Salma Hayek: “Con las mascarillas a veces pienso que se nos ha olvidado sonreír”
La actriz mexicana protagoniza ‘Bliss’, un drama de ciencia ficción que parece el reverso de ‘Matrix’, y se lanzará a dirigir con un proyecto que arrancó hace 17 años
Inicio de la tarde del pasado martes en Londres. Por detrás de Salma Hayek (Coatzacoalcos, 54 años) se cuela un chorro de luz a través de la ventana. La mexicana saluda para iniciar una conversación mantenida por Zoom, y empieza riendo cuando confiesa que se dio cuenta muy tarde de que la película que promociona, Bliss, que se estrena el viernes, 5 de febrero, en Amazon Prime Video, es el reverso de Matrix. Su gesto se endurecerá por la rabia e indignación cuando la charla derive hacia la pandemia que asuela al mundo, una crisis que estalló después de que acabara su rodaje, pero que encuentra un eco llamativo en el guion de Bliss. ”Era, desde luego, un guion adelantando a su tiempo”, insiste.
En Bliss Hayek encarna a Isabel Clemmens, una científica que —al contrario que en Matrix— ha construido un mundo virtual que roza el apocalipsis y la autodestrucción para quienes han perdido la capacidad de disfrutar la belleza y la magia de la Tierra real, que en el filme es un planeta transformado y limpio: solo atravesando un paisaje inhóspito el ser humano apreciará de nuevo las cosas buenas. Y el primero en sufrirlo es su marido, Greg (Owen Wilson), que adolece de la falta de alegría de vivir. Si Hayek es Morpheus en su misión de rescate del protagonista, Wilson encarna a un pseudoNeo, ya que es el único que podrá alterar los acontecimientos. Como Matrix, incluidas pastillas de diferentes colores.
“Tras acabar el rodaje a lo largo del año pasado, no dejé de entristecerme recordando cómo se reproducía en la realidad lo que había aprendido construyendo a Isabel, especialmente la cara más amarga, el mundo ficticio”, rememora la actriz. “A la vez me gusta que Bliss obliga a que reflexionemos los tiempos en que vivimos. ¿Ejemplos? El ser humano se acostumbra demasiado rápidamente a todo lo bueno. Cuando llegó la covid-19, y por lo tanto el confinamiento, de repente echamos de menos ir a restaurantes con amigos... Incluso con las mascarillas una piensa que se nos ha olvidado sonreír. ¿Cómo sabes si tu familia y amigos te quieren o te odian con las máscaras puestas?”. Y ríe: “Eso, cuando los entiendo, que a veces...”.
A Hayek le preocupa el ascenso de los negacionistas y de los terraplanistas. Porque más allá del lado sentimental del filme, cercano a la canción Me olvidé de vivir, en Bliss el personaje de Greg reflexiona sobre qué mundo es una simulación —y en cuál querría vivir—. “Me gusta mucho la física cuántica y había leído cosas de la teoría de cuerdas, aunque no mucho sobre mundos simulados... Durante el rodaje charlé mucho de ello con el director [Mike Cahill, realizador de otros títulos de ciencia ficción como Otra Tierra y Orígenes] y me parecían diálogos delirantes para ese momento, hasta que con el coronavirus vino también la plaga de personas que creen que si la Tierra es plana... No sé, teorías que se escapan de la lógica a la que estamos acostumbrados. Cuando oyes a esos conversos, a gente que inventa conspiraciones, me convenzo aún más de que vivimos en un mundo en que sin tener que escapar a otras dimensiones sientes que cada uno vive en su propia realidad, muy distinta de la de al lado. Depende tan solo del grupo en el que te muevas”.
Hayek es imparable en sus respuestas e implacable en sus afirmaciones. Si Bliss habla del poder de la ciencia, la actriz aprovecha ese resquicio para ahondar en uno de los males actuales: el descreimiento. “¿Cuánto hace que los científicos nos vienen avisando del cambio climático y sus consecuencias? Los escuchamos y nos atraviesa el cerebro, porque no queremos saber. ¿Y de que venía un virus así o parecido? Pues desde hace tiempo, y no hicimos caso”. Lo que la conduce hacia otro error de la sociedad actual: “Queremos que vengan otros a resolver nuestros problemas. ‘Que los científicos y los políticos se hagan cargo’, pensamos. Pues no, hay que encarar la responsabilidad. Si hay que vacunarse, se hace. O cambiamos nosotros mismos la situación, o nadie lo hará”.
Salma Hayek vive en Londres con su marido, el empresario francés François-Henri Pinault, y su hija, Valentina. Como actriz, comenzó en la telenovela Teresa, y en 1991 se mudó a Hollywood, aunque su primer gran papel lo obtuvo con una película mexicana: El callejón de los milagros (1995), de Arturo Ripstein. Tras ella llegaron Desperado, Abierto hasta el amanecer, Dogma y la candidatura al Oscar a mejor actriz protagonista con Frida (2002). En España ha rodado La gran vida y La chispa de la vida, y actualmente su carrera se mueve entre comedias (Niños grandes, El otro guardaespaldas o Socias y enemigas), películas de animación (El gato con botas, The Prophet) y títulos con más enjundia (Salvajes, Beatriz at Dinner, Los caminos que no escogemos). Pero siempre, de fondo, su hija. “Nuestra generación es la primera que ha tenido que reflexionar, y mucho, sobre el mundo que deja y que vendrá. Los hijos nos necesitan como nadie lo hará jamás”. O en el caso de su personaje, la pareja. “Cuando leí el guion, el director me apuntó, ante esos dos personajes que iba a encarnar, según el mundo en que habitara, que yo era una droga. Porque en eso se convierte para Greg: ella le traslada a otros sitios. Fue muy interesante como actriz, porque en un momento dado mi papel se desmorona, aun a sabiendas de que lo que vive es falso. Chapoteé en la confusión. Curioso, ¿verdad?”.
Como actriz, sufre con el cierre de las salas. “Me entristece que la gente deje de ir al cine. Y como aficionada he vivido una relación casi romántica con esas pantallas, con el cuarto oscuro, rodeada de desconocidos que te acompañan en un viaje colectivo. Las nuevas generaciones no ven las películas ni en la tele. Se van a historias de TikTok, sin apenas narrativa”. Solo ha dirigido un telefilme, El milagro de Maldonado (2003), y no le fue mal: ganó un Emmy por su labor como realizadora. ¿No piensa repetir? “¿Pues sabes que sí? Llevo 17 años con un proyecto escrito por mí. Y he esperado porque es una película cara, complicada de armar y que hace años probablemente ni se entendería. Ahora mismo estoy en ello. No la protagonizaré. Hay dos géneros que odio: el terror y el musical, porque están pasados de moda. Bueno, pues es un musical, por llamarlo algo, porque tiene mucha música y un diseño de sonido tan innovador que hace años no hubiera podido rodarla”. Y con este enigma se despide.
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