Retorno a ‘Elca’, el refugio poético y vital de Francisco Brines
La fundación del poeta da sus primeros pasos en su casa de campo que se convertirá en centro de estudios con su valiosa biblioteca
Francisco Brines escribió hace 35 años que ya en su primer libro, incluso antes, en algunos poemas adolescentes, le surgía “con extraña insistencia” la contemplación de su vejez en su casa de Elca. Allí transcurrió “lo mejor” de su infancia, allí experimentó “la continuidad de todas las edades” y allí vive ahora postrado en su cama, cumpliendo uno de sus deseos: que su legado, su patrimonio, sus miles de libros, las obras de arte que ha ido coleccionando permanezcan y que su espléndida masía se convierta en un futuro en un centro de estudios y un espacio para la escritura.
Es uno de los objetivos de la Fundación Francisco Brines cuyo primer acto oficial, un recital de poesía, se celebró el pasado miércoles, mientras atardecía en una de las terrazas de su casa familiar, en la población valenciana de Oliva, donde nació. El poeta, de 87 años, uno de los más grandes de la literatura española de la segunda mitad del siglo XX, el último representante de la fecunda generación de los 50, no pudo bajar a saludar a sus amigos congregados ni a escuchar los versos en catalán y castellano de Manuel Forcano y Lola Mascarell.
Su delicado estado de salud ya le impidió recoger la Alta Distinción de la Generalitat valenciana el pasado 9 de octubre: Pero no pierde el hilo de los primeros pasos de su fundación que convocará sendos premios de poesía con el Gobierno valenciano. Ni deja de preocuparse por sus amigos. Le hace saber al periodista que acaba de bautizar uno de los espacios de Elca, lugar que aparece sin interrupción en la obra de Brines -"aunque pocas veces viene señalado por su nombre", apostilla él mismo en un texto-, con el nombre de Antonio Cabrera, un poeta fallecido el pasado mes de junio que se quedó tetrapléjico dos años atrás al caer fortuitamente cuando jugaba al fútbol con el hijo de un amigo.
“Es la persona más generosa en tiempo y en opiniones con los jóvenes que he conocido. Le ha gustado siempre trasnochar, hablar de poesía, de la vida, leer, ayudar”, explica Carlos Marzal, Premio Nacional de Poesía en 2002 por Metales pesados y uno de los amigos que han pasado largas veladas en Elca con Brines. Al igual que el también poeta Vicente Gallego (Premio Nacional de la Crítica en 2002 por Santa deriva), que dice: “Paco es una persona natural, humilde, que tiene el don de escribir y la honestidad de buscar el camino más profundo de la vida a través de la poesía”.
Ambos conocen bien la estupenda biblioteca de Brines, con una valiosa sección de libros antiguos, que incluyen algún incunable, una Eneida, de Virgilio, de 1777, o primeras ediciones de la Enciclopedia francesa o de la poesía de Federico García Lorca. Hay obras también de Kavafis y Cernuda, que tanto influyeron en Brines, para quien la poesía “tanto en quien la hace como en quien la escribe, es primordialmente un acto de intensidad” que cumple una “función exaltadora de la vida”, según ha dejado escrito. Pero son tantos los autores y tan variados que resulta complicado buscar un patrón por el laberinto de estanterías que ocupan todo el piso superior, lo que en Valencia se suele llamar andana.
La directora de la Fundación, la poeta Àngels Gregori, muestra el camino entre los anaqueles -“Brines sabe exactamente dónde encontrar un libro”, apostilla- en una casa muy vivida, de amplias estancias, llenas de muebles antiguos, esculturas, jarrones y espejos; de periódicos y revistas por aquí y por allá, de altas paredes con pinturas, dibujos, serigrafías, fotografías y collages. Precisamente, Renacimiento ha reeditado el libro Poesía y collage, que recoge dos ensayos de Brines.
En uno de ellos, publicado en 1984 como introducción al libro de poemas Selección propia (Cátedra), el autor de El otoño de las rosas (Premio Nacional de Literatura de 1986) y académico de la RAE describe su casa de Elca: “Se trata de una casa, blanca y grande, situada en un ámbito celeste de purísimo azul, y rodeada de la perenne juventud de los naranjos. Domina desde una ladera, sin altivez, un ancho valle, abierto al mar, y mira la agrupada y densa sucesión de unas desnudas montañas que se hacen de plata antes de llegar al solemne Montgó. Este, como una vieja divinidad, alarga su cuerpo en perezosa e intemporal siesta, y ya dentro de los azules marinos recibe su definitivo bautizo: cabo de San Antonio”.
Ese paisaje se cuela por las grandes ventanas de madera de la casa, sede de la fundación. “Brines ha vivido la mayor parte de su vida en Madrid, aunque nunca ha dejado de venir aquí. Hace ya años que se instaló en Oliva y colabora en Poefesta, nuestro festival de poesía”, señala Gregori en mitad del estrépito de la gente, la mayoría de Oliva, que empieza a llegar para asistir al recital en Elca. La nutrida presencia de público parece quebrar aquel augurio de Brines de su ensayo de 1984, al menos en parte: “Como si la vida hubiera de abocarse, en su final, a lo esencial: una casa ya sin nadie, y un hombre solo que, desde ella, agradece todavía el distanciado esplendor de la naturaleza, mientras pugna porque retorne, en el naufragio de la memoria, el fantasma de su existencia”.
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