Una jornada gloriosa y alcohólica
‘Crock of Gold: A Few Rounds With Shane Macgowan’ retrata la volcánica existencia y la increíble supervivencia de Shane MacGowan
El alcohol, esa sustancia tan efusiva, consoladora y peligrosa protagoniza gran parte del argumento de dos películas excelentes, bonitas, duras, realizadas con tanta inteligencia como corazón. Una tiene formato de documental, la produce Johnny Depp con transparente amor y admiración hacia el viejo amigo que la protagoniza y la dirige Julien Temple, un señor que sabe mucho de la música y de la vida. Se titula Crock of Gold: A Few Rounds With Shane Macgowan y retrata la volcánica existencia y la increíble supervivencia de Shane MacGowan, un cantante hipnótico y compositor brillante, el alma de The Pogues, gente que asocio con los últimos himnos que escuchábamos y coreábamos algunos en noches etílicas y drogotas poco antes de que los bares echaran el cierre, de que nos despidieran hasta el día siguiente.
MacGowan tiene sesenta y pocos años (pero también podría jurar que ha vivido trescientos), está postrado en una silla de ruedas, su voz es muy débil y su rostro está machacado. No ha perdido la sinceridad ni la mala leche. Se siente amado por su mujer y por su familia. Y su memoria habla con un lenguaje singular, brutal, cáustico y tierno, sin arrepentimiento, aunque se haya perdido tantas veces en el infierno, las clínicas, el derrumbe, la violencia, el caos emocional, la defensa incondicional de esa convulsa Irlanda que ama y de la que ha sido su juglar, del punk, de Joyce, de Yeats, de olores y sensaciones de infancia. Sigue bebiendo (empezó a soplar en la infancia), pero ahora con cierta tranquilidad, sin prisas y sin pausas. Los ácidos, el speed, la coca le cercaron hasta límites suicidas.
Habla de la heroína como la reina de las drogas, consiguió abandonarla pero asegura que si alguien en estos tiempos plácidos que vive le ofreciera una jeringa cargada volvería a metérsela. Es salvaje, lírico, lenguaraz, también secreto, es de verdad. Habla de todo lo humano y lo divino con Gerry Adams, el legendario líder del Sinn Fein, confiesa que intentó hacer militancia con el IRA a través de su música, gustaba cantidad a las mujeres a pesar de esa dentadura juvenil que era un provocador desastre, le cuesta recordar alguna época en la que se mantuviera sobrio. El director Julian Temple combina de forma magistral su descarnado testimonio con imágenes de archivo muy bien elegidas y con preciosos dibujos de animación del ilustrador Ralph Steadman. Supera las dos horas de metraje. Se me hace muy corto. En ningún momento me desentiendo de lo que miro y escucho.
Mi goce se prolonga con la esplendida película danesa Druk, dirigida por Thomas Vinterberg, autor de la angustiosa La caza. Cuatro profesores, que también son íntimos amigos, con su existencia anquilosada, o sola, o resignada a la mediocridad, o al nunca pasa nada, deciden funcionar durante unos días en sus clases, en su vida familiar, puestos hasta arriba de desinhibidor alcohol, recuperar la imaginación y la alegría, alterar su monotonía vital, conectar de verdad con el alumnado, hacer lo que nunca hicieron. Los días de vino y rosas siempre acaban exigiendo un precio, las resacas pueden tornarse desesperadas, sus familias y sus jefes no están preparados para semejante dislate, el vitalismo alcohólico puede tornarse en amargura y depresión. Todo ello está contado con gracia, con perplejidad, con sentimiento, con humanismo creíble. Y tiene uno de los desenlaces más preciosos que he visto en mucho tiempo, la afirmación en que seguiremos bailando mientras que dure la fiesta. Hay química entre los actores y el inquietante Mads Mikkelsen también pude resultar conmovedor. Hoy ha sido un día perfecto, que diría el añorado Lou Reed. Estar en el cine era un placer.
Babelia
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