_
_
_
_
TIPO DE LETRA
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La buena literatura de las malas personas

Francisco Brines, nuevo Premio Cervantes, siempre ha defendido que la moral de la poesía es la tolerancia

De izquierda a derecha, Josep Maria Castellet, Jose García Velasco, Francisco Brines, Pere Ginferrer, Ana Maria Matute, Luis Alberto de Cuenca y Jaime Siles, en Barcelona en 2000.
De izquierda a derecha, Josep Maria Castellet, Jose García Velasco, Francisco Brines, Pere Ginferrer, Ana Maria Matute, Luis Alberto de Cuenca y Jaime Siles, en Barcelona en 2000.Marcel.li Saenz
Javier Rodríguez Marcos

Hay escritores que deslumbran y escritores que alumbran. La voz de los primeros tiene tanta fuerza que solo admite el asentimiento. Apenas produce ecos, es decir, imitadores. La de los segundos ilumina el camino a los que vienen detrás e invita a la conversación. Produce interlocutores. San Juan de la Cruz, Lorca y Claudio Rodríguez podrían figurar entre los que deslumbran. Fray Luis, Cernuda y Francisco Brines, entre los que alumbran.

En 1995, cuando el premio Cervantes de 2020 publicó su último libro, la poesía española vivía una querella entre autores que tendían a la claridad y autores que tendían al hermetismo. Aunque el debate estético apuntaba a ideas contrapuestas sobre lenguaje e, incluso, sobre la democracia, la disputa solía despacharse, en el mejor de los casos, como un desencuentro entre tradición y vanguardia. En el peor, como un duelo de egos, moneda corriente en un género que mueve más vanidad que dinero. Entre los poetas de la generación del 50, unos invocaban como maestros a Jaime Gil de Biedma y Ángel González; otros, a José Ángel Valente y Antonio Gamoneda.

Cuando el tiempo atemperó los ánimos, emergió la figura de Francisco Brines como un maestro sigiloso cuya obra aúna claridad y metafísica, sentimiento y meditación. Y hacia ahí, justamente, giró parte de la poesía española de entonces. Los vanguardistas se volvieron más claros; los realistas, más profundos. Brines empezó siendo un extraño y ha terminado siendo una figura central. No estuvo en Colliure en el homenaje promocional de 1959, prefería el Machado de Soledades al de Campos de Castilla y no practicó la poesía social, pero está en todas las antologías canónicas de su generación (un término que —al contrario de aquellos que después de posar en todas las fotos despreciaron el grupo para reivindicarse— él nunca ha dejado de usar). En parte por el matiz de amistad que conlleva.

Además de con su longevidad, el consenso en torno al autor de Ensayo de una despedida tiene que ver con su tendencia a no hacer ruido en público. Aunque cultiva una ironía con un punto de malicioso, siempre ha predicado —sin subirse al púlpito- la misma tolerancia que atribuye al acto de leer. En 1984 puso al frente de la antología Selección propia (Cátedra) un prólogo escrito en estado de gracia —es un inmenso prosista— que resume su idea de la poesía. Allí sostiene algo muy útil para terciar en las discusiones sobre la relación entre autor y obra cuando nos referimos a un genio infame. Aunque no tenga una intención moral, la literatura tiene siempre un efecto moral, afirma. ¿Por qué? Porque la belleza —desinteresada por definición— nos hace asentir —es el verbo que emplea— a la forma de un texto aunque no compartamos el fondo del que nace. Por eso podemos identificarnos con una monja (Sor Juana) o con un antisemita (Céline). Esa es la moral de la literatura: la tolerancia. Y esa es la lección de Francisco Brines.

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
Recíbelo

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_