La enigmática desaparición de la urna funeraria de Calderón de la Barca
Se inician los trabajos de búsqueda del arca acristalada con los huesos del dramaturgo que un sacerdote escondió para evitar sus destrucción
En 1869, una gran comitiva compuesta por numerosas carrozas recorrió Madrid. En su interior iban, entre otros, los restos mortales de Gonzalo Fernández de Córdoba, conocido como el Gran Capitán; de Alonso de Ercilla, autor de La araucana; del arquitecto Ventura Rodríguez, fallecido casi un siglo antes; del escritor Francisco de Quevedo y del dramaturgo y poeta Pedro Calderón de la Barca. La ciudad se echó entonces a la calle, se loaron sus obras y hazañas, se celebraron conciertos y representaciones a su paso y se cubrieron los adoquines con flores. Todos los cuerpos iban a ser enterrados en el futuro Pabellón de Hombres Ilustres, en Madrid.
Pero el gran pabellón tardó en arrancar más de lo previsto, así que los restos terminaron arrumbados en la basílica de San Francisco el Grande y, poco después, devueltos a sus lugares de origen en mitad de una gran decepción. Pero todos los restos, incomprensiblemente, se perdieron. Excepto los del autor de La vida es sueño que, tras deambular por seis lugares diferentes, terminaron en la iglesia de Nuestra Señora de los Dolores, en la calle de San Bernardo. Eso sí, para que tampoco desaparecieran en 1936, al inicio de la Guerra Civil, la urna funeraria de Calderón fue escondida en una pared del templo. Este jueves, un equipo interdisciplinar, dirigido por el profesor Pablo Sánchez Garrido, de la Universidad San Pablo-CEU, ha emprendido su búsqueda en el interior de la iglesia. Calculan que antes de diez días habrán acabado la indagación.
Pedro Calderón de la Barca (Madrid, 1600-1681) vivió una ajetreada existencia. Juerguista y excomulgado, pasó de ser soldado pendenciero de los Tercios a sacerdote y escritor de autos sacramentales. Pero, además, fue capellán de la Congregación San Pedro Apóstol de Presbíteros Seculares Naturales de Madrid, a la que dejó, tras fallecer, todos sus bienes terrenales. “Nos dejó todo”, señala Jesús Folgado, representante de esta congregación. “Y nuestro deber es poner en valor su figura. Nos sentimos deudores”. Por ello, esta comunidad religiosa —propietaria del templo― ha dado el visto bueno a la búsqueda de los restos ocultados durante la Guerra Civil, antes de que el templo ardiese por los cuatro costados durante dos días consecutivos.
No fue hasta 1902 cuando la osamenta del autor madrileño recaló definitivamente en la iglesia donde ahora se la busca. Eso sí, en aquel año volvió a repetirse el desfile de 1869, pero ya solo con los huesos del autor de El alcalde de Zalamea, porque de los acompañantes de su primer alarde se ignoraba su ubicación. Otra vez flores en las calles, lectura de sus versos, música, declaraciones rimbombantes… Finalmente, se colocaron en una arqueta de caoba y cristal, sobre una pilastra de mármol. Una capilla lateral enrejada los albergaría y estaría presidida por una lápida donde se leía: “Calderón de la Barca”.
Estalló la Guerra Civil y los milicianos quemaron numerosos templos de la ciudad. Un sacerdote, ante la posibilidad de que pasase lo mismo en la iglesia de los Dolores, decidió ocultar la urna. En su lecho de muerte, a principios de los sesenta, lo confesó: “No se preocupe [padre]. Los restos de Calderón no han desaparecido. No estaban en la arqueta de mármol. Se colocaron en un nicho que se hizo en la pared. La arqueta era una cosa simbólica. Cuando me ponga mejor […] le indicaré el lugar donde se colocaron”. Pero nunca se repuso.
La planta de la parroquia tiene más de 800 metros cuadrados, sin contar los sótanos. Para encontrar la urna se va a emplear la misma tecnología que utiliza la policía cuando quiere hallar un alijo o un cuerpo oculto: fotografía por infrarrojos, termografía y georradar. Luis Avial, de la empresa Falcon High Tech, considera que la detección puede alargarse más de una semana: “A lo mejor tenemos suerte y la hallamos antes. Pero es complicado. No sabemos dónde se ocultó, pero empezaremos por la capilla, que es lo más lógico”.
Si se halla, el equipo del arqueólogo Jorge Morín, de la consultora arqueológica Audema, procederá a la extracción de los restos, cuyo ADN será comparado con el de una descendiente del escritor y con el de un metacarpo de un dedo de Calderón que se guarda en el Institut del Teatre de Barcelona.
¿Y por qué está allí el dedo? Porque alguien se lo quitó al cadáver del dramaturgo en 1840 ―en uno de sus múltiples cambios de ubicación― y se lo entregó al cardenal Antolín Monescillo, que hacía colección de reliquias, y este, nadie sabe por qué, lo terminó cediendo a la institución barcelonesa. “El siglo XIX en España fue una locura increíble con los restos de los grandes hombres”, dice Ángeles Valera, coordinadora del proyecto de recuperación de la urna, mientras a pocos metros el párroco, Jesús Arribas, afirma: “Quiera Dios que esté. Nos vendría bien a la parroquia y a Madrid también”. Y sonríe de forma bonachona, según deja entrever la mascarilla que cubre su rostro.
Babelia
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