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La locura de olvidar las lenguas clásicas

Irene Vallejo critica “la perspectiva utilitarista ante todo lo que no se puede monetizar inmediatamente”

La escritora Irene Vallejo, el pasado jueves en Zaragoza.
La escritora Irene Vallejo, el pasado jueves en Zaragoza.Carlos Gil-Roig
Juan Cruz

“El hachazo al latín y al griego es una locura cometida por los que no entienden que hay saberes inútiles sin los que la humanidad no avanza”. Lo dice Nuccio Ordine, el profesor italiano que hizo de La utilidad de lo inútil (Acantilado) un manifiesto a favor de esas sabidurías que nutren el mundo. Alumnas de Tomares (Sevilla), que estudian bachillerato de humanidades, reclaman que vuelvan a su currículo esas joyas… para que su profesora recupere la ilusión de enseñar y porque (dice Sara Romero, 17 años, promotora del manifiesto) este curso podría ser el último en que se enseñaran el latín y el griego… “¡Sin Grecia no seríamos nada!”. A la vez que las alumnas de Tomares dieron su alerta, alcanza un éxito insólito el libro de Irene Vallejo que, traducido pronto a más de 30 lenguas, celebra la pasión por los clásicos. El infinito en un junco (Siruela, 2019) situaba ayer sus ventas españolas en 211.088 ejemplares. Manifiesto por la lectura, de la misma autora y de igual editorial, ha despachado 10.000 ejemplares en cuatro meses. Los dos libros, leyendo los clásicos.

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La cara oculta de ‘El infinito en un junco’

Esa avidez contrasta con la indiferencia con que aquí se abordan estas enseñanzas. Irene Vallejo cree que ese desdén ha impuesto “la perspectiva utilitarista ante todo lo que no se puede monetizar inmediatamente”, algo así como “un capricho de soñadores”. Ella ha convertido el junco en un manifiesto mayor por la lectura y siente que lo que aportan las humanidades a la sociedad es “un arma de combate contra el pragmatismo mal entendido”. Estas chicas de Tomares, señala Vallejo, “han dicho ¡cuidado!, advirtiendo que si a ellas se les quitan las humanidades los que vengan detrás ya no tendrán posibilidad de estudiarlas”. Dice la autora de El infinito en un junco: “¡Que se lo pregunten a J. K. Rowling, que estudió clásicas y ha creado un monumento literario enorme!”.

Ordine insiste en la raíz del desdén: “Hay una idea empresarial de la educación. La escuela y la universidad tienen hoy que ser empresas y esta concepción encierra un peligro: que echar a los profesores que, teniendo pocos alumnos que opten por el latín o el griego, resulte lógico porque no dan beneficios… Matar las lenguas antiguas significa matar la memoria de la humanidad, y eso es desastroso para la democracia y para el futuro”.

Poderosos instrumentos

Antonio Maíllo, que enseña Clásicas en Huelva tras haber dicho adiós a la política, afirma: “Estos estudios siempre fueron vistos con cierta desconsideración… Como si no fuera el saber un todo interrelacionado, también las humanidades. A eso se une una planificación curricular en estas materias que no seducen al alumnado: demasiadas guerras de las Galias, por ejemplo, para las pruebas de acceso a la Universidad. Debemos conseguir que se haga de las lenguas clásicas poderosos instrumentos para abrir ventanas a otras lenguas como forma de ‘mejor entender al mundo’. Nos vendría bien en un país plurilingüe como España, donde puedes estudiar inglés o chino pero no catalán, vascuence o gallego… El latín y el griego clásico como lenguas de encuentro de tantas lenguas, romances o no”.

En Ser quien eres (citado por Cipriano Játiva en Palabras en el tiempo), Emilio Lledó, que ha dedicado su vida a devolver a los clásicos la luz que los habita, dice: “Un autor clásico lo es por ser capaz de provocar un diálogo con sus lectores para enriquecer su clausurada y, tantas veces, monótona soledad”. Los que admiten el desdén por los clásicos esparcen la ignorancia y estimulan esa monótona soledad.


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