Lola Flores: nueve momentos musicales estelares que construyeron su leyenda
El personaje de La Faraona era tan grande que a veces taponaba sus logros en la música. Aquí recordamos algunos de los mejores
Basta entrar en Spotify para comprobar que la discografía de Lola Flores (Jerez de La Frontera, Cádiz, 1923- Madrid, 1995) es tan caótica como la letra de Cómo me la maravillaría yo. Aunque nunca tuvo el prestigio como vocalista de Concha Piquer o Rocío Jurado, la artista española más inclasificable de la segunda mitad del siglo XX fue una cantante intuitiva que, en ocasiones, aportaba el temperamento y el temple aflamencado que le faltaba a muchas de sus colegas.
Salvo durante el periodo en que formó pareja artística con Manolo Caracol en los años cuarenta –ella al baile y él al cante–, La Faraona grabó mucho, muchas canciones y en muchos formatos diferentes. Como su negocio principal eran las actuaciones en directo, los espectáculos de variedades y los conciertos, nunca prestó demasiada atención a sus álbumes, pero eso no le impidió atesorar un puñado de canciones memorables que también explican su evolución del flamenco a la copla, de la copla a la rumba y de la rumba a la psicodelia (y hasta al infinito). A continuación, nueve momentos musicales estelares que ayudaron a construir su leyenda.
‘El lerele’ (1942/1970)
Con esta canción comenzó la leyenda de Lola Flores. Es sabida la anécdota de que, cuando la estrenó en el Teatro Penalba en la Gran Vía madrileña en 1942, cada noche tenía que hacer varios bises repitiéndola. Conviene recordarlo, porque lo que hoy conocemos como copla fue una evolución culta de la tonadilla y el cuplé, dos géneros de canción ligera asociados en las primeras décadas del siglo XX a cafés cantante, cabarets, teatros de variedades y salas de fiestas. Aquellos espectáculos en los que Lola se curtió durante su adolescencia eran largos programas que incluían trucos de ilusionismo, escenas cómicas, bailes típicos, números eróticos –"sicalípticos", decían entonces– y, por supuesto, música. El Lerele la escribió el maestro Genaro Monreal, autor de piezas tan dispares como el cuplé picante Las tardes del Ritz, Clavelitos o Campanera (sí, la de Joselito), y es una especie de copla en ciernes, una fantasía orientalista, cosmopolita y casi esotérica en la que se mezclan los orígenes míticos del pueblo gitano –“Vengo del templo de Salomón”, comienza la canción– con ese indescriptible “Lerele” que nadie sabe lo que es, pero que a Lola debía importarle, porque así llamó a su casa de La Moraleja donde falleció. Esta versión televisada es de los años setenta, mucho después de su concepción original, pero Lola se esforzó en darle algo de aquella atmósfera arcaica de los cafés de mala muerte donde había comenzado su carrera.
‘La Zarzamora’ (1948)
¿Cuál es la canción más famosa de Lola Flores? La cosa está ajustada entre ¡Ay, pena, penita, pena! y A tu vera. Pero, si España fueran sus karaokes, la ganadora sería La Zarzamora, No hay folclórica sin pasodoble, y el más célebre de Lola fue este que León, Quintero y Quiroga compusieron para su espectáculo Zambra de 1948 y que ella interpretó también, por ejemplo, en La hermana alegría (1954), de donde procede este vídeo. Un nombre de mujer, rimas irresistibles, amores imposibles y una letra que han tarareado varias generaciones de españoles.
‘Limosna de amores’ (1955)
Lola Flores popularizó esta copla en la película mexicana del mismo título, en 1955. Curiosamente, y al igual que había sucedido con ¡Ay, pena, penita, pena!, esta tonadilla especialmente racial, basada en la zambra –el más telúrico de los palos clásicos–, había sido compuesta por la santa trinidad del género –León, Quintero y Quiroga– para Luisa Ortega, la hija de Manolo Caracol, pareja artística de Lola en los años cuarenta. Lola la hizo suya gracias a esa mezcla de aspereza y temperamento que diferenciaba su voz de la de otras colegas más académicas. En cualquier caso, estamos ante una copla de altura, con una melodía compleja y saltarina y una letra basada en la relación siempre equívoca entre amor y dinero. Curiosamente, muy reivindicada por las nuevas generaciones de intérpretes, desde Miguel Poveda hasta La Shica, Vanessa Martín o Fernando Soto y Pitingo.
‘María Bonita’ (1956)
La trayectoria musical de Lola Flores osciló siempre entre la copla clásica y la rumba, que fueron los géneros que marcaron respectivamente las primeras y las últimas décadas de su carrera. Eso no le impidió, sin embargo, hacer escapadas puntuales a la música latinoamericana, como esta versión de María Bonita a dúo con su compositor, el legendario Agustín Lara. La escena es de 1956, y fue el primero de sus grandes éxitos en México, país en el que trabajó mucho y bien durante toda su vida. No fue solo una cuestión profesional, sino también de piel: curiosamente, el vídeo de La Faraona con más visitas en YouTube no es ninguna de sus coplas, sino una versión rumbera de Ojalá que te vaya bonito, de José Alfredo Jiménez.
‘A tu vera’ (1962)
Aunque en los años cuarenta Concha Piquer había interpretado y grabado una copla con mismo título, esta es otra distinta y mucho más famosa, y la cantó por primera vez Lola Flores en el teatro de variedades donde sucedía El balcón de la luna (1962). Fue una composición ad hoc de Rafael de León y Juan Solano para esta película de Luis Saslavsky. Aunque la copla ya no vivía su mejor momento –esto sucedía mientras The Beatles lanzaban Love Me Do–, este “bolero flamenco” –así lo definió Manuel Vázquez Montalbán en su Cancionero general del franquismo– tan vintage como la atmósfera de la película se convirtió en un éxito instantáneo y en un su despedida por todo lo alto de la copla. Aunque nunca dejó de cantar ni de regrabar su repertorio al completo, a partir de los sesenta Lola Flores se embarcó cada vez más en su idilio con la rumba.
‘Que me coma el tigre’ (1969)
En los años setenta, con el cambio social y la Transición apretando el paso, las folclóricas y copleras de posguerra se enfrentaron al dilema de renovarse o morir. Rocío Jurado optó por la canción melódica y encontró su lugar definitivo –y su mejor estilo– con Manuel Alejandro y sus sofisticadas historias de desamor al límite. Lola hizo lo propio con la rumba catalana de la mano de Antonio González, El Pescaílla, su pareja desde 1955, un músico inquieto y con excelentes ideas. Esta rumba alocada y verbenera, llena de juegos de palabras y de mala leche, se disfruta doblemente en esta escena de El taxi de los conflictos (1969), en que González toca la guitarra y Lola taconea en un aeropuerto demostrando que la bata de cola no es imprescindible.
‘Cómo me la maravillaría yo’ (1973)
Ese oficio indefinible que los anglosajones llamaban entertainer y en España simplemente “artista” es lo que borda Lola en esta mezcla de rumba, trabalenguas, número cómico y, sin nos apuran, conjuro chamánico. Formó parte de Casa Flora, una película delirante de la que solo se salvan sus actuaciones musicales. ¡Pero qué actuaciones! Esta versión televisiva, que resume por los cuatro costados la imaginería lisérgica de Valerio Lazarov, le hace bastante justicia. No le pedimos que trate de memorizar la letra, sino simplemente de entenderla. Bienvenido al surrealismo.
‘El partido por la amistad’ (1977)
La inclusión de esta pieza podría justificarse diciendo que es la canción que vino después del incidente del pendiente (“ustedes me lo vais a devolver, que mi dinerito me ha costao’”) perdido en una actuación en directo el Florida Park en 1977. Pero es que además esta rumba, que parece improvisada casi como fin de fiesta, es un ejemplo perfecto de la capacidad de Lola Flores para, como decían los ilustrados dieciochescos, “entretener deleitando”. A partir de un esquema melódico básico, Lola va desgranando quiénes serían los y las integrantes de un hipotético “Partido por la amistad” en el que caben el tenista Manolo Santana, el torero El Cordobés y sus compañeras Sara Montiel, Carmen Sevilla o Marisol. Como en todas las listas, son más significativas las ausencias que las presencias.
‘¡Hey!’ (1984)
No sabemos si calificar este momento como musical o como simplemente escénico. Las actrices antiguas decían que el talento no se demostraba recitando poemas, sino diciéndolos, y eso es lo que hace aquí Lola poniendo intención, teatro y precisión a dos sonetos de Rafael de León. Pastora Imperio, su gran maestra en esto de la teatralidad superlativa, no le hubiera ido a la zaga. Después, sin despeinarse –es un decir–, enlaza con una versión del ¡Hey! de Julio Iglesias que demuestra que la rumba, más que un género, es un ritmo que le queda bien a casi todo. Romanticismo setentero, desgarro de arrabal, aguardiente, pendientes de brillantes, tabaco bueno y vestidos de fiesta. O, lo que es lo mismo, Lola Flores en una buena noche.
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