El muro que divide a Pink Floyd
El viejo conflicto entre Roger Waters y David Gilmour vuelve a reaparecer tras un vídeo en el que el bajista critica al guitarrista por no darle acceso a los canales del grupo
Durante el revolucionario concierto de The Wall, el público se une al grito “derribad el muro” (Tear down the wall) mientras observa la demolición del símbolo de la división por antonomasia. Desde la publicación del disco, en 1979, Pink Floyd han construido y destruido el muro muchas veces, pero todavía no han logrado deshacerse del abismo que separa a Roger Waters (Great Bookham, 1943) y David Gilmour (Cambridge, 1946), inmersos en una guerra civil a la que se añade otro capítulo. La semana pasada, Waters, bajista, principal compositor y una de las voces del grupo, publicó una nueva versión en tiempos de coronavirus de uno de los grandes éxitos de The Wall, Mother. Unos días después apareció con un vídeo en el que agradecía el calor de los aficionados y criticaba a Gilmour, guitarrista y también cantante, por impedirle acceder a la web de Pink Floyd para compartir sus iniciativas, entre las que se encuentra la promoción de la película Us + Them (2019), sobre su última gira. “David piensa que es el dueño de Pink Floyd. Creo que piensa que, por el hecho de haber dejado la banda en 1985, yo soy irrelevante y tengo que tener la boca cerrada”, dijo Waters.
Estas palabras han demostrado que ninguno de los dos parece haber olvidado las viejas rencillas, pese a que hayan actuado juntos en varias ocasiones en los últimos años: en el Live Aid de 2005, en un evento benéfico de la Fundación HOPING de Bella Freud en 2010 y en el tour Roger Waters The Wall en 2011, en el O2 Arena de Londres. El público lleva mucho tiempo esperando una reunión. Sin embargo, ahora parece aun más imposible.
La única esperanza reside en el baterista Nick Mason (Edgbaston, 1944). Su carácter poco proclive a la confrontación permitió sembrar la semilla que llevó a Pink Floyd a su último concierto en 2005, antes de las muertes del teclista Richard Wright (1943-2008) y del primer líder, Syd Barrett (1946-2006). En la biografía del grupo, Inside Out, publicada en 2004 y actualizada en 2017, Mason describe la historia y los entresijos que han llevado a la implosión de un mito. “Durante el segundo año de universidad conocí a lo que nuestros abuelos definirían como un chico malo: Roger”, escribe Mason. El baterista habla en varias ocasiones de Dark Side of the Moon (1973) como uno de los discos más democráticos, una obra maestra en la que todos aportaron de la misma manera sin pisarse los pies. Pero, no era fácil trabajar con Waters, que se hacía cargo de todos los niveles de producción. Tras la publicación de Wish You Were Here (1975) y Animals (1977), el bajista presentó al grupo The Wall, un trabajo casi completamente suyo. El nivel de contribución tan desequilibrado representó “la manzana de la discordia”, todavía “durmiente” en ese momento.
Richard Wright rechazó grabar las partes de los teclados para no renunciar a sus vacaciones. Waters quedó estupefacto: Pink Floyd necesitaban respetar la fecha de lanzamiento de The Wall, según establecía el contrado firmado con el sello Sony/CBS. Montando en cólera, el bajista llamó a Steve O’Rourke, el agente, y le pidió que echara a Wright, que aceptó la decisión y se quedó como músico empleado, es decir, con un contrato separado, sin formar oficialmente parte del grupo. El resultado: como invitado remunerado fue el único que ganó dinero con los conciertos en vivo, mientras los otros tres compartieron las pérdidas económicas. Durante la gira, ni siquiera compartían camerinos. Mason afirmó que se organizaban fiestas separadas y cada uno ponía mucho cuidado en no invitar a sus colegas. La paciencia se estaba acabando.
La ruptura
No obstante, “durante las grabaciones de The Wall habíamos mantenido una apariencia de democracia”, cuenta el baterista. El siguiente álbum, The Final Cut (1983), salió con el nombre de Pink Floyd porque era lo que “el sello esperaba”, pero más bien parecía un trabajo solista de Waters. Además, señala en el libro Mason, sin los teclados de Wright se habían perdido “algunos elementos claves de nuestros sonidos”.
Gilmour quería aportar más y para ello necesitaba más tiempo. Pero Waters no tenía ninguna intención de esperarle. Mason empezó a darse cuenta de que algunos comportamientos de su viejo amigo de la universidad se acercaban a “los límites de la megalomanía”. De hecho, el bajista no confiaba en las capacidades de Gilmour y anunció agresivamente a Mason que “era solo batería” y que por lo tanto no podía reclamar derechos o créditos por ningún tipo de aportación.
The Final Cut, obra íntima y muy personal dedicada al padre de Waters, caído durante la Segunda Guerra Mundial, llevó al grupo a una pausa forzada en la que cada miembro se dedicó a sus proyectos solistas. Waters creó Pros and Cons of Hitch Hiking (1984), una obra concebida paralelamente a The Wall; Wright se sumó a la banda Zee; Gilmour publicó About Face (1984), y Mason participó en un documental que combinaba “con elegancia” música y automovilismo, su segunda pasión. Esta fase, según este último, empeoró aún más las relaciones. Secretamente, Waters negoció su contrato individual con O’Rourke, quien, por lealtad, anunció sus intenciones al resto de la banda. Aquello pareció a los ojos del líder una enorme traición.
Los músicos se encontraron en 1984 en un restaurante para hablar del asunto. “Roger creyó equivocadamente que habíamos aceptado que Pink Floyd dejara de existir. David y yo pensábamos que la vida continuaba. Salimos del restaurante con visiones diametralmente opuestas de lo que se había decidido”, relata Mason. Waters dejó el grupo en 1985, pero cuando se enteró de que Mason y Gilmour iban a trabajar en un nuevo disco declaró su oposición a la utilización del nombre original de la banda: “Entendía la condición en la que se encontraba Roger. Por un lado, sentía que él era Pink Floyd: durante diez años había llevado sobre sus espaldas el peso del grupo como compositor y director general de las operaciones. La banda representaba un obstáculo a su carrera como solista, ya que el sello siempre esperaba un álbum de Pink Floyd. Lo que de verdad necesitaba era que Pink Floyd se disolviera para dejar espacio a su carrera".
“Nunca lo harás”, dijo Waters a Gilmour, hablando de la posibilidad de un nuevo disco sin él. Su comportamiento empujó el resto de la banda a seguir adelante con sus planes. El contrato que cada miembro firmó años antes con EMI y CBS resolvió la contienda. En él había una cláusula sobre las diferentes remuneraciones basadas en varias posibles formaciones del grupo, entre las que había una sin Waters. Cuando el bajista se dio cuenta de que había suscrito un contrato que contemplaba la posibilidad de su abandono, la batalla legal dejó de centrarse en el nombre y pasó a ocuparse de los derechos de autor, lo único que el exlíder podía seguir reclamando. El acuerdo final fue firmado en la víspera de la Navidad de 1987. Gracias al pacto, Waters recibió las ganancias de los derechos de autor no solo por las canciones, sino también por los efectos y la escenografía (por ejemplo los latidos de corazón en Breath (In the Air), el cerdo volante de Animals o todos los vídeos). Además, Wright pudo volver a tocar como miembro oficial.
Durante 15 años, el histórico bajista nunca habló con sus colegas, que produjeron dos discos como Pink Floyd y demostraron que de alguna manera se podía continuar haciendo música sin él. Luego, la casualidad quiso que Waters y Mason se encontraran en 2002 en una isla del Caribe, Mustique, y a partir de ahí la nostalgia de los tiempos antiguos desempeñó un papel clave.
El bajista invitó al baterista a aparecer en un concierto. Mason tocó Set the Controls for the Heart of the Sun en la Webley Arena de Londres. Gracias a la mediación de Mason, fue posible verlos por una última vez en 2005 y también en ese concierto de 2011, cuando los tres supervivientes compartieron el escenario en frente del muro de The Wall en una suerte de metáfora del deshielo. Algo que parece que se ha perdido nuevamente: “A veces parece que Roger es una persona que adora los enfrentamientos, pero no creo que sea así. Pero pienso que a menudo no es consciente de lo intimidante que puede llegar a ser: una vez que considera necesario el enfrentamiento, hace todo lo posible para ganar. Por su parte, en un principio David puede dar la impresión de no ser muy amenazador, pero una vez que se ha decidido por una determinada línea de acción es difícil que cambie de idea. Cuando su objetivo encontraba la fuerza irresistible de Roger, estaba claro que surgirían problemas”, admite Mason en la biografía.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.