Voluntad, secretos e intriga: el camino al éxito de Joël Dicker
El autor superventas lleva la trama de su nueva novela al ámbito financiero en Suiza y construye un ‘thriller’ híbrido en el que juega con él mismo como personaje
Se pueden decir muchas cosas, y se han dicho, sobre Joël Dicker, pero no que no sepa lo que quiere, cómo conseguirlo y a quién se lo debe. El autor suizo (Ginebra, 34 años) que triunfó en todo el mundo a los 27 años con La verdad sobre el caso Harry Quebert no se ha apartado desde entonces de la senda del éxito, aunque ya no le acompañe su guía y padre literario, el editor Bernard de Fallois, a quien rinde un homenaje en su nueva intriga, El enigma de la habitación 622 (Alfaguara). “Este libro surge después de la muerte de Bernard. Yo tenía ganas de hacerle un homenaje y de repente me dije: ‘hace falta que lo comparta con mis lectores en una novela’. Y según comenzaba me di cuenta de que, por coherencia, el personaje se tenía que llamar Joël”, explica por videoconferencia desde su casa en Ginebra, adonde ha regresado tras unos días de promoción en París.
Vender mucho y tener éxito sigue siendo un crimen para algunos, desgraciadamente
El enigma de la habitación 622 es una novela coral e híbrida en la que el lector asiste por un lado a una lucha por el poder en uno de los principales bancos de Suiza y, por otro, a los intentos de un escritor, Joël, por aclarar quién mató a uno de los candidatos al trono, una noche de fiesta en un lujoso hotel. Todo ello acompañado de fragmentos de no ficción basados en su relación con De Fallois. ¿Quién es quién en todo este embrollo? ¿El Joël de ficción es también él? Sí pero no, o quizás. “Lo que ocurre es que aunque yo diga que no soy yo, y no soy yo, es el lector el que tiene la decisión final. Esa identificación ya me ocurrió con Marcus Goldman [protagonista de La verdad sobre el caso Harry Quebert y El libro de los Baltimore]. Dejé claro que no se trataba de mí, pero al final en una novela es el lector el que tiene el poder”.
El planteamiento coquetea con la autoficción, algo que Dicker rechaza sin perder su bonhomía pero con firmeza: “Eso que hago es totalmente diferente a la autoficción, un género que está muy de moda pero que me molesta un poco por aquello de construir una novela sobre uno mismo y su propia vida. Y lo que me molesta es que la autoficción ataca el corazón, la esencia de qué es una novela. Una novela es literatura, es ficción, es invención, algo que no es la realidad”.
El Jöel Dicker de hoy —enmarcado por un fondo digital que reproduce la perfecta casa de montaña suiza, todo madera, espacio y bienestar— mira con cariño al joven que ganó el Goncourt des Lycéens y el Gran Premio de la Academia Francesa en 2012 y niega que el éxito le haya cambiado en lo personal. Otra cosa es lo literario. Casi diez años después, 1,2 millones de ejemplares vendidos en España y 9 millones de lectores en todo el mundo, tiene clara su opinión: “Vender mucho y tener éxito sigue siendo un crimen para algunos, desgraciadamente. La literatura tiene que salir de esta dinámica de exclusión en la que ha estado siempre y que hace que eso que es apreciado por mucha gente, no sea considerado de calidad; una dinámica en la que se ríen del lector, no lo respetan. Y yo creo que el mundo literario deberá saltar ese precipicio, algo que ya han hecho las series de televisión. No digo que a todo el mundo tenga que gustarle todo, solo digo que la literatura tiene que ser capaz también de dejar que se debata”. ¿Qué responde si le dicen que en realidad sus novelas son un pecado culpable? “Es un halago extraordinario. Los pecados culpables son eso que nos llega más, lo que nos emociona, lo que nos engancha. Me encanta”, responde con las tablas adquiridas tras cientos de horas de entrevistas.
Como el Jöel que protagoniza El enigma de la habitación 622, Dicker es un adicto a la escritura cuya dinámica de trabajo se centra en conseguir hacer otras cosas, disfrutar de la vida más allá de sus historias, salir de esa necesidad de escribir, de esa voluntad que usa como motor primigenio, antes que la intriga, mucho antes que los personajes, para que todo eche a andar. A pesar de la multiplicidad de escenarios y tiempos, el libro, asegura Dicker, está escrito en el orden en el que ha llegado al lector, sin mapa previo, sin estructura definida. “Es más emocionante y me da más libertad. Luego hay que releer y reescribir mucho, claro”.
Los secretos, un tema presente en cada novela de Dicker desde su debut en Los últimos días de nuestros padres, toman en esta novela una dimensión financiera y a veces criminal. ¿Está Suiza expiando sus pecados? “No sé si tiene pecados, tiene una historia, si bien es verdad que es una historia económica muy unida al secreto bancario, pero no es el punto central de esta historia”, responde educado.
La autoficción ataca el corazón, la esencia de qué es una novela
En pocas obras, vida y literatura se mezclan como en la de Romain Gary, una de sus grandes influencias. “Fueron él y sus libros los que me produjeron esa necesidad de escribir, pero también fue el primer escritor al que admiré como personaje. Un hombre que era piloto de guerra, diplomático, una locura”, cuenta con admiración antes de recitar otros autores, creadores de libros ambiciosos y obras inmensas como Albert Cohen, Jonathan Franzen o Philip Roth, ninguno dentro del género negro porque apenas lo lee y, confiesa, ni siquiera sabe si lo practica. "Tiene unos códigos que constriñen y a los que no me adapto. No creo que mis novelas sean polars”, aclara.
¿Le hubiera gustado esta novela a su editor? “No puedo hablar por Bernard”, afirma risueño, “pero siempre me decía que si no le gustaba un libro mío no lo publicaría. Espero que este lo hubiera publicado”.
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