Mónica Ojeda: “Me interesa el efecto de la violencia en la psique”
La autora de ‘Mandíbula’, una de las novelas más alabadas de 2018, regresa con ‘Las voladoras’ un libro de relatos que se adentran en el gótico andino
La geografía, sostiene Mónica Ojeda (Ecuador, 32 años), determina la manera en que se ve el mundo. También, cabe asumir, la manera en que se cuenta. Ella se apuró para entregar un borrador de un nuevo libro de relatos el diciembre pasado, y luego ha pasado los meses de confinamiento puliendo esas historias; y, aunque la apabullante geografía de la que parten las historias son los Andes de Ecuador, Las voladoras (Páginas de Espuma) fue escrito en su buhardilla madrileña de Antón Martín. Así que Ojeda, la escritora que cautivó a los editores de Gallimard y del sello estadounidense independiente Coffee House Press con su tercer libro Mandíbula (Candaya, 2018) —título finalista de la Bienal de Novela Vargas Llosa— y que fue incluida en la última lista de Bogotá 39 como una de las escritoras más potentes de la nueva generación, ha vuelto a echar a volar.
“El germen del libro es el gótico andino, un concepto que se ha manejado sobre todo de forma oral en Ecuador”, explicaba Ojeda una mañana de principios de octubre en el Café Comercial de Madrid. “Durante mucho tiempo lo había oído, pero no había nada de teorización para entender a qué nos referíamos. Para mí son mitologías, símbolos ligados a un determinado paisaje de montañas y páramos a tres mil metros de altura”.
Alertada de que habría un fotógrafo ha comparecido a la cita con un vestido de seda negro y un abrigo rojo. Lo cierto es que en su libro hay oscuridad y vida tan roja como la sangre. También un ritmo hipnótico que marca estas nuevas historias cercanas a la alegoría y la fábula, próximas también a la poesía. “Siempre busco una experiencia poética en la escritura. Y en mis libros favoritos siempre hay intersecciones entre géneros”, dice.
En Las voladoras asoma una corriente fantástica y de terror. Ojeda, citando a Lovecraft, dice que ese género es pura atmósfera, y el miedo, “una consecuencia más que una búsqueda”. El primer relato, que presta su título al libro, habla de las mujeres que se untan de miel las axilas y vuelan por las noches sin recordar nada a la mañana siguiente. Cuenta la autora que esta imagen está tomada de un relato oral originario de Mira —un pueblo conocido como el balcón de los Andes— sobre el que encontró una tesis doctoral. “Allí se dice que cualquier mujer puede entrar en trance y convertirse en bruja y volar sin saberlo. Pero lo cierto es que las mitologías que tienen que ver con lo telúrico se conectan en todas partes”, señala.
Realismo mágico de terror
En esta nueva colección de cuentos, tras el vuelo, el polvo y la palpitante miseria de las montañas ecuatorianas y su mundo fantástico asoma la cara B del viejo realismo mágico, una versión inquietante y por momentos aterradora. Las jóvenes ya no se elevan al cielo sin más, como aquella Remedios la Bella de Cien años de soledad, sino que en los textos de Ojeda las mujeres que vuelan sufren abusos o incesto o humillaciones que el lector en casi todos los relatos apenas vislumbra e intuye. “La mayoría de las historias orales de terror tienen que ver con algún tipo de tabú sexual”, señala la autora. “El incesto es el mayor de todos”. Habla Ojeda de una particular tradición en este tema que recorre muchas de las novelas fundacionales de Latinoamérica y llega hasta las telenovelas, y así, esos amantes que no saben si son hermanos proceden en parte de las varias familias que muchos tenían en la etapa colonial.
La violencia latente en Las voladoras apunta a “la violencia extrema que padecen los cuerpos de las mujeres en muchos lugares y que genera una necesidad de que la víctima busque una explicación mirando hacia arriba, a lo sobrenatural”. Ojeda indaga en esos perversos vericuetos que se generan para explicar lo inexplicable. “Me interesa lo que la violencia hace en la psique, y cómo se origina. Hay una búsqueda de algo primordial al tratar este tema, porque todos somos capaces de herir a otros y el contexto nos puede hacer perder el control”. ¿Siente algún conflicto por crear bellas ficciones en torno a la violencia contra las mujeres? “Ese conflicto quizá ocurra con la fotografía que puede volver estética la brutalidad o, en el caso de la escritura, puede pasar con la crónica”, responde. “Pero las realidades que genera la ficción son distintas de las que hay en el mundo. Puedes hundirte en estados mentales, libre del tabú. Y la violencia no sería soportable si no trabajo el lenguaje para que pueda conmover. Es aquello de Rilke de que lo sublime es belleza y violencia”.
Ojeda rechaza la descripción pormenorizada de la violencia, pero reivindica en determinados momentos lo escatológico y visceral. “Es una liberación respecto de la escritura canónica. Al nombrar las cosas rompes con la idea de que la escritura de las mujeres debe ser delicada”, subraya. Y reivindica la uruguaya Armonía Somers o a la mexicana Inés Arredondo. “Fueron grandes escritoras que hablaron desde un lugar muy visceral, y esto significó su exclusión. Ahora para nosotras no lo supone”.
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