La festiva y bullanguera normalidad
Emilio de Justo salió por la Puerta Grande tras cortar tres fáciles orejas a una astifina y desigual corrida de Victoriano del Río
Al parecer, la nueva normalidad taurina era el protagonismo de un público jaranero, festivo, bullanguero y orejero. Ese fue el que ayer sacó por la Puerta Grande a Emilio de Justo y cantó la heterodoxa escenografía de un Antonio Ferrera más preocupado por la ruptura de la norma y la impostura que por el toreo de verdad.
Del Río/Ferrera, De Justo
Toros de Victoriano del Río, bien presentados, astifinos, mansos y ásperos; el cuarto, que hizo una desigual pelea en varas y mostró nobleza y movilidad en la muleta, fue premiado con la vuelta al ruedo.
Antonio Ferrera: estocada que hace guardia y casi entera baja _aviso_ (silencio); bajonazo al encuentro (palmas y algunas protestas); tres pinchazos y dos descabellos (silencio).
Emilio de Justo: estocada caída (oreja); estocada desprendida (dos orejas); estocada caída y tres descabellos (ovación). Salió a hombros por la Puerta Grande.
Plaza de Las Ventas. 4 de julio. Corrida de la Cultura. Lleno de ‘no hay billetes’ sobre un aforo de 6.800 espectadores.
Dos orejas para De Justo en el cuarto fue un premio más que excesivo; como lo fue la vuelta al ruedo al toro, que hizo una muy desigual pelea en varas, acudió al caballo, embistió con un pitón y cabeceó en demasía.
Un despropósito iniciado en los tendidos y coronado por un palco devaluado.
De Justo es un buen torero, claro que sí, y lo demostró a cuentagotas con ese toro cuarto, el más noble y de mayor movilidad en el último tercio, que fue de menos a más, al que muleteó con ambas manos en tandas cortas y aceleradas y de escasa hondura. Solo al final unos naturales emotivos y una tanda de derechazos de frente que acabaron en un desarme pusieron broche a una labor claramente incompleta, coronada con una estocada algo desprendida.
Había recibido a su primero con un par de chicuelinas en la boca de riego tras unos capotazos iniciales con la pierna flexionada. Alargó en exceso la faena, embrujada, es verdad, de bellas imperfecciones por la corta embestida del animal. Destacaron, sí, cuatro naturales hermosos al principio, y otros tantos de frente y a pies juntos cuando el toro hacía tiempo que había pedido la muerte. Una estocada caída no fue impedimento para que este público aplaudidor pidiera la oreja. El sexto, muy descastado y noble, solo llamó la atención por sus astifinos pitones. De Justo hizo un último esfuerzo y le robó algunos muletazos de mérito que volvieron loco al personal.
Lo de Antonio Ferrera es otra historia. Tiempo ha llamó la atención por la belleza de una escenografía heterodoxa de la que emergía una tauromaquia nueva y sorprendente. Ahora, esa gracia tiende a convertirse en un toreo impostado, superficial e insulso. Parece más preocupado por la gestualidad que por la profundidad, y esa corriente se traslada a los tendidos con la misma celeridad que lo hace el buen toreo.
De entrada, exigió que se volvieran a pintar las rayas del tercio, descoloridas, quizá, por el viento, y minutos más tarde infringió el Reglamento al ordenar al picador que se situara en los medios para que castigara a un manso que había huido en los dos primeros encuentros.
El trasteo en ese primero fue meritorio por la aspereza del animal, pero todo quedó en una insípida mezcolanza de algunos derechazos hondos y la figura forzada en exceso con la muleta en la zurda. Se situó lejos, muy lejos, a la hora de matar, el toro obedeció al trote y la estocada asomó por los lomos.
Manso, soso y desvaído resultó el tercero, y las opiniones se dividieron tras una labor tras algunos detalles elegantes ante una animal carente de vida que iba y venía sin resuello en sus entrañas.
Sin clase el quinto, desanimado el torero, falló con la espada y su labor en conjunto quedó en un preocupante silencio.
El subalterno Antonio Chacón fue el protagonista de un toreo de altos vuelos con el capote ante el primero y con las banderillas en el quinto.
Babelia
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