Las cosas suceden a quienes saben contarlas
En la editorial Turner sigue la impronta del editor que la fundó, fallecido este domingo en Madrid a los 75 años
Manuel Arroyo-Stephens abrió la librería Turner a principios de la década de 1970 y se convirtió en editor sobrevenido poco después, cuando vio que nadie se animaba a publicar los libros que él quería vender. En su obra Pisando ceniza, Arroyo-Stephens contó muy bien la historia de esa librería, que hoy se llama Pasajes y sigue teniendo las estanterías de madera que él dibujó y encargó. La historia de cómo empezó a editar títulos prohibidos durante el franquismo, de cómo se hizo rico inopinadamente, cuando se le ocurrió vender literatura en inglés el mismo año en que España se llenó de academias de idiomas, y de cómo se gastó todo lo ganado a lo largo de los años siguientes en editar libros preciosos, tener casa en sus ciudades favoritas y conducir unos coches disparatados, que en Madrid nunca ha tenido nadie más que él.
Pero no contó ahí otras cosas importantes: que adoraba a sus hijas, Trilce y Elisa, que rodeó su casa de El Escorial de fuentes japonesas por el placer de que todos los pajaritos de la sierra fueran allí a bañarse por las tardes y que nunca permitió que una mujer, amiga, novia o editora pagara un café ni se sirviera agua en la mesa ni abriera la puerta del coche. Disfrutaba de todos los cacharros de última generación y siempre tenía el iPhone más potente y el ordenador más moderno, pero los usaba como una estilográfica cara. Nunca quería darse importancia, pero si tenía la tarde por delante contaba muy bien los años en que fue el editor (y el éditor) de José Bergamín, el redescubridor y mánager de Chavela Vargas o el seguidor más acérrimo y luego apoderado de Rafael de Paula. De paso, tuvo tiempo para meterse a productor cinematográfico (Canciones para después de una guerra) y hasta a grabar el Quijote en audiolibro. Ya retirado, Manuel leía todos los periódicos y al menos un libro diario, llamaba a pocos amigos, pero a esos los llamaba mucho, y cuando alguien le caía bien decía, como justificándose, que no le parecía español. Escribió Contra los franceses, una declaración de amor a la cultura europea en forma de libelo insultante, algo muy propio de un editor que se sentía escritor, un escritor —quizá uno de los mejores de su época— que se sentía lector, y de un hombre bueno y sentimental que se pasaba la vida gruñendo.
Turner fue suyo y fue él, y ahí sigue su impronta en el buen gusto por los papeles, por el diseño y los detalles. De pequeño lo llamaban Manolín el inglés y todavía en sus últimos tiempos, con su flama de pelo blanco y sus ojos grises, pasaba muy bien por británico y hasta por nórdico. En estos días de su último verano, Manuel Arroyo-Stephens preparaba su último libro, Mexicana, que editará Acantilado próximamente.
Pilar Álvarez es directora literaria de Alfaguara.
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