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Crítica | Adú
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una realidad incómoda

Sus tres relatos pretenden conformar un doloroso mapa de ida y vuelta sobre un continente condenado hasta lo indecible por la codicia y la miseria humana

Elsa Fernández-Santos
Adam Naourou y Moustapha Oumarou, en 'Adú'.
Adam Naourou y Moustapha Oumarou, en 'Adú'.

Adú, segundo largometraje de Salvador Calvo, se detiene ante una tragedia humana de tales proporciones que cuesta digerir sus 90 minutos. Y cuesta precisamente porque la película no cuenta nada excepcional, sino algo cotidiano: niños engañados por mafias, perdidos en el mar, escondidos en el tren de aterrizaje de un avión, prostituyéndose para poder comer, enfermos o moribundos en su desesperada búsqueda de un mundo mejor. El germen del guion surgió durante el rodaje en Canarias del primer filme de Calvo, 1898. Los últimos de Filipinas. Allí, en contacto con los CEAR (Comisión Española de Ayuda al Refugiado), conoció las historias del niño y del adolescente en que se inspira la película. Por desgracia, en este asunto el cliché se cumple y la realidad supera a la ficción. Sin cargar las tintas y con buen pulso, Calvo conduce una película destinada a amplias audiencias a lugares comunes que no resultan ni tan obvios ni tan amables como suelen ser en este tipo de grandes producciones.

ADÚ

Dirección: Salvador Calvo

Intérpretes: Luis Tosar, Anna Castillo, Álvaro Cervantes, Moustapha Oumarou, Zayiddiya Disssou, Jesús Carroza.

Género: drama. España, 2020.

Duración: 90 minutos.

Planteada como un tríptico sobre la emigración, la película discurre por tres historias: la que da título a la película es la de un niño de seis años que huye desde Camerún a España junto a su hermana primero y a un adolescente después; la de un español que trabaja en una reserva de elefantes y que se reencuentra en África con su algo desnortada hija; y por último la de un Guardia Civil que trabaja en Melilla y que se ve implicado en la muerte accidental de un refugiado congoleño que intentaba saltar la valla. Tres relatos que pretenden conformar un doloroso mapa de ida y vuelta sobre un continente condenado hasta lo indecible por la codicia y la miseria humana. Basta contemplar el plano con el que arranca la película, una masa humana registrada en una terminal policial intentando cruzar como zombies enloquecidos una valla, para sentir esa incomodidad a lo que nos enfrenta este filme.

De las tres historias, la que vértebra la película es la más difícil y la más lograda, la del niño Adú. La ambientación y los tres críos que la interpretan funcionan tan bien que lo demás parece accesorio. En realidad, lo es. La historia del padre y la hija que dan vida Luis Tosar y Anna Castillo (que podría naufragar si no fuera porque está bien cerrada y bien interpretada) y la del Guardia Civil que interpreta Álvaro Cervantes (siempre eficaz en la piel de tipos atormentados y contradictorios) no acaban de cumplir del todo su misión de contrapunto y evidencia de este fracaso colectivo del presente.

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

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