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Antonio Ortuño: “No tolero un libro que me esté dando la razón todo el tiempo”

El escritor mexicano publica su nuevo libro de cuentos, ‘Esbirros’, 11 relatos sobre el poder y la sumisión y contra las moralejas simplistas

El escritor Antonio Ortuño posa para una sesión de fotos en la ciudad de Guadalajara, México.
El escritor Antonio Ortuño posa para una sesión de fotos en la ciudad de Guadalajara, México.Héctor Guerrero
Camila Osorio

Cuando el escritor mexicano Antonio Ortuño era adolescente, y tomaba todas las mañanas un autobús para llegar a la escuela, un mendigo solía subirse también a repetir el mismo cuento trágico de un padre abusador y un hijo abusado. “Por su condición de hipócrita y predicadora, la coplita siempre me pareció repelente”, explica Ortuño en la introducción de su nuevo libro de cuentos, Esbirros, publicado esta semana en España por la editorial Páginas de Espuma. “Sin embargo, debo aceptar, me fascinaba que el pordiosero, tan jeremiaco y destemplado, le sacara lágrimas y monedas a los más cándidos de ese auditorio ambulante que era el autobús. Porque lo que pretendía con su presunta enseñanza moral era, por supuesto, hacerlos caer en una trampa. Un predicador, lo sepa o no, es siempre un mentiroso. La vida es más compleja que las teorías y creencias que pretenden explicarla”.

Ortuño (Zapopan, Jalisco, 44 años) ha publicado ocho novelas, tres libros de cuentos, y decenas de columnas de opinión desde 1997 para distintos medios (es actualmente columnista de este diario). Esbirros, su nuevo libro con 11 cortos cuentos, es una oportunidad para sentarse con él en el autobús a cuestionar los relatos que dividieron al mundo entre buenos y malos. Sus personajes, por más débiles que parezcan, no son sólo víctimas: ladrones que buscaban ayudar a un familiar, escritores mentirosos que salvan su vida con cada palabra, padres alcohólicos que se preocupan por los peligros nocturnos que acechan a sus hijas. “Los relatos de este libro no pretenden operar el chantaje sentimental de aquellas coplas gemebundas”, escribe Ortuño sobre unos cuentos llenos de sátira, tragedia, y algo de Black Sabbath.

Pregunta. ¿Por qué Esbirros? ¿Este es un libro de cuentos sobre la sumisión?

R. Sí, la sumisión y las relaciones están en el corazón del libro. He escrito muchos cuentos a lo largo de los años y en este libro reuní los que tuvieran ese parentesco, ese descenso al charco de lodo de las relaciones de poder, de la sumisión, y también del dominio de las hegemonías.

P. Pero no es un libro lastimero con los sumisos. ¿Es también sobre la venganza de ellos?

R. Claro. Yo no creo en esta conveniente victimización moral en la que todos los que están abajo están absolutamente indefensos. Creo que el tema es mucho más complejo. A veces la víctima también cambia de posición y se convierte en victimario, o en ocasiones es el victimario de alguien más. Así queda un poco claro en el primero de los cuentos [Historia del Cadí, el sirviente y su perro], en el que un perro es víctima, y arriba de él está el sirviente, que también es víctima del Cadí, que también es víctima del Vicir. Cada cual tiene un pez más grande que lo muerde. Las tablas se giran también en algunos otros de los relatos porque es una tensión que no es solamente unidireccional. Las víctimas no solamente se definen como víctimas, sino que tienen en sus vidas otros espacios en los que pueden cambiar su papel. Me interesaba rehidratar el tema de las relaciones de poder en un terrero de mayor complejidad que el juego unidimensional en el que el amo que siempre es amo, y el esbirro que siempre es esbirro.

P. Una frase suya en la introducción dice: “Me revientan las fábulas morales”. ¿Está esquivando la moralidad a favor de alguno de sus personajes?

R. No esquivar, sino de alguna manera devolviéndole a la literatura su capacidad de retarnos y su capacidad de navegar en el terreno de la ambigüedad. No en el terreno del absolutismo moral. Me molestan los relatos que en el fondo solo tratan de decirnos que alguien es muy malo o muy bueno. Me parece que la literatura debería escarbar en las cosas que no tenemos claras. Cuando se escribe con certezas morales absolutas, me parece que terminamos predicando desde un púlpito. A mi no me gustan los escritores predicadores, ni quiero serlo. Por eso tenemos este bonito gato maléfico en la portada: remite al meme en el que está inspirado, pero también es un homenaje a este personaje de Lewis Carroll, del gato de Cheshire, que siempre estaba un poquito distante de los acontecimientos, y que de pronto se desvanece y sólo queda su sonrisa.

Creo que la literatura nos da la posibilidad de mirar el otro lado del tapiz de las cosas, y de encontrar incluso dentro de esas oscuridades en donde aparentemente sería menester ponerle una especie de brújula moral al lector. Mostrarle que a veces las brújulas morales están averiadas. No existe en literatura un norte moral absoluto a donde tienen que apuntar todas las brújulas. El tema del poder, el tema del abuso, el tema del mal, son temas complejos y tienen muchas vertientes.

Esbirros, de Antonio Ortuño

P. ¿El gato-meme no viene del cuento que se llama Almas Blancas?

R. Bueno, sí. El veredicto del gato al final de ese relato no trata de ser una moraleja de ninguna manera. Todos los personajes del relato, para alcanzar un fin moral loable, pues terminan haciendo porquería y media. Muestran las miserias que puede llegar a implicar el intentar hacer el bien. Eso me parece más sugestivo o seductor que un relato tras otro sobre que malo es el mundo y que malos son los malos. Estamos un poco saturados de ese tipo de acercamiento a la literatura, o al menos yo lo estoy. Yo no quiero que lo que escribo se parezca a los capítulos de la Rosa de Guadalupe. Me revientan las fábulas morales, pero me atrae el tema de la observación moral.

P. ¿El escritor también puede ser un sumiso? Ese parece ser el caso en ese cuento llamado Escriba

R. Esa es una posible interpretación del cuento. El narrador de ese relato es un tipo amarrado a ser casi el notario, el relator, de las andanzas de una familia que tiene el poder en el sitio donde él vive. El señor y sus hijos tienen disputas, pero el narrador tiene que escribir las versiones de todos e intentar sobrevivir entre las amenazas, las presiones, pero también las dádivas y los regalos. El vive de alguna manera en esa cuerda floja, intentando equilibrar lo que dicen todos, ofendiendo lo menos posible, porque anteriores escribas han sido ejecutados por cruzarse de la raya. Claro que es una reflexión sobre la escritura y sobre todo sobre esto que ha re-aparecido de manera espectacular en el mundo de la escritura comprometida. Cuando ese compromiso, más o menos abstracto, pasa a ser compromiso concreto con gente del poder, el papel del escritor se convierte en el de un escriba. Se convierte en un sicario a sueldo que tiene que lidiar con eso, su trabajo es exclusivamente tratar de tener contento a quien le manda, y de transmitir sus palabras, y de justificarlo ante todo.

P. Usted lleva muchos años escribiendo en prensa. ¿Su cuento El horóscopo dice es una crítica a cómo los medios han cubierto las desapariciones de mujeres en México?

R. Sí, y a la vez es algo más amplio que eso. En el tema de las desapariciones, creo, solo los políticos muy mentirosos piensan que la totalidad de la culpa es de la prensa. La prensa también tendrá su parte de responsabilidad en alguna circunstancia, pero jamás tienen toda la responsabilidad. En el cuento también hay una observación descarnada de lo que es la policía y el poder institucional. En algún momento la narradora piensa que hay menos policías y por eso hay menos delitos. Pero claro que hay una crítica que hace la narradora también a los medios, hablando de la inutilidad de muchas notas, de la superficialidad con la que se cubren muchas informaciones, y con el hecho de que den informaciones abiertamente falsas, como los horóscopos. Un medio de comunicación no debería publicar eso, no debería entrevistar brujos, no debería darle pie a ese tipo de versiones superficiales. Sin embargo también publicamos boletines oficiales, que no se han contrastado, y le dimos bola a los discursos de un montón de poderosos, que jamás se contrastan. Los medios no cumplen en general esa labor crítica, y la reducción al absurdo de eso pues es el horóscopo.

P. Otro cuento trata el tema de la violencia contra las mujeres, uno de ciencia ficción en el que a los hombres se les puede ‘apagar’ su testosterona con un interruptor para acabar la violencia.

R. Yo no soy un gran lector de ciencia ficción, no es mi terreno, así que este lo escribí como un desafío personal. Me divertí muchísimo. Traté de llevar hasta las últimas consecuencias varias ideas, como qué podría pasar en una sociedad en la que efectivamente se encontrara una manera en la que desapareciera la violencia machista. Me pareció que la única manera para que eso sucediera globalmente no sería con una toma de conciencia individual de algunos hombres, sino con una medida que los afectara directamente a todos. Reducir a los hombres a lo que se ven reducidos en este relato. Es evidente en el relato que ese peligro [machista] existe, porque en el momento en que se les quita el interruptor se convierte el hombre en una especie de lobo enloquecido que empieza a matar al resto de los hombres. Se habla en algún punto de que en otros lugares hay gente como fanática y oscura que sigue viviendo en el pasado. En realidad eso sería algo más parecido a lo que somos nosotros, ciudades en donde no existe esa especie de controles.

Insisto, el relato no tiene por qué dar una resolución positiva a los problemas sociales. Sencillamente tiene que exacerbar esas fricciones que existen. Muy conscientemente elegí desenlaces para mis relatos que no tuvieran nada que ver con el consenso de las redes sociales o con el consenso de las iglesias o de los partidos, etcétera. Porque todos esos caminos pueden terminar mal. Sobran los ejemplos de las utopías convirtiéndose en pesadillas sangrientas. Entonces me parece que el placer para mí es poner en crisis las certezas morales mediante la escritura.

P. ¿Le preocupa que los lectores no entiendan la ironía o la sátira en sus cuentos?

R. Yo tiendo a confiar en los lectores. Lo que más disfruto de mis labores extra literarias es escuchar las lecturas de lectores que probablemente ni conozco, que me mandan un mensaje por redes o que comentan algo de lo que de lo que yo escribo. Encuentro de alguna manera a ese lector que se puede reír de las mismas cosas de las que tú te ríes, que disfruta de alguna manera ese terreno también de inestabilidad y de irritación que causa leer. Yo no tolero un libro que me esté dando la razón todo el tiempo, porque me parece que está escrito con condescendencia, porque el escritor está buscando la manera de complacerme. Ese tipo de escritores me parecen como los camareros que están demasiado encima de uno en la mesa, los que cada dos minutos te preguntan si quieres algo más y no te dejan conversar, no te dejan respirar. Muchas de las lecturas más apasionantes que he tenido a lo largo del tiempo han sido con discursos literarios con los que tengo bastantes diferencias filosóficas o estilísticas.

P. ¿Qué tanto la música influyó en este libro? El libro empieza con dos citas, de Leonard Cohen y de Lou Reed, y en twitter usted dijo que el libro es “the Ramones meets Black Sabbath”.

R. Yo escribo generalmente escuchando música. No corrigiendo, porque entonces no me escucho a mí mismo corrigiendo. Pero cuando estoy escribiendo, o cuando estoy trabajando en cualquier cosa, estoy oyendo música, y hay muchas claves estéticas que me ha dado la música han nutrido mi trabajo literario. La agudeza, la amargura y el escepticismo melancólico y a la vez risueño de alguien como Leonard Cohen, para mí ha sido muy influyente. El “the Ramones meets Black Sabbath” es porque los cuentos de este libro son dinámicos, son rápidos, tienen sus ganchos de pop como las canciones de los Ramones. Y por otro lado, también me parece que tienen densidad, que tienen contundencia, y que torturan un poco los sentidos como las canciones de Black Sabbath. Son referentes estéticos para mí. La música que me gusta, yo la tomo con la misma seriedad con la que reflexiono cuando leo a Borges o a Virginia Wolf. Para mí, intelectualmente, y sin comparar a los unos con los otros porque hacen cosas distintas, son material sobre el que yo reflexiono y que me nutre intelectual y estéticamente. A mí me gustaría que, quien lea este libro, se quede con una impresión equivalente a la que yo me quedé cuando escuché por primera vez un disco de los Ramones.

P. Y si pudiera describir este libro con una sola canción de Black Sabbath, ¿cuál sería?

R. Uy, hay muchas. Pero creo que War Pigs...bueno, o Paranoid.

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Sobre la firma

Camila Osorio
Corresponsal de cultura en EL PAÍS América y escribe desde Bogotá. Ha trabajado en el diario 'La Silla Vacía' (Bogotá) y la revista 'The New Yorker', y ha sido freelancer en Colombia, Sudáfrica y Estados Unidos.

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