‘¡Baila!’
El coreógrafo asturiano Celestino 'Tino' Fernández, activo participante de la escena cultural colombiana, ha fallecido este viernes
Cuando, 20 años atrás, el coreógrafo asturiano Celestino Tino Fernández (Navia, Asturias, 1962) llegó a Colombia, descubrió un país en donde el verbo bailar siempre se conjugaba en imperativo. “Me di cuenta —solía decir— que la gente construía emociones a través del baile, como si el mundo sentimental estuviera escrito en el cuerpo. Descubrí fascinado que la danza estaba en la sangre de esta tierra y solo había que, digamos, codificarla, para volverla manifestación artística”.
Fernández empezó su carrera como bailarín en Francia y en 1991 decidió crear su propia compañía, L’Explose, en la que trabajó como coreógrafo y director escénico hasta su muerte el pasado viernes 17 de enero en Bogotá. Quiso el azar que estando en París conociera a Fernando Fernández, un ejecutivo y escritor de Bucaramanga, y que ambos decidieran establecerse en la capital colombiana tres años antes del cambio de siglo.
Desde el principio, se sintió atraído por el exuberante espíritu lúdico de los latinoamericanos. Participó activamente en la escena cultural y con rapidez fue descubriendo que la danza, por lo general tan silenciosa, podía contar mucho sobre su nuevo país de acogida. Con más de 30 creaciones a su haber, premios y distinciones, algunos de sus seductores espectáculos fueron coproducidos por instituciones como el Mercat de les Flors de Barcelona, La Biennale de la Danse de Lyon, la orquesta Filarmónica de Bogotá, el Auditorio de Danza de Tenerife, Iberescena y el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo, entre otros.
El trabajo creativo con la dramaturga Juliana Reyes lo llevó a explorar nuevas formas de teatralidad al interior de la danza y a desarrollar un repertorio en que la intensión interpretativa estaba en el centro de cada movimiento.
Los objetos fueron decisivos en sus creaciones: una mesa, sillas, tierra negra, camillas quirúrgicas, una urna acristalada definían la relación del intérprete con la escena, es decir, del bailarín con su mundo, aquel que nace y desaparece en el espacio efímero de la representación.
El universo femenino fue el gran protagonista de sus creaciones. Trabajó con varias intérpretes por largos periodos, y el hecho de que fueran cuerpos menos jóvenes nunca supuso un impedimento para el diseño de sus coreografías. Fernández trabajaba con la vida, y la vida es tiempo.
De su comprensión de Colombia queda un formidable espectáculo titulado La mirada del avestruz, sobre las cicatrices que genera la violencia y la tragedia del desarraigo.
Fue un gran gourmet, amaba la comida francesa y cocinar para los amigos. Siempre trabajó con gente a la que quiso, porque la cercanía en el trato era fundamental para poner en marcha su sensibilidad creativa.
Nada demuestra tanto lo anterior como una anécdota referida por Juliana Reyes. En el año 2001, en medio de los ensayos de una nueva creación, caen las Torres Gemelas. Todos están estupefactos oyendo las noticias en la radio y temiendo que el mundo pueda entrar en una tercera guerra mundial. En ese momento, Fernández le pide a los bailarines que apaguen la radio, y retoma la escena en donde había quedado, ante la incredulidad de los intérpretes. “No podemos hacer nada, excepto lo que sabemos”, dijo, y continuó el ensayo. Fue una lección feliz, que hoy me gusta recordar para evocarlo y dibujarlo ante quienes no tuvieron el enorme privilegio de conocerlo
Pilar Reyes es responsable de la división literaria de Penguin Random House en español.
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