El blues de la música en directo para llegar a fin de mes
Intérpretes, técnicos o productores sobreviven desde hace más de un año sin ingresos propios y pocas ayudas. “Me vi con una mano delante y otra detrás″, dice la cantaora Montse Cortés
A la cantaora Montse Cortés nunca le ha faltado el trabajo. Comenzó con 14 años en un tablao de su Barcelona natal, y ha actuado junto a bailaores como Antonio Canales ―con quien conoció a los Clinton cuando visitaron España―, Sara Baras o Joaquín Cortés; le hizo los coros a Alejandro Sanz en la canción El alma al aire en Miami, y acompañó durante unos cinco años a Paco de Lucía, que le insistió en varias ocasiones para que se fuera con él de gira por Estados Unidos (no aceptó de primeras porque uno de sus dos hijos, que ahora tiene 28 años, era entonces muy pequeño). Ganaba unos 2.500 euros al mes y en 2020 tenía varias galas pendientes, una de ellas por el Día del Pueblo Gitano, en la que iban a pagarle unos 4.000 euros. Pero estalló la pandemia y todo se canceló. “Me vi con una mano delante y otra detrás”, reconoce desalentada.
A sus 48 años, Cortés ha tenido que ingeniárselas para comer ella y su hija de 12. Ambas están sentadas en el salón de su casa, en Madrid, y Cortés, que durante toda la entrevista expone su vigoroso tono de voz, susurra: “Se me caían las lágrimas, al pensar: ‘Dios mío, qué hago’. Ya no por mí, por ella”. La asistente social trajo cestas de alimentos un par de veces ―el protocolo del Ayuntamiento de Madrid varía según el distrito y ella no tenía que desplazarse para buscarlas―, pero no era suficiente, y tuvo que recurrir a la solidaridad de sus vecinos. “Aquí había [señala una vidriera de su portal] un número para que llamara quien no tuviera comida. Era una asociación de este barrio. Conté mi situación y me trajeron a casa una compra”, comenta.
Poco a poco, vio algo de luz con el apoyo la Sociedad de Artistas, Intérpretes o Ejecutantes de España (AIE), pero sobre todo gracias a la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE). “La AIE me dio unos 700 euros en un pago único y la SGAE me ha concedido una paga de cuatro meses de 500 euros y me la ha vuelto a renovar. Aún me quedan dos meses”, explica la artista. La institución ha triplicado en 2020 las ayudas a los socios, han pasado de 115 en 2019 a 352. La artista barcelonesa no pudo acceder a los subsidios estatales porque le faltaba un día cotizado para llegar al mínimo requerido.
Lydia Alonso (Barcelona, 42 años) recibe una ayuda de 700 euros al mes como autónoma, pero no le llega. Solo su alquiler cuesta 750. “Soy madre de una niña de 11 años y no tengo ni un ingreso más. Hemos tenido que pedir ayuda a la asistenta social, voy a recoger la comida a un local una vez al mes, y a Actúa Ayuda Alimenta, que nos trae las cestas a casa. Sobrevivimos como podemos”, admite la productora de conciertos, festivales y eventos, que lleva 14 años en el sector.
Alonso trabajaba prácticamente los 365 días del año. “En verano, en el Festival Internacional de Benicàssim, el Sónar, el Arenal Sound; durante el resto del tiempo, para los conciertos de Rock en Familia, en la sala Razzmatazz, también eventos para el Fútbol Club Barcelona”, enumera. El paro ha desencadenado que no pueda ni costearse un aparato que controle su hipoglucemia (peligrosas bajadas de la glucosa en la sangre), cuyo precio medio mensual son 120 euros. “Sanidad no lo subvenciona, solo lo hace si tienes diabetes tipo 1, incluso hemos recogido firmas en la página Change.org. Antes sí podía costearlo, pero ahora prefiero que mi hija coma. Es un cúmulo de ansiedad, porque no sabes en qué momento te bajará el azúcar”, lamenta.
Los conciertos celebrados en 2020 se han reducido un 87% con respecto a 2019: de 91.106 actos se ha pasado a 11.851, según el anuario publicado esta semana por la Asociación de Promotores Musicales, la principal asociación de la industria de la música en directo en España. Según este informe, el sector ha perdido un 63% de ingresos por venta de entradas, lo que ha provocado estragos en las empresas culturales.
Antes de que la pandemia estallara, Chema Cantón (Linares, 55 años) generaba 32 puestos de trabajo estables en la provincia de Jaén gracias a sus dos orquestas, La Gran Rockset y Zodiako. Tenía una vida próspera, se movía por España y daba unos 90 conciertos al año. Ahora solo existe la segunda banda, y a duras penas. Llegó la crisis, despidieron a su mujer y justo antes del inicio del estado de alarma, en febrero, se le incendió la cocina, que aún no han arreglado porque utilizaron la indemnización del seguro para comer y pagar gastos.
La línea de crédito de la empresa la tengo casi ventilada; con lo que me da mi madre y mis suegros hacemos cábalas para pagar la luz, el teléfono y el agua, que vinieron a cortármelaChema Cantón, de la orquesta Zodiako
“Las empresas del sector no recibimos ayudas ni del Gobierno central ni del autonómico ni de la Diputación, mucho menos del Ayuntamiento, porque cancelaron, pero no compensaron”, sentencia, y asegura que se endeuda cada vez más. “La línea de crédito de la empresa la tengo casi ventilada; con lo que me da mi madre y mis suegros hacemos cábalas para pagar la luz, el teléfono y el agua, que me la llegaron a cortar y tuve que ir a pagarla”.
El carácter temporal de las orquestas hace que la gira de mayo a octubre sea el plato fuerte, con un 90% de la facturación, y las últimas actuaciones de temporada las hizo en octubre de 2019. “De hecho, hay compañeros que no han trabajado desde entonces”, sostiene.
Cantón lleva 33 años dedicado al oficio. “¿Qué hago ahora?”, se pregunta. Ve “inhumano” que el Gobierno mantenga un hilo de esperanza, la sensación de que se ve la luz al final del túnel, mientras ellos pierden dinero. Recuerda que lo definió el ministro de Cultura, José Manuel Rodríguez Uribes, cuando se reunió con él, en calidad de presidente de la Coordinadora Estatal de la Verbena y el Espectáculo, en julio: “Nos dijo: ‘Sois la tormenta perfecta”.
Ese caos arrastra a los que están detrás de los escenarios, como al técnico de iluminación Ángel Morales (Cádiz, 43 años). Antes de la pandemia, vivía de alquiler en un chalet de Madrid. “Con piscina”, rememora entre risas. Luego se mudó a la sierra y a raíz del confinamiento no pudo pagar el alquiler. Al tercer mes, el casero dejó de comunicarse con él y le llegó un proceso. “Nos echaron de la casa y tuve que ocupar una que sabía que era de un banco, porque me lo contó un amigo del pueblo. Si no, me quitaban la custodia compartida”, aclara en alusión a sus dos hijos, de cuatro y ocho años. “Estuve allí hasta que he encontrado el lugar donde vivo actualmente, también en la sierra madrileña, donde no pago alquiler a cambio de cuidar del huerto y de los animales”, apunta.
Morales se dedicaba a grandes festivales, conciertos, giras, y sentencia que ya fueron apaleados en la anterior crisis económica. “En 2008 me fui a Brasil tres años y pico, hasta que se recuperó la cosa. Pero ahora tiene que ser tu país el que te apoye. No nos pueden dejar tirados”, reclama. Él no ha recibido nada por un error administrativo ocasionado a raíz de que una empresa en la que estuvo no le diera de baja como autónomo y se le generó una deuda. El técnico menciona que no quiso seguir insistiendo: “Un día me vi en el SEPE (Servicio Público de Empleo Estatal), en Madrid, aporreando la puerta; llegó la Policía Nacional y me dio un ataque de nervios allí, llorando. Nunca más. No necesito la ayuda de nadie. Aquí estoy, criando gallinas y con mi huerto, y a mis hijos no les falta de comer. Esta mierda me ha cambiado la vida y ya no quiero ayuda de nadie. Solo quiero trabajar”.
Babelia
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