Wislawa Szymborska, vecina de Auschwitz
El libro inédito ‘Canción negra’ de la premio Nobel polaca recoge los poemas que escribió para diarios y revistas durante la ocupación nazi de Cracovia y la inmediata posguerra
El 19 de enero de 1945 el ejército soviético liberó Cracovia, ocupada por los alemanes desde la invasión de Polonia en septiembre de 1939. Días después, el teatro Stary acogió una multitudinaria lectura de poesía. Entre los asistentes había dos futuros premios Nobel de Literatura. Uno de ellos estaba en el escenario, y era Czeslaw Milosz, que obtuvo el galardón en 1980. La otra se sentaba entre el público, tenía 21 años y lo ganaría en 1996. Era Wislawa Szymborska.
Un mes después de aquel acto acudió a la redacción del Dziennik Polski para intentar que le publicaran unos poemas. Al director del suplemento semanal, Adam Wlodek, le parecieron “sencillamente flojos”, pero un redactor vio cierto potencial en uno, lo cortó a la mitad, le puso título —Busco la palabra—, y así lo publicó. Días después la autora reapareció con una reclamación: pese a las intervenciones ajenas en su texto, quería cobrarlo. Szymborska siempre contó que si se lo hubieran rechazado se habría dedicado a la prosa o habría, sencillamente, dejado la literatura.
Busco la palabra es uno de los 33 poemas que forman parte de Canción negra, publicado estos días por Nórdica en versión de Abel Murcia y Katarzyna Moloniewicz con ilustraciones de Kike de la Rubia. Si el poema tiene su historia, también la tiene el libro. Tres años después de acudir al Dziennik Polski, Wislawa Szymborska se casaba con Wlodek, el desdeñoso director del suplemento, también poeta. El matrimonio duraría poco más de un lustro, pero la pareja conservaría una buena amistad de por vida.
Regalo de cumpleaños
El 2 de julio de 1970, para festejar el cumpleaños de su ex, Wlodek le regaló un mecanoscrito con todos los poemas que ella había publicado en diarios y revistas entre 1945 y 1948 pero nunca había incluido en ninguno de sus libros. La escritora le rio la broma y guardó la copia en un cajón. De allí salió en 2014, dos años después de que la autora muriera, para convertirse en el libro que ahora ve la luz en castellano.
Szymborska consideraba que su obra comenzaba con su tercer libro —Llamando al Yeti (1957)—, por lo que nunca permitió la reedición de los dos primeros: Por eso vivimos (1952) y Preguntas planteadas a uno mismo (1954). ¿Por qué publicar entonces un conjunto que ella nunca concibió como tal, que nunca leyó en público, ni incluyó en sus muchas antologías? “Porque lo guardó y nunca renegó de él, cosa que hizo explícitamente con los otros dos”, responde Abel Murcia, traductor, director del Instituto Cervantes de Varsovia, amigo de la poeta y uno de sus grandes divulgadores en España y Latinoamérica.
Los dos títulos que repudió incluían cantos a Stalin y al Partido Comunista, algo que convirtió a la poeta en sospechosa a ojos de parte de sus coetáneos y de toda la actual ultraderecha polaca. Ninguno de esos volúmenes contiene todavía la mezcla de humor y profundidad tan característica de su poesía. Tampoco Canción negra, pero Murcia subraya una virtud en el libro: “Existe muy poca literatura sobre la guerra nacida en el momento. Y la Cracovia en la que se escribieron esos poemas es la ciudad de La lista de Schindler”. La misma que dista 70 kilómetros, entre los ríos Sola y Vístula, de un pueblo llamado Oswiecim que pasaría a la historia por su nombre alemán: Auschwitz.
“En vagones sellados / van los nombres a través del país, / ¿hasta dónde irán así, / bajarán alguna vez?: / no pregunten, no lo diré, no lo sé”. Así empieza Todavía, uno de los poemas más famosos de Szymborska, publicado en 1957. Gracias a Canción negra sabemos que 10 años antes había escrito otro con el mismo tema: Transporte de judíos. “El cuerpo pesa más que la muerte”, dice. “La tercera noche, como de costumbre, el tren / estuvo parado largo tiempo, no todos aguantaron la espera”.
Cuando los alemanes ocuparon Polonia, Wislawa Szymborska (Kórnik, 1923-Cracovia, 2012) era una alumna de las ursulinas que a los 14 años ya había leído todo Dostoievski, Dickens y Anatole France. Con 20, comenzó a trabajar como oficinista en la compañía del ferrocarril para evitar que la enviaran a trabajos forzados, cuentan Anna Bikont y Joanna Szczesna en Trastos, recuerdos (Pre-Textos), la gran biografía de la escritora, que recordaba así el verano de 1943, presidido por la cruz gamada: “Se salía a la calle solo por obligación. Se evitaban las cafeterías, los bancos en el parque Planty, el deambular sin necesidad. Se acabó el mito de una Cracovia tranquila. Creo que fue el peor año en cuanto a redadas callejeras, registros y emboscadas”. Fue el año en que las SS decidieron cerrar el gueto y deportar a sus habitantes. La escritora perdió la fe —“¿cómo podía Dios permitir lo que estaba pasando?”—, y su escritura empezó a volverse alérgica a la trascendencia.
Szymborska vivía en el “lado ario” de la ciudad, pero nunca olvidó a sus vecinos del otro lado: “Los recuerdo limpiando las calles de nieve, con la estrella de David en la manga. Y recuerdo aquel matrimonio judío de nuestra casa que, nada más empezar la guerra, trajo sus cosas de valor para que las guardara mi madre. Mi madre se pasó toda la ocupación nerviosa, pensando en qué haría con ellas si nos obligaban a irnos”. Milagrosamente, el matrimonio sobrevivió. Él murió al poco de terminar la guerra. Ella, mientras vivió, no dejó de acudir a las lecturas de poesía de Wislawa Szymborska.
Babelia
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