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Sutton Hoo, el tesoro que hizo brillar la Edad Oscura

El filme ‘La excavación’ pone de actualidad el sensacional hallazgo en 1939 en Suffolk de una tumba anglosajona con barco e invita a reflexionar sobre la relación entre arqueología y cine

Jacinto Antón
El barco de Sutton Hoo, durante su excavación en 1939.
El barco de Sutton Hoo, durante su excavación en 1939.

Bajo el ancho cielo de Suffolk, de la profundidad de la tierra en unos bucólicos campos, sale a la luz un viejo y fantasmagórico barco pagano que sirvió de tumba y que se remonta a la Edad Oscura (años 400 al 1000 en Gran Bretaña). Los hombres que lo desentierran paciente y esforzadamente en esa esquina del Reino Unido alzan la cabeza para ver pasar —es el verano de 1939 y la Segunda Guerra Mundial está a punto de estallar— una escuadrilla de rutilantes cazas Spitfire. La imagen es poderosa y conmovedora, y exacta. Forma parte de la película La excavación, que ha estrenado Netflix y que narra de manera muy fiel, envolviéndolo, eso sí, en una ficticia historia de amores contritos y otras subtramas sentimentales, además de mucha melancolía, el hallazgo de la maravillosa nave funeraria anglosajona de Sutton Hoo y su tesoro, uno de los grandes descubrimientos de la historia de la arqueología y el mayor realizado jamás en aquel país.

El barco de madera, de casco esbelto con aire de drakkar vikingo, 27 metros de eslora y 38 remos, fue arrastrado desde el vecino río Deben y enterrado en un gran túmulo entre los años 600 y 650. Era la nave funeraria de un alto personaje anglosajón, seguramente un rey, y contenía un equipamiento sensacional de objetos preciosos, entre ellos piezas que son ya verdaderos iconos como el célebre casco de guerrero (el elemento más reconocible de la Edad Oscura británica), la espada (que parece hecha para un zurdo), el escudo con figuras de pájaro y dragón, el monedero decorado con oro y zafiros, el cetro (en realidad una piedra de afilar ornamentada), los cuernos para beber o el broche de cinturón primorosamente cubierto de relieves; también remos, un hacha de guerra, una lira, lanzas, ropa, y elementos exóticos venidos de tierras lejanas: un cuenco bizantino de plata, piedras preciosas procedentes de la actual Sri Lanka. El barco, curiosamente, carecía de mástil.

El filme, que desentierra con mucha emoción, ―incluidos piano, ruiseñores y lágrimas―, y a la vez rigor, la historia de la excavación, está provocando una ola de interés por aquel descubrimiento de hace 82 años, y el entusiasmo de muchos arqueólogos que lo consideran un buen —e infrecuente— ejemplo de lo que puede ofrecer la relación entre su ciencia y el cine. No es ajeno al éxito de la película el que tiene un eco de El paciente inglés, por su tono romántico/ triangular (aunque aquí el casado es él), su énfasis en los paisajes, la misma época, y la presencia de Ralph Fiennes (en peor forma física) en el papel de un hombre obsesionado con el pasado, como lo estaba el conde Almásy de la novela de Ondaatje y el filme de Minghella, que buscaba hitos arqueológicos como el ejército perdido de Cambises y descubrió las pinturas rupestres de la Cueva de los Nadadores en el Gilf Kebir.

En líneas generales, La excavación cuenta los hechos como fueron. La terrateniente Edith Pretty (1883-1942), née Dempster, viuda de un coronel, interpretada por Carey Mulligan en la pantalla, decidió averiguar qué había bajo el túmulo más grande de los numerosos de un paraje, Sutton Hoo (del anglosajón sut tun, granja del sur, y hoh, colina) en la finca de su propiedad, Tranmer House. Para ello contactó con los responsables del cercano Museo de Ipswich que, ocupados con ruinas romanas, le enviaron a un arqueólogo local aficionado y autodidacta, pero con un olfato único para las antigüedades, llamado Basil Brown (1888-1977), Ralph Fiennes, efectivamente, que empezó por excavar otros dos túmulos que le parecieron más prometedores aunque acabó, en una segunda temporada iniciada en mayo de 1939, abriendo el que quería la viuda, el Montículo 1.

Ralph Fiennes como el arqueólogo Brown, en 'La excavación'.
Ralph Fiennes como el arqueólogo Brown, en 'La excavación'.

Lo que apareció fue algo asombroso: un barco. Mejor dicho, el fantasma de un barco: su huella en la arena, porque la madera había desaparecido a causa de la acidez del terreno. No obstante, la impresión era tan nítida que se podían reconocer exactamente los detalles del casco (incluso señales de uso y reparación) y las cuadernas, en cuya unión se conservaban los clavos de hierro. “A este barco solo lo sujeta el peso del tiempo”, señala un personaje. Parecía una nave vikinga como las que se habían hallado en túmulos similares en Escandinavia (como el barco de Oseberg, del 820), pero entonces aparecieron 37 monedas merovingias que probaron que era en realidad anterior, del siglo VII, de los anglosajones (la cultura resultante de la mezcla de los pueblos invasores germánicos y la población local de Britania tras la marcha de los romanos): seguramente el entierro de un rey (o bretwalda) de la heptarquía de Estanglia (Anglia Oriental), posiblemente Redvaldo (599-625). Desde luego no enterrabas a cualquiera en un barco (que eran carísimos de construir) y con el espléndido ajuar que se descubrió a bordo, en la cámara funeraria en medio de la nave.

Como se señala en la película, el hallazgo probó que los reinos anglosajones altomedievales no eran bárbaros salvajes e insignificantes sino que poseían gran riqueza, buen gusto y contactos cosmopolitas. Testimonió asimismo que el gran poema Beowulf, en el que aparece un entierro en barco, tenía una base muy real. Como dice muy elocuentemente en La excavación el arqueólogo de la Universidad de Cambridge Charles W. Phillips -un personaje real que fue el que dirigió la investigación, y que no ninguneó a Basil Brown– “la Edad Oscura ya no es tan oscura gracias a Sutton Hoo”. La otra gran frase de la película es la del criado de Pretty que deja caer en referencia a Brown: “Ese hombre debería dejar los montículos de la señora en paz”.

Uno de los misterios del gran barco de Sutton Hoo es la falta del cuerpo. Si era una tumba, ¿dónde está el muerto? No se ha encontrado ni rastro, lo que llevó a pensar que se trataba de un cenotafio, un sepulcro simbólico sin difunto. Quizá el sujeto se había ahogado en el mar o caído en batalla sin que se pudiera recuperar su cuerpo. O, según otra hipótesis, quizá se le diera un entierro cristiano en otro sitio y, muy pragmáticamente, el pagano sin cadáver del barco. No obstante, nuevas excavaciones parecen probar que el cuerpo sí estaba y que lo que pasa es que el terreno se lo comió, lo disolvió como al propio barco. En 1979, se descubrió que hubo un ataúd al hallarse los clavos de hierro que se conservaban, y un análisis químico de la tierra reveló la presencia de fosfatos, indicación de que un cuerpo se había descompuesto allí.

Las investigaciones, que han proseguido hasta la actualidad y continúan, han revelado evidencias de un segundo barco en el Montículo 2, distintas tumbas, incluidas la de una mujer de alto estatus, quizá una reina, en el Montículo 14 y la de un joven guerrero con su caballo (Montículo 17). Toda la zona es una gran necrópolis (frecuentada por saqueadores y buscadores de tesoros desde antiguo, incluyendo agentes de Enrique VIII) que sigue deparando sorpresas. Es visitable y desde 2002 cuenta con un centro de interpretación que muy pertinentemente inauguró el Nobel Seamus Heaney, muy sensible a la arqueología y a la poética de los restos del pasado (y traductor del Beowulf).

El famoso casco de Sutton Hoo.
El famoso casco de Sutton Hoo.

La película, teñida de un delicado tono crepuscular, casi chejoviano (“¿qué quedará de nosotros cuando pasen mil años?”) y plena de metáforas arqueológicas de la vida (muy hermosa la del viaje postrero en el barco), se centra en el hallazgo en 1939, mientras Gran Bretaña se encaminaba hacia la guerra. Retrata muy bien a los protagonistas, Pretty y Brown (que usaba sombrero y fumaba en pipa como en el filme), aunque los personajes reales eran más feos (Brown tenía cara de hurón). No parece que hubiera entre ellos una relación sentimental. Curiosamente la más atractiva era la mujer de Brown. La excavación se basa en la novela del mismo título de John Preston, cuya tía, la arqueóloga Peggy Piggott -la joven insatisfecha de la película-, participó en la aventura y encontró los dos primeros objetos de oro. Otros personajes son ficticios como el del fotógrafo y aviador; en realidad las 400 fotos de la excavación las hicieron Mercie Lock y Barbara Wagstaff. Tampoco hubo un piloto de la RAF que se estrellara en el Deben entonces, aunque si cayó no muy lejos en 1943 un bombardero B-17, del que solo hubo dos supervivientes.

La película no se rodó en el emplazamiento real, que es un área arqueológica protegida. Pero la reconstrucción de la excavación es extraordinaria. El filme, y esto lo valoran los arqueólogos, muestra el proceso lento, minucioso y cuidadoso de los trabajos. Pese a las prisas a que obligaba la guerra que se avecinaba y la falta de medios, sobre todo al inicio, se excavó con mucho respeto, aplicando la metodología precisa. La escena de Brown cubriendo el barco con plásticos durante un aguacero es paradigmática del amor que sienten los arqueólogos por sus yacimientos. “Trabajo para el futuro”, dice Brown/ Fiennes, “para que la gente sepa de dónde viene”. Lo firmaría cualquier arqueólogo de bien. El tesoro de Sutton Hoo, que Edith Pretty regaló al Museo Británico (la pugna por la propiedad, que se otorgó finalmente a Pretty ,es otro asunto jugoso que trata La excavación), fue preservado en el metro de Londres durante el Blitz, los bombardeos alemanes, junto a los Mármoles de Elgin, que ya es buena compañía. Se exhiben en la sala 41 del museo.

Arqueología en ‘El exorcista’ y ‘El planeta de los simios’

La excavación es una de las escasas películas en las que se muestra de manera central, realista y seria la labor arqueológica, y en ese sentido resulta muy destacable. No existen grandes filmes de ficción sobre arqueología. Los de Indiana Jones adolecen de exceso de fantasía, como también los de esa otra arqueóloga imposible que es Lara Croft y los del cine de momias (Hamunaptra no es Saqqara), con la notabilísima excepción de Al-mummia/ The night of the counting years, de Shadi Abdel Salam, sobre el hallazgo del escondite real de Deir el-Bahari. En algunos casos se puede ver a los arqueólogos trabajando bien como en El cuerpo, con Antonio Banderas, o Asesinato en Mesopotamia, un caso de Poirot (recordemos que Agatha Christie era la mujer de un famoso arqueólogo, Max Mallowan). En El valle de los Reyes, de 1954, Robert Taylor y Eleanor Parker vivían una aventura arqueológica y de la otra con el templo de Abu Simbel aún en su sitio, y en Arenas de muerte, John Wayne guiaba una expedición arqueológica a una ciudad perdida. En Rescate en el tiempo, basada en la novela de Crichton, se enviaba a los arqueólogos a la Edad Media para que hicieran una escabechina con ellos. Lo más parecido a La excavación es la miniserie Tutankamón, de 2016, con Sam Neill, que recreaba el descubrimiento de la tumba del faraón e inventaba un romance entre Howard Carter y la hija de Carnarvon. Dos curiosos casos de arqueología en el cine son el de El exorcista, en el que el padre Merrill excava un yacimiento asirio y encuentra la estatua del demonio Pazuzu, con el mal rollo consiguiente, y El planeta de los simios, en el que el gran arqueólogo es… Cornelius, el chimpancé que descubre en una excavación ese extraño artefacto que es una muñeca humana que habla.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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