Ciencia y ética de Zanussi
Krzysztof Zanussi ha desarrollado una carrera copada por científicos que se veían abocados a tomar decisiones enfrentadas con sus convicciones filosóficas
Con estudios en Física durante su juventud y perpetuamente preocupado por la conducta del ser humano, tanto en el plano físico como en el ético, por sus contradicciones y aspiraciones, el polaco Krzysztof Zanussi ha desarrollado una carrera copada por no pocos personajes profesionales de la ciencia que se veían abocados a tomar decisiones prácticas enfrentadas con sus convicciones filosóficas. Es el caso de, entre otras, La estructura de cristal (1969), Cuadro de familia (1970), Iluminación (1974), Imperativo (1982) y Suplemento (2002), obras protagonizadas por arquitectos, físicos, matemáticos y médicos en la encrucijada, y a las que hay que añadir ahora Éter, ambientada en los años inmediatamente anteriores a la I Guerra Mundial.
ÉTER
Dirección: Krzysztof Zanussi.
Intérpretes: Jazek Poniedzialek, Ostap Bakulyuk, Andrzej Chyra, Malgorzata Pritulak.
Género: drama. Polonia, 2018.
Duración: 118 minutos.
El ya octogenario Zanussi, integrante junto a Polanski, Zulawski y Skolimowski de la llamada tercera generación del cine polaco, la posterior a la de su Nuevo Cine, constituida por Wajda y Kawalerowicz, hacía tiempo que no lograba estrenar sus trabajos en España, de modo que su interesante presencia en la cartelera se configura casi como un acontecimiento cinéfilo, sobre todo por su trascendencia moral, y a pesar de su discutible andamiaje formal. Éter, película nada fácil, aborda temas tan distintos como la violencia de género, los experimentos médicos que prefiguran los posteriores y trágicos ensayos nazis, el espionaje entre imperios, el ruso y el austrohúngaro, y la espiritualidad y los principios del catolicismo, también presentes en buena parte de la obra de Zanussi.
Y lo hace desde una distancia sideral en su puesta en escena. Sin apenas primeros planos de sus criaturas (al médico protagonista, cerca del mito del mad doctor, solo le se adivinan las facciones y la mirada en el último plano), y con una fotografía desangelada, sin contrastes en los colores, que llevan a Éter a una apariencia gélida, plomiza, tan pétrea como su personaje principal. Una cuesta arriba que encontrará sin embargo adeptos (este crítico es uno), pues el nivel intelectual de sus propuestas supone en todo momento un reto apasionante. Y más cuando, casi culminado el relato, el director introduce un epílogo que entronca tanto con el mito de Fausto como con la presencia de un diablo de corte cristiano, que le da la vuelta a todo lo visto en la película y que te deja más seducido que descolocado.
Babelia
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