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Severiano Grande, la piedra definitiva

En su obra, cuenta más la materia que el estilo, seguir el cauce de la roca antes que seguirse la corriente estética del momento

El escultor Severiano Grande, en una imagen de su página web.
El escultor Severiano Grande, en una imagen de su página web.

No hay espacio para despedir a Severiano Grande, fallecido el sábado día 3 a los 83 años. Se ha ido el escultor de deseo telúrico. El indómito de la piedra. “Yo también seré un día / peñasco indestructible / en la alta sierra”, dejó escrito en uno de sus memorables poemas. El escultor insobornable y marginal que buscaba la roca más rebelde, la más dura, de su generación.

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En la obra de Severiano cuenta más la materia que el estilo, seguir el cauce de la roca antes que seguirse la corriente estética del momento, bailarse el agua del bando y de la escuela. Importa nada el ismo y mucho el seísmo. Había que ver su emoción ante el corte geométrico de la cantera, acompañarle monte arriba donde están las piedras solas, verle entrar en el río a escuchar los cantos rodados.

Severiano traía piedras de sus viajes, no fotografías. Por los Monegros. Almadén. Los Alpes suizos. Egipto. Túnez. Por los Montes Grampianos, junto al Lago Ness. Para él la vida era este trasiego. “¡Qué gran serón la sierra! / ¡Cómo transporta el alma!”, escribe. Obra a hombros. Y a golpes meterse en el mineral. Hacerse de él. No doblegarlo. No disfrazarlo. Participar de la vida de la roca. No abusarla. No comerciarla. Dejar huella. La talla es un momento de la roca. Un accidente tan enigmático y pleno como el enfriamiento del magma, la erosión, la fractura.

En sus esculturas, Severiano deja intacto este asombroso escenario geológico que es toda piedra para desvelar solo uno de los seres que la habitan. Es un compromiso ético mucho más que una postura estética. Y tanto cuenta la parte tallada de la roca como la intocada. En su obra hay una reivindicación de la materia labrada por la naturaleza tan escandalosa y vibrante como la de Duchamp cuando inventó el ready-made. Revés y paralelo.

Severiano Grande nace en Escurial de la Sierra, Salamanca, en 1937. De allí se lleva la formación y la forja más determinante. La roca en su lugar. La veta en el alma. Pronto se traslada a Salamanca donde estudia con Zacarías González y Damián Villar. Y en 1953 sin remedio ni aviso se marcha a Barcelona. Trabajará con muchos maestros catalanes, primero en el taller de Carlos Salazar, luego con José Clará, Corberó, Rebull, Eudald Serra. Regresa a Salamanca y en 1965 construye su casa taller en Mozárbez. En 1974, y durante tres años, vivirá en Girona, en Corsá, trabajando con Marcel Martí.

En 1976 expone en Madrid, en el Palacio de Cristal, y el Museo de Arte Contemporáneo de Madrid adquiere varias obras suyas para su acervo permanente. Las exposiciones se multiplican a la vez que el artista se va apartando del mundo para abrirse solo a sus piedras. “La piedra es un imán para mis manos. / Mi cerebro despierta con mis golpes”, escribe el escultor-poeta.

Más allá de su aportación al informalismo o su devoción constante a la figura, está su lealtad a la materia. Esta es su escuela. Su ley. Toda la obra de Severiano es una alianza con la materia. Los títulos de sus piezas anuncian un manual de geología —piedra a la mano— y guardan una suerte de litosofía reverencial. Esquisto verde, sienita, basalto, esmeril, diorita, pórfido, cuarzo con geoda, calcopirita, granito negro de Sudáfrica, mármol rojo de Alconera, negro de Marquina, blanco yugoslavo... y así hasta el infinito.

En la naturaleza todo es vanguardia. La roca despierta la conciencia del escultor, decía Severiano. Hombre de inmaleables ideales de libertad y de justicia. A la cabeza de sus propios actos, como pedía César Vallejo, uno de sus pares espirituales. El otro, Masaccio. “¡Siempre Masaccio! La roca es una forma de ser”. En 2010 le pedí una cabeza de Orfeo salvaje, no en cívico mármol, para rodar nuestro largometraje Animal Piedra (aún sin estrenar). Meses después me llamó. Encontré a Orfeo en una cuarcita. En el fondo de un barranco. En lo alto de la sierra. Como griegos primitivos, con sogas y poleas, nos hicimos con la roca. En 2011, durante cuatro semanas de rodaje inolvidable, Severiano alumbró la cabeza de Orfeo en aquel bloque salvaje de cuarcita blanca y roja. La cuarcita es un paraje con galerías, criptas, cristales y líquenes, aprendí de él.

Panteísta de la vida. Presocrático de la piedra. Severiano Grande, el hombre que golpe a golpe fue metiendo su vida en esos bloques indómitos, ha entrado en la eternidad de la roca fundida: “¡Basalto! Un buen día / viajaré al infinito / a lomos de mis callos”. Ya no se hacen hombres así.

Juan Figueroa es director de cine.


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