Muere a los 93 años Cecilia Mangini, pionera del documental italiano
La cineasta italiana, de militancia anarquista, siguió en activo hasta 2020, con una larga carrera en la que siempre batalló por la dignidad humana
La cineasta Cecilia Mangini, pionera del documental en Italia, falleció el viernes a los 93 años, tras una carrera que la convirtió en un referente del cine de no ficción y que la mantuvo en activo hasta el año pasado, cuando en el homenaje que recibió en noviembre en el Festival de Cine Europeo de Sevilla se estrenó su último trabajo, Due scatole dimenticate (2020).
Nacida en 1927 en Mola di Bari (Apulia), en el sur de Italia, Mangini creció en la Italia fascista, pero desarrolló una ideología anarquista e impregnó su obra de ideas libertarias contra la desigualdad social y el conservadurismo. En la segunda mitad de los cincuenta, empezó a filmar y a estrenar sus documentales, marcados con un espíritu crítico, y que reflejaban la peor cara de una Italia que quería dejar atrás su vertiente campesina para abrazar la industrialización y el consumismo. Y aprovechó un hueco que también existía en España: el de los cortometrajes de 10 minutos (esa era la duración legislada en italiana) que se proyectaban obligatoriamente antes de los largos en las salas. “Para mí, un documental puede ser una puesta en escena de la realidad y, a la vez, requerir una actuación o un texto poético para ser más eficaz”, contaba en una entrevista a EL PAÍS el pasado mes de noviembre por correo electrónico. “Mi realismo siempre ha sido más bien infiel a la realidad”, añadía. “Nunca atendí a reglas ni prejuicios, salvo a la voluntad de que ética y estética tuvieran el mismo valor”.
Cuando debutó en el cine, lo hizo a lo grande. Mangini abrió la guía telefónica y buscó el número de su ídolo, Pier Paolo Pasolini. Le pidió un texto para acompañar su crónica sobre la vida en los barrios romanos de la posguerra, que capturó recorriendo vertederos, mercadillos y ferias pobladas por ragazzi di vita que combatían la indigencia prestándose a la prostitución ocasional. El escritor, que aún no había debutado en el cine con Accattone, accedió. Y así nació Ignoti alla città (1958). Pasolini además le regaló otros dos textos que sirvieron de hilo conductor de sus siguientes cortometrajes: Stendalì (suonano ancora) (1960), sobre un rito funerario en la llamada Grecia salentina, y La canta delle marane (1962), retrato de un grupo de niños que parece adelantar la esencia del cine pasoliniano. Con All’armi siam fascisti! (1962), una película declaradamente antifascista, llegó a la Mostra de Venecia, suscitando la polémica por su denuncia de la connivencia entre el fascismo y la Iglesia. Dos años después llegó Essere donne, el primer documental que relataba la situación de la mujer en Italia.
En los sesenta su trabajo derivó más hacia la experimentación. En Divino amore (1964), Mangini filmó a aldeanos en una procesión nocturna y luego montó el metraje como si fuera un thriller. En La passione del grano (1963), rodó el ritual con el que los campesinos de la Basilicata mataban simbólicamente a una cabra interpretada por un paisano del pueblo para que la cosecha fuera buena. “La industrialización dio dignidad y trabajo a muchos hombres y mujeres del sur, pero también les hizo perder el contacto con la tierra y la naturaleza”, decía a EL PAÍS.
Mangini nunca dejó de trabajar, sola o en colaboración con su marido, el cineasta Lino Del Fra. De ahí que su último trabajo, Due scatole dimenticate, abordaba el proyecto truncado de rodar en Vietnam en 1965 junto a Del Fra. Para la historia del cine queda una filmografía de muy diversa temática, puede que irregular, pero en la que nunca renunció ni a la poética ni al objetivo de apuntalar la dignidad humana en sus documentales.
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