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Venecia se ahoga también sin turistas

La ciudad, castigada por la masificación y el cambio climático en los últimos años, sufre ahora más que ninguna en Italia la crisis de la covid-19 y la falta de visitantes

Imagen de Venecia el pasado viernes 15 de mayo, con la Basílica de San Marcos al fondo. En vídeo, imágenes de Venecia sin turistas, a causa del coronavirus.Foto: AP | Rudi Bresa
Daniel Verdú

Los canales recobraron su color azul, la fauna regresó a la laguna y el agua devuelve ahora un cristalino reflejo de las joyas arquitectónicas a cada orilla. Venecia es hoy solo para los venecianos. Nadie alcanza a recordar un privilegio de esta magnitud aquí. Un lujo, sin embargo, que no puede permitirse el 80% de sus habitantes, cuya vida depende del turismo y que añora más que nunca la bocina de los gigantescos cruceros y las aglomeraciones en el puente de Rialto, que algunas veces no pudieron evitar criticar. Densidad urbana, turismo globalizado, cruceros atestados… Las reglas que impone la pandemia son criptonita para el principal modelo productivo de la ciudad véneta. Venecia, más deslumbrante que nunca, es también una clara advertencia de lo que sería una ciudad posturística: un Detroit del souvenir.

“Está preciosa, claro. Pero es una visión egoísta. Hemos pasado de 30 millones de turistas a ninguno. Ahora vemos que hay mucha gente que no tiene ni para comer”, dice Maurizio Crovato, consejero del Ayuntamiento

El viernes por la mañana, unas 15 personas eligen el pescado tranquilamente en el mercado de Rialto. Fuera, un gondolero limpia su barca y tres personas cruzan el puente charlando. Maurizio Crovato, histórico periodista italiano, actualmente consejero cultural del Ayuntamiento, muestra en directo a través de una videollamada el aspecto de esta exclusiva Venecia. “¿Ha visto? Está preciosa, claro. Pero es una visión egoísta. Hemos pasado de 30 millones de turistas a ninguno. Ahora vemos que hay mucha gente que no tiene ni para comer. Me acaba de suceder con un amigo... La crisis sirve para reflexionar, y esta ciudad deberá volver a empezar. Aquella masificación que hemos vivido no volverá en el corto plazo. Para los cruceros esta pandemia supondrá una crisis enorme. ¿La parte buena? Se podrá trabajar desde casa, así que muchos de los que se fueron podrán volver aquí a trabajar y quizá sea más barato. Habrá que hacerles volver, dar impulso a que fijen aquí su residencia”.

Venecia está curtida en pandemias. La peste de 1348, llegada de Asia a través del puerto, redujo la población a la mitad y acabó con la vida de unas 50.000 personas. La ciudad se recuperó, pero el nuevo brote de 1630 la dejó en un raquítico tercio. Muchos expertos, como el arqueólogo Salvatore Settis, autor de Si Venecia muere (Turner, 2020), creen que en los últimos 50 años se produjo la tercera gran plaga de la ciudad: el turismo masivo. Un fenómeno altamente corrosivo para el tejido social y la sostenibilidad de la Serenísima, que volvió a vaciarla de habitantes en el último medio siglo. El año en que la covid-19 ha obligado a suspender el Carnaval —ni siquiera la peste de 1300 lo logró— o a posponer la Bienal, ya nadie tiene claro qué es peor, el turismo o su ausencia.

Uno de los cruceros Rhapsody of the Seas llegando a Venecia en 2017.
Uno de los cruceros Rhapsody of the Seas llegando a Venecia en 2017.ullstein bild (EL PAÍS)

El libro de Settis, que se publica ahora en España, es una Biblia para comprender el proceso de desertificación social. Pero, como toda teoría sobre el mundo, ha quedado suspendida estos días. Si Venecia muere ahora, en todo caso, ya no será por culpa de las masas. “La desolación del centro histórico se manifiesta con toda su crueldad. Venecia ha perdido dos tercios de habitantes. Las casas donde vivía esa gente han sido compradas por ricos que las visitan dos o tres veces al año. Ectoplasmas de segunda residencia. El hecho de que no haya turismo no hace otra cosa que evidenciar que ninguna institución pública, empezando por el Ayuntamiento y terminando por la UE, ha hecho nada para implementar una política de vivienda”, apunta.

La relación con el turismo siempre generó corrientes de amor y odio. Cuando la ciudad debatía el modelo que la haría más sostenible, la mitad de los vecinos había ya adaptado su casa para convertirla en un bed & breakfast (en Venecia hay más camas para turistas que habitantes) o le había vendido su negocio a un extranjero: hoy alrededor del 13% de los inmuebles comerciales pertenecen a ciudadanos chinos. Muchos de los propietarios de las licencias de taxi acuático —que cuestan hasta 800.000 euros— viven fuera de la ciudad y tienen a un empleado que lo lleva. Los altísimos precios del centro histórico han expulsado a los trabajadores de la isla.

“La paradoja es que el coronavirus ha llegado para resolver un problema que imaginábamos creciente, para liberar Venecia del monocultivo del turismo. Todos se quejaban de ello. Pero silenciosamente los ciudadanos transformaron sus apartamentos en alojamiento para turistas", señala Paolo Costa, exalcalde la ciudad

Paolo Costa, alcalde entre el año 2000 y 2005, cree que esa falta de pertenencia ha sido parte del problema de la ciudad. “La paradoja es que el coronavirus ha llegado para resolver un problema que imaginábamos creciente, para liberar Venecia del monocultivo del turismo. Todos se quejaban de ello. Pero silenciosamente los ciudadanos transformaron sus apartamentos en alojamiento para turistas, cerraron el negocio de comida y abrieron uno de máscaras falsas. Se creó todo un sistema que vivía de esto, mucho mayor de lo que parece. Venecia está entre dos fenómenos muy golpeados por el coronavirus: la densidad urbana y la globalización. Todo el sistema sobre el que se fundaba hasta ayer ha quedado muy tocado”.

Unos cimientos parecidos a los de otras ciudades, también en España, que deberán hacer cuentas en los próximos meses con su frágil identidad tras la pandemia.

Massimo Cacciari: "Es dramático"

La historia reciente de Venecia no permite pensar en otro modelo productivo que no sea el del turismo. La cultura, y los visitantes que atrae, ha sido la única salida de la isla para diversificar sus ingresos. Pero incluso el 80% de los turistas prefiere pasear que entrar en un museo como el palacio Ducal, el más visitado de la isla.

El filósofo y catedrático veneciano Massimo Cacciari, que ha ocupado la alcaldía de la ciudad en dos ocasiones desde 1993, no tiene ganas de darle muchas vueltas a la discusión. “El turismo de masas no hacía morir la ciudad de Venecia, sino vivir. Solo los 'coglioni' lo pensaban. Había que distribuirlo mejor. Pero el turismo era el recurso fundamental del país y de ciudades como esta. Claro que había que organizarlo de otra forma. Los cruceros perjudicaban a la ciudad, es evidente. Pero había que repensar el sector y potenciarlo. El futuro de Venecia es ahora dramático. Esta ciudad, a diferencia de otras, no puede pensar en otros desarrollos”.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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