Majid Majidi: “Si la valentía es ser altavoz de las personas cuyos derechos han sido pisoteados, sí, soy un valiente”
El cineasta iraní retoma en ‘Hijos del sol’ su mejor cine, el del compromiso social, a través de niños de la calle
Mientras que el resto de los cineastas iraníes hace décadas regateaba la censura con alegorías infantiles (aprovechando además el departamento de cine que Abbas Kiarostami creó en el Instituto de Desarrollo Intelectual de la Infancia y la Adolescencia), Majid Majidi (Teherán, 62 años) decidió que su cámara no se alejaría de los oprimidos, de la gente de la calle y que las parábolas las harían otros. Y no le ha ido mal: fue el primer iraní candidato al Oscar a mejor película extranjera —con Niños del cielo, en 1998, pero fue la edición de La vida es bella, de Roberto Benigni―, y en España obtuvo cierta popularidad con ese título y posteriormente con El color del paraíso (1999) y Baran (Lluvia) (2001). Posteriormente, su obra se fue diluyendo. Seguía teniendo interés, pero le faltaba fiereza.
Hasta que en el pasado festival de Venecia Majidi estrenó Hijos del sol, que obtuvo el galardón a mejor actor emergente para su protagonista. Es el drama de un chaval de la calle, un pequeño delincuente que intenta encontrar un tesoro en los sótanos de un colegio, creado para acoger a esos chicos, pero que está a punto de cerrar por falta de ingresos. Majidi ha mezclado La isla del tesoro y las más tormentosas narraciones de Dickens sin olvidar Teherán, una megaurbe con un pie en la absoluta modernidad, otro en el Irán rural y el alma en el caos. Hijos del sol se estrenó el pasado viernes en España.
El rostro de Majidi es inconfundible en pantalla. Aparece desde su ciudad natal y saluda a través del intérprete del farsi al español. Y la entrevista arranca por su filmografía, marcada por la valentía. “Bueno, define valentía... Yo creo que cada artista tiene una misión, y creo que para muchos la fundamental es convertirse en la voz de la gente, especialmente la menos pudiente. Hay que llevar a la pantalla sus exigencias, sus demandas. Si la valentía es ser altavoz de las personas cuyos derechos han sido pisoteados, sí, soy un valiente”. Dicho lo cual, aclara que, a pesar de los riesgos, nunca ha sentido la presión de las autoridades. “Sinceramente, nunca me ha ocurrido, pero es una realidad que la política va a la contra de los asuntos sociales. A los gobiernos no les gusta que les critiquen o que en pantalla se reflejen críticas de su gestión”. Se detiene y entra en barrizales de manera cuidadosa: “No es mi caso, pero a lo mejor ha habido películas que han sufrido retrasos en su estreno o problemas de censura. Sin embargo, eso no ocurre solo en Irán, sino en otros muchos países. Hay una realidad: la política no se siente cercana al arte”.
Y con todo, el cineasta iraní se siente optimista: “Cuando me convierto en la voz de esa gente, siento buenas vibraciones. Creo que hay un impacto. Un ejemplo: cuando filmaba Baran (Lluvia) nadie conocía al pueblo afgano ni sus sufrimientos. De hecho, el mundo se enteró de la situación en Afganistán tras los atentados del 11-S, y se dieron cuenta de que era un país que llevaba sufriendo guerras más de cuatro décadas. Y en Baran estaba todo eso. Si he podido descubrir a un puñado de espectadores ese dolor, me doy por satisfecho”.
Ese eco está en el colegio de Hijos del sol, creado fuera de toda subvención, centrado en chavales pobres, y por tanto a punto de cerrar por falta de ingresos. “La idea me llegó al visitar una escuela real de esas características en Teherán. La habían montado un grupo de jóvenes a través de una ONG, y llevaban dos años en funcionamiento con dos edificios: uno para chicos y otro para chicas. No hay otra igual en Teherán. Y pensé que podía llamar la atención sobre esa labor y sobre el problema del trabajo infantil, una cuestión internacional. Hay 150 millones de niños trabajando en todo el mundo. Necesitamos escuelas de ese tipo, para que esos críos disfruten del derecho a la educación. Y si la película llama la atención y ayuda a la financiación, mi esfuerzo ya ha sido recompensado”, sostiene.
En los guiones de Majidi no hay buenos o malos, no dibuja un panorama de blanco o negro, sino que cada situación, cada personaje navega por un mar de grises. “No existen seres humanos de categorías absolutas, quiero decir que no he visto a nadie bueno o malo. El ser humano reacciona de manera muy distinta según la situación, y eso marcó el guion de Hijos del sol. En cada momento podemos intuir que hará cada personaje, pero no saberlo al 100%”.
Lo que lleva a otro problema que aparece de refilón en su última película: la brecha digital, el abismo que crece cada día entre el mundo urbano y el rural. En eso Irán recuerda de alguna manera a España. “Cuando abordo una cuestión humana, lo hago desde el sentido común, y eso encuentra eco en todo el mundo. Esa película podría haberla rodado en España, desde luego, y seguramente en otro montón de países. Porque en esencia hablamos de seres humanos. Y niños vulnerables y gente poco pudiente hay en todo el mundo. El mundo es, en el fondo, una familia, y cuando en una familia abordamos las relaciones humanas desaparecen las fronteras”, concluye.
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