tal era el desprecio en que se nos tuvo.

No vamos a reiterar las expectativas incumplidas, a cuyo coro se sumarían justamente no pocos barrios y poblados periféricos de Valencia, pero se nos antoja un despropósito rechazar el plan comentado -sobre todo cuando tantos beligerantes conocen poco o nada-, que si algo tiene de negativo a nuestro juicio es la indeterminación de los plazos de ejecución. De tal suerte que la disputa podría convertirse en simple música de fondo para la degradación creciente.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

CONTRA FUSTER, TODAVÍA

La muchachada del GAV, u otra de su mismo pelaje, ha embadurnado algunos referentes fusterianos en Sueca: el monumento que le recuerda y la biblioteca que legó. Nada nuevo. Ni siquiera la grosería de las pintadas, tan repetidas. No sé si algún devoto se sentirá agraviado, pues motivo tiene. Creemos, sin embargo, que estos bárbaros rinden a su manera un homenaje al escritor. Lo tienen presente con la obstinación de los ateos. Lo maldicen, luego pervive. En cierto modo, es preferible esta animosidad que la indiferencia, por ejemplo, del Ayuntamiento de Valencia, que todavía no le ha tributado su reconocimiento en el callejero de la capital. Ni cultos, ni centrados.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_