Concierto de Año Nuevo: La música de los Strauss como metáfora de la vida
Riccardo Muti brinda un inolvidable recital al frente de la Filarmónica de Viena, dramático y refinado, pero sin público en la sala. Daniel Barenboim lo dirigirá, por tercera vez, en 2022
La pandemia ha convertido algunos conciertos de clásica en un extraño simulacro. Músicos que tratan de actuar con la misma naturalidad de siempre frente a un público invisible, que no tose ni carraspea o deja sonar sus teléfonos, pero que tampoco aplaude. En el ámbito germano se habla de Geisterkonzert para designar una actuación en directo con el público ausente y conectado a distancia por medio de ordenadores, televisores inteligentes y dispositivos móviles. El tercer confinamiento decretado en Austria, tras la pasada Navidad, ha convertido el tradicional Concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena en un concierto fantasmal. Y no por la ausencia del glamur y la ostentación habituales en la platea y palcos de la sala dorada del Musikverein, que también, sino por el efecto que provocan, en la orquesta y el director, dos mil corazones latiendo al compás de la música.
Riccardo Muti (Nápoles, 1941) ha planteado su sexto Concierto de Año Nuevo, desde 1993, como si no hubiera cambio alguno. Ya en su primera aparición sobre el escenario saludó con normalidad a una platea vacía. Arrancó con solemnidad, pero dejando tocar a los músicos de la Filarmónica de Viena. Y escuchamos una versión confortable y elegante de la marcha de la opereta Fatinitza, de Franz von Suppè, que era novedad en el Concierto de Año Nuevo. Esa “habitual ensalada de patatas vienesa adornada con gajos de naranjas italianas”, como la retrató el Wiener Abendpost tras su estreno, en 1876. Una mezcla de sabores que deleita al director italiano, tal como muestra el programa que ha elegido para esta 81ª edición del Concierto de Año Nuevo.
La primera parte ha sido, como es tradición, la menos interesante del concierto. Las novedades no han aportado nada relevante al repertorio habitual de esta cita, a pesar de que Muti haya tratado de excavar musicalmente en cada una de ellas. Tanto el temprano vals Ondas sonoras, de Johann Strauss hijo, como las aportaciones de Carl Zeller y Carl Millöcker pasaron sin pena ni gloria. La composición más conocida de la primera parte, la polca rápida, Sin preocupaciones, de Josef Strauss, puso sobre la mesa el potencial de la obra y de una orquesta que la toca casi de memoria. Pero Muti insistió en los detalles. Y escuchamos las dos breves intervenciones vocales de la orquesta como se indican en la partitura: la primera piano y la segunda forte. No obstante, lo mejor fue la Polca Niko, de Johann hijo. El director italiano extrajo todo el ingenio musical de este retrato sonoro del príncipe de Mingrelia, con ese dramatismo ruso transformado por las chispeantes melodías vienesas.
Al final de la primera parte sonaron aplausos virtuales en la sala dorada del Musikverein. Y la ORF mostró, además, varios mosaicos con abundantes fotografías de los espectadores de esta mediática cita musical en más de noventa países de todo el mundo. Ambas novedades son parte de una iniciativa de la compañía de radiodifusión austriaca para pedir aplausos e imágenes a través de Internet. Una idea loable y sofisticada, pero que tan sólo pudo realizarse al final de cada parte del concierto, por el retardo en la señal. Mucho más interesante fue la realización televisiva de Henning Kasten, que regresaba esta edición, tras 2019. Muy atenta a los músicos de la orquesta, este año con más presencia femenina, pero sin perder la esencia de una realización tradicional, con precisos detalles de la sala y algunas tomas exteriores. Y un atractivo documental, del director Felix Breisach, ocupó los 25 minutos del intermedio. Estuvo dedicado al centenario de Burgenland, el estado federado austríaco más reciente, y contó con varios conjuntos de instrumentistas de la Filarmónica de Viena en bellas localizaciones, como el Palacio Eszterházy, donde Haydn trabajó durante 40 años como Hofkapellmeister.
La segunda parte arrancó con un mensaje de paz y optimismo del actual presidente de la Filarmónica de Viena, Daniel Froschauer. Y la música siguió con la obertura de la opereta Poeta y campesino, de Suppè. Muti volvió a recrearse en las influencias italianas de Rossini y Donizetti que tiene esta obra. Pero resultó superior el divertido vals Las chicas de Baden, de Karl Komzák, otra novedad en el concierto de Año Nuevo. Una magnífica interpretación, pero una obra menor.
La polca francesa Margarita , de Josef Strauss, dedicada a Margarita Teresa de Saboya, fue la banda sonora de la primera escena pregrabada de ballet. Repetía como coreógrafo el español José Carlos Martínez, por vez primera en la historia de las retransmisiones del Concierto de Año Nuevo. Y ha cosechado el mismo éxito del año anterior. La primera escena se ubicó en la modernista Casa Loos, donde realizó una pequeña dramatización con aire de cine mudo y ambientada en los años treinta. El modisto Christian Lacroix diseñó el vestuario de esta edición. Sobresalió su delicadeza y elegancia en la segunda escena, con Voces de primavera, de Johann hijo, en el Palacio Liechtenstein. Una propuesta de ballet más tradicional, pero no menos variada e interesante.
Sonrisas y lágrimas
Muti había dirigido antes Galope veneciano, de Johann Strauss padre, la pieza más antigua de esta edición del Concierto de Año Nuevo y otra de sus novedades. Pero en Voces de primavera ya dejó patente su visión del vals de los Strauss como metáfora de la vida. Una música que combina, según sus palabras, vida y muerte, sonrisas y lágrimas. Los valses de los Strauss son, para él, la música ideal en la mañana de un primero de enero. Y aportan esperanza hacia lo que viene, pero también nostalgia hacia lo que dejamos atrás.
Ese mensaje lo escuchamos también en su excepcional versión del Vals del Emperador, de Johann Strauss hijo, quizá lo mejor de esta edición del Concierto de Año Nuevo. Una versión llena de contrastes dramáticos, pero donde la orquesta vienesa aportó todo su refinamiento y potencial. Y Muti lo verbalizó, aunque con otras palabras, antes de dirigir otra gran interpretación del vals más famoso del mundo, El bello Danubio azul, como segunda propina. Una versión más madura y sin los excesos de sus interpretaciones de 1993 y 1997.
De las tres polcas y la cuadrilla de Johann Strauss hijo, en la segunda parte, destacaron las más conocidas. Y la refinada polca francesa En los bosques de Krapfen, con su aire de escapada campestre vienesa, se impuso frente a la polca rápida Tempestuoso en el amor y en el baile o a la cuadrilla Nuevas melodías, con ingeniosos guiños vieneses a varias óperas de Verdi. Pero aquí lo mejor fue la Polca Furiosa (Casi Galope), que sonó como primera propina, y donde Muti volvió a sacar todo el potencial a su diabólico deambular por tonalidades mayores y menores.
Faltaba, para terminar, la Marcha Radetzky, de Johann Strauss padre, que este año se escuchó sin las tradicionales palmas acompasadas. Y Muti volvió a recrearse en los detalles sin entorpecer la naturalidad de la orquesta vienesa. Ojalá en 2022 volvamos al habitual Concierto de Año Nuevo, con Daniel Barenboim por tercera vez, en el año de su 80 cumpleaños. Pero Muti ha conseguido, este 2021, lo impensable: que un fantasmal Concierto de Año Nuevo haya resultado más real y mejor que muchos del pasado.
Babelia
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