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Crítica:ÓPERA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Haydn, en el Palacio Esterházy

A Eisenstadt, capital del Burgenland, en el este de Austria, a 15 kilómetros de Hungría, no le faltan motivos para erigirse en el corazón de la música de Haydn. En la tranquila villa de unos 12.500 habitantes, rodeada de viñedos, se levanta el imponente palacio Esterházy, donde Haydn trabajó 40 años de su vida al servicio de unos aristócratas-mecenas con vocación musical.

El festival Haydn se desarrolla fundamentalmente en la sala central del palacio. Es una joya, con sus frescos lozanos y su estilo Biedermeier. Tiene además una acústica excelente para el repertorio dieciochesco. Allí, Adam Fischer inauguró anteayer el festival Haydn dirigiendo a la filarmónica austro-húngara una vibrante versión de la ópera La vera Costanza, con una inteligente puesta en escena de Philipp Himmelmann y un solvente reparto de jóvenes voces centroeuropeas.

El festival Haydn escenifica desde 1994 al menos una ópera al año, con lo que ya se han puesto en pie 10 de las 23 existentes. En otros terrenos ya han hecho el completo desde 1989. Por ejemplo, en las sinfonías (existe incluso una grabación con Fischer de las 104, en 33 compactos a un precio de 89 euros), las misas, los oratorios y, por supuesto, los cuartetos de cuerda, que se tocaron, sin ir más lejos, por varios grupos en los primeros días de mayo de este año, como una avanzadilla del festival, completándose con un simposio sobre el tema del cuarteto de cuerda.

Cada año el festival tiene un tema monográfico, en esta edición es Haydn y Schubert, con lo que varios conciertos están estructurados en torno a las correspondencias entre ambos compositores. El tenor Ramón Vargas, Christophe Coin con Il Giardino Armonico son algunos de los intérpretes destacados de la actual edición. La vera Costanza posee una música muy atractiva. Adam Fischer la dirige con una vitalidad inmensa, situándose a medio camino entre la tradición húngara de Antal Dorati y las dinámicas secas y precisas de Harnoncourt. Su lectura es teatral e intimista en el acompañamiento de las arias.

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