Los embalsamadores egipcios tenían gran olfato empresarial
La investigación de un taller de momificación en Saqqara conectado con tumbas arroja nueva información sobre el proceso y plantea nuevos enigmas
Mika Waltari imaginó en Sinuhé el egipcio cómo funcionaba una Casa de los Muertos, un taller de embalsamamiento, también llamado más eufemísticamente wabt wat, lugar puro, y per nefer, casa de la belleza. En la novela, el protagonista se veía forzado a trabajar en una de esas instalaciones a fin de pagar la momificación de sus padres. Pues bien, sorprendentemente, mucho de lo que el escritor describía —aunque no el que los embalsamadores se beneficiaran a las clientas atractivas como la cortesana Nefernefernefer— lo ha atestiguado el descubrimiento en la necrópolis de Saqqara, a una hora al sur de El Cairo, de un gran recinto de momificación vinculado a un complejo de tumbas. También muestra que, como hoy, en el Antiguo Egipto existía un importante negocio alrededor de la muerte.
Es la primera vez que encontramos una instalación tan grande, tan bien conservada y tan equipada con elementos de embalsamamientoSalima Ikram, egiptóloga
El lugar, en el que excava desde hace dos años una misión egipcio-alemana (Ministerio de Turismo y Antigüedades y Universidad Eberhard Karl de Tubinga), dirigida por Ramadan Hussein, y que era conocido superficialmente desde el siglo XIX, está arrojando interesantísimos hallazgos e información nueva que cambia algunas de las ideas que se tenían sobre la momificación. De entrada, el taller, el primero que se encuentra intacto, es subterráneo (a 12 metros de profundidad), lo que constituye la primera evidencia de que la momificación se hacía bajo tierra. Otra novedad es que uno de los productos emblemáticos que se usaban al embalsamar, el que los antiguos egipcios denominaban entiyu (ntyw, no escribían las vocales) y que se creía que era mirra se ha identificado, gracias a una jarra con inscripción y un análisis del contenido, como una sustancia hecha de resina de cedro. Según los investigadores hay numerosos recipientes con la anotación de cada producto y el momento de su uso en el proceso de momificación. “Es la primera vez que encontramos una instalación tan grande, tan bien conservada y tan equipada con elementos de embalsamamiento”, recalca la egiptóloga especialista en momias Salima Ikram, de la Universidad Americana de El Cairo y que trabaja codo a codo con Hussein. “Aún no sabemos cuánto de lejos vamos a avanzar en nuestro conocimiento, estamos analizando multitud de sustancias y herramientas, pero las posibilidades son inmensas”.
Entre los enigmas que plantea el lugar figura el hallazgo del enterramiento de una mujer, Didibastet, con seis vasos canopos. En esos recipientes, presentes en todo enterramiento de cierto nivel, se guardaban, bajo la advocación cada uno de un genio protector (los hijos de Horus) y una diosa, los órganos internos de los difuntos, extraídos al inicio del proceso de momificación y lavados y embalsamados. Pero tradicionalmente siempre eran solo cuatro: para hígado, pulmones, intestinos y estómago (el corazón se mantenía en el cuerpo y los riñones, para los que no hay palabra egipcia específica, a veces se dejaban y otras se descartaban; el cerebro se extraía y no se conservaba). Está por dilucidar qué hay en los otros dos vasos, pero si resulta que había muertos a los que se les conservaban seis vísceras sería un cambio notable en lo que se sabe sobre las prácticas funerarias egipcias y se estaría ante una forma de entierro no vista hasta ahora. “Estamos estudiando si hay paralelos, en algunas épocas encontramos cierta flexibilidad a la hora de conservar los órganos y de qué manera, pero aún no hemos identificado lo que hay en los vasos extra, es algo muy extraño”.
Los investigadores han podido observar que el taller era una verdadera industria. “Era un lugar a la vez muy práctico y religioso”, explica Ikram. “La primera fase de la momificación, con la extracción de órganos debía ser bastante sangrienta, no muy agradable de ver; la segunda, con el cadáver ya conservado se centraba mucho más en lo ritual”. Por el papiro Hawara, llamado “el archivo del embalsamador”, sabemos que quienes se ocupaban de momificar eran profesionales que mantenían el conocimiento en gremios familiares. “Habría un staff de sacerdotes embalsamadores y luego trabajadores manuales”. La egiptóloga señala que es difícil de calcular cuántos difuntos podía procesar la instalación, seguramente muchos. “La gente no llegaba al mismo tiempo, claro, pero calculo que se podían momificar cuatro o cinco cuerpos a la vez”. Se momificaba de diferentes maneras según el tipo de cliente. Había distintos estilos —la evisceración de calidad era mediante incisión en el abdomen y la menos fina por el pasaje anal— y sin duda tarifas, dependiendo de la capacidad adquisitiva del fallecido y sus parientes. Vamos que te podían momificar de lujo o less style.
Los embalsamadores se adaptaban a las necesidades y posibilidades del cliente, con incluso ‘packs’ de entierros de bajo presupuesto
En ese sentido, el responsable de las excavaciones y director del proyecto Tumbas Saítas de Saqqara, Ramadan Badry Hussein, profesor de la Universidad de Tubinga, y al que ya se empieza a ver por su capacidad de comunicar y su carisma como un nuevo Zahi Hawass, señala en su estudio que “la evidencia muestra que los embalsamadores tenían un buen olfato empresarial” y se adaptaban a las necesidades y posibilidades del cliente, con incluso packs de entierros de bajo presupuesto. Así que había jerarquías y clases también en la muerte. El taller de momificación y el complejo de tumbas anexo, “una verdadera mina de información”, pertenecen al período saíta persa (664-404 antes de Cristo) y se excavan desde 2018 en Saqqara, en la zona al sur de la pirámide de Unas.
Canales para drenar sangre y líquidos
El taller subterráneo era un espacio rectangular de ladrillos de barro, bloques de piedra caliza y techo alto. Tenía diversas zonas que corresponderían a los distintos pasos del proceso de momificación, que empezaba cuatro días después de la muerte y finalizaba con el vendaje —que incluía la colocación de amuletos y oraciones escritas— y el depósito en la tumba, 70 días después de la entrada del cuerpo en las instalaciones. En una de esas áreas han aparecido dos grandes cuencos que podrían ser para las vendas de lino o acaso para el natrón, la sal usada en el desecado de los cadáveres. En el taller se han hallado también canales tallados en la roca que debían servir para drenar sangre y líquidos de los cadáveres, cantidad de vasijas y cuencos para productos —resina de pistacho y de cedro, cera de abeja, grasa animal, aceite de oliva...— empleados en la momificación, así como copas de medir.
El taller posee canales de ventilación para que circule el aire purificado mediante un quemador de incienso. Cabe imaginar el ambiente que habría en las salas de evisceración en verano. “Había que mover el aire para eliminar los insectos, que se acumularían con los cadáveres”, añade Ikram. La instalación está en conexión con un profundo pozo de 30 metros utilizado como lugar de enterramiento comunal, aunque con marcadas diferencias entre unos difuntos y otros, y que incluye diversas cámaras talladas en la roca. En esas cámaras han aparecido ataúdes de madera y sarcófagos de piedra y medio centenar de momias. Una de ellas portaba una excepcional máscara de plata de enorme pureza —la primera que se encuentra en Egipto desde 1939, cuando Montet halló en Tanis la del faraón Psusenes I—, material valiosísimo en el país del Nilo donde era más escaso que el oro. La momia era de una sacerdotisa de Mut y de Niut-Shaes, una rara forma de Mut con aspecto de serpiente. Que haya en el complejo otras dos momias también de sacerdotes de esa extraña divinidad indica un culto hasta ahora desconocido. Otras dos de las momias son madre e hijo, según atestiguan las inscripciones.
Los enterramientos muestran como la casa se adaptaba a lo que le pedían: opciones de primera —momificación cuidada, buen equipamiento funerario, cámara privada— y de segunda —con los difuntos juntos y con materiales peores—. Los muertos con más posibles, según el estudio, eran enterrados a mayor profundidad, lo que brindaba mayor protección (una cámara estaba escondida tras una falsa pared) y los acercaba al mundo de ultratumba. Hay evidencias de reutilización de cámaras y ataúdes para maximizar la capacidad y rentabilidad del complejo. Los investigadores creen que en otras necrópolis existirían instalaciones parecidas.
El martes, National Geographic (NG), que ha patrocinado la investigación, estrena en EE UU (luego llegará a 142 países) una serie documental en cuatro partes, Kingdom of the mummies, que muestra la excavación y los descubrimientos. Las imágenes incluyen una impresionante reconstrucción en 3D de todo el complejo. En España, El reino de las momias se emitirá el 7 de junio a las 16.00 en el canal de NG.
Babelia
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