Vivero
Pese a la semejanza formal que inequívocamente guarda con mi obra, 'Concierto para el bioceno’, de Eugenio Ampudia, es una desvirtuación
La naturaleza botánica es compleja, paciente y discreta. Cualquier obra humana que se proponga acercársele no tiene más remedio que hacerlo ejercitando estas mismas cualidades. Me atrevería a decir que a la hora de representarla hay que procurar que ella misma penetre en los intersticios del lenguaje, incluso que enrame poco a poco la noción de sentido. Es lo que he tratado de hacer con un grupo de obras, la mayoría de aspecto forestal y escondidizo, medio embrolladas medio enzarzadas en aquello mismo que se proponen exponer.
Por eso me ha chocado el tan publicitado y publicitario concierto para plantas de Eugenio Ampudia que, con falsa apariencia de obra mía, ha tenido lugar en el patio de butacas del Liceo bajo una obra que sí hice yo, y que refigura, precisamente, aquella platea operística. Son demasiadas cosas como para resistirme a no decir nada. Pero ¿cómo abordar el uso y abuso de una imagen robada sin caer en un ejercicio de autoría excesivamente avaricioso o ególatra?
La imagen a que me refiero es una platea ocupada por árboles y arbustos de vivero. Hace mucho tiempo que doy vueltas a la posibilidad de abrir la creación a otros espacios que no sean el público masivo que gobierna las audiencias. El texto donde de una manera más precisa he recorrido estas cuestiones es El ‘potser’ com a públic, en castellano en 2008 en el volumen colectivo Querido público, y en catalán en 2014 como libro independiente, editado por el Institut d’Estudis Ilerdencs. Permitidme que os copie unas líneas: “¿O es que sólo debemos considerar público a un público de humanos vivos? ¿Acaso, a la hora de crear, no están ya plantados frente a nosotros aquellos que todavía están por nacer? ¿Y los autores que nos han precedido? ¿No está, casi presencial, en cada decisión nuestra, un público de autores muertos? Y, más todavía, aparte de lo estrictamente humano, ¿no es concebible un público mineral? ¿Un público botánico? ¿Cómo vamos a pensar en una insensibilidad completa mientras percibimos el rugir de los cursos de agua o el canto espeso de los pájaros o la música de los grillos? ¿Y no existe real y presente el silencio como un público? ¿Y el propio escuchar de las palabras? (...) Surge, entonces, la forestalidad de un mundo que se confía, sabiéndose bien provisto por dentro y que se recluye y se atesora, circunspecto, en la figura del árbol que crece para nadie y se impulsa, desconocido, solo en la espesura del bosque, y múltiple, en una callada ofrenda diaria. (...) Tanto da si de entre las obras que se ocultan a trabajar, de entre las más reclusas, escogemos aquella que se realiza a contrapúblico, no porque la obra en cuestión no quiera mostrarse sino porque prefiere darse en la vida ignorada. (...) Sea como sea, tanto para prescindir cuanto para entregarse a él, buena cosa es objetivar al público, y estirarlo y aflojarlo y disponerlo en todas las formas y maneras imaginables y hacerle lo que podemos o decidimos o dejamos que él nos haga; pero sin permitir nunca que se nos imponga inadvertidamente la agresividad de un público único, mundial, homogéneo y competitivo”.
Podéis entender mi asombro cuando la imagen que he trabajado todos estos años como una sutil y radical apertura me llega arrebatada, divulgadísima y reasignada. La sensación de que, con un golpe de efecto, se banaliza buena parte de este trabajo es aplastante y completamente real.
La imagen que he trabajado todos estos años como una sutil y radical apertura me llega arrebatada, divulgadísima y reasignada
La imaginación es limitada, hay muy poca. Por eso es tan valiosa. Esa poca conviene cuidarla, para que no se malogre. La atribución a ciertos creadores de una imaginación desbordante es falsa. Cuando la imaginación fluye lo hace tan finamente que pide ser protegida y cultivada. Por eso utilizo el verbo criar antes que el de crear. Solo la crianza permite ganar frondosidad con los años. Pero ya lo veis, de la pizca de fuerza que podía tener una platea ocupada por árboles de vivero hace cuatro días, hoy ya no queda apenas nada. Consumimos las imágenes tan deprisa, con tanta glotonería, que no vale la pena proponer imágenes nuevas; mejor ahorrarles el perecimiento.
He hablado de la falsa apariencia de obra mía que tiene la propuesta del Liceo y lo he hecho para remarcar cómo, pese a la semejanza formal que inequívocamente guarda, entre otros, con trabajos como el cartel del festival de Peralada que hice en 2015 o la disposición de las plantas de la pieza escénica D’altra banda en el CCCB en 2018, el Concierto para el bioceno tiene mucho de desvirtuación. Tanto la ampulosidad teatral y mediática como el exotismo de las plantas elegidas y, sobre todo, la narrativa cerrada sin conflicto ni ironía algunos, trivializan y malogran su sentido.
Entrego estas palabras a los medios que ampliaron el efecto de ese concierto con plantas de floristería, que no de vivero. Cabe preguntarse si autor y promotores no deberían detener aquí la explotación internacional de la obra. Con estas líneas trato de amparar algunos de mis trabajos, pero ojalá con ellas quede también amparada una actitud más fértil, menos atrófica, hacia la frondosidad y la crianza.
Perejaume es artista y poeta
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